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Tiempo de definiciones: Radicalizar o ser derrotado

Ante el probable referéndum revocatorio que la derecha pretende convocar en 2016, el autor sostiene que la única posibilidad de mantener la hegemonía política para el chavismo es una «radicalización democrática» y, entre otras cosas, tomar el control de las importaciones de medicinas y alimentos, y garantizar una red de distribución pública.


El resultado de las elecciones parlamentarias en Venezuela abre un escenario político donde se agudizará la confrontación entre los dos proyectos históricos en pugna. Dos proyectos que no solo remiten al país caribeño, sino a toda la región, y que se remontan, al menos, a luchas de dos siglos. De un lado, el sueño de Simón Bolívar: lograr la independencia plena de toda sujeción a un poder extranjero. Del otro, las oligarquías locales, asociadas a la potencia imperial de la época.

Sin duda, es un golpe duro para la Revolución Bolivariana, y por lo tanto para todo el continente. Representa una victoria para EEUU, el verdadero poder detrás de la oposición venezolana. Su causa principal se encuentra en la situación económica, análoga a la sufrida por Chile durante el Gobierno de Salvador Allende, cuando debió enfrentar los mismos métodos, que la CIA definió como «hacer chillar la economía».

La desestabilización económica no es un mito: es evidente que existe y se puede comprobar rastreando las noticias –en general ocultadas por los medios de comunicación europeos, pero que existen– sobre toneladas de productos acaparados, que luego son dirigidos al mercado ilegal a precios exorbitantes. Un desgaste económico y político que se asienta en limitaciones de la estructura productiva, que no han sido superadas en estos 17 años de Gobierno de izquierda.

La economía venezolana continúa dependiendo del petróleo para obtener dividas que le permitan adquirir en el mercado externo los bienes que no produce. Y si bien el Estado recuperó el control de la renta originaria al nacionalizar PDVSA, el comercio exterior todavía se encuentra en manos de empresas privadas, al igual que gran parte de la distribución de los productos. Es decir que el Estado no controla aspectos estratégicos, quedando a merced de lo que Nicolás Maduro definió como «el chantaje de la guerra económica», que afecta sobre todo a la propia base social del chavismo.

Esto se agrava con dificultades internas que tienen que ver con las limitaciones para superar evidentes problemas de burocracia y corrupción en sectores clave, que afectan la capacidad para controlar –o regular, por ejemplo a través del establecimiento de precios máximos– la actividad de estos grupos económicos poderosos.

Es decir que se establece una puja por la renta donde quienes efectivamente tienen el poder de manipular el destino de los productos se encuentran con la capacidad suficiente para garantizar sus ganancias y descargar el costo –aumentado por la crisis de los precios del petróleo– sobre los sectores populares.

No hay datos suficientes para analizar objetivamente qué sectores que en 2013 votaron al chavismo hoy no lo hicieron (aproximadamente un 8% o 9% del padrón). Esta es una hipótesis que habrá que contrastar analizando los datos de votación, aún no disponibles. Pero se puede estimar que el voto de castigo proviene fundamentalmente de sectores de ingresos medios y medios-bajos, por ejemplo con empleo formal, que habiendo aumentado su bienestar en los años previos a través de las políticas redistributivas, de repente empeoraron su situación a partir de los efectos del acaparamiento y de la especulación: esto es, de la dificultad para conseguir productos –que es muy irritante, porque trastoca la vida cotidiana– y de la inflación, que licúa su poder adquisitivo. El Gobierno estaba obligado a ir a fondo, por ejemplo tomando el control de las importaciones y la distribución de medicinas y alimentos. Pero en lugar de ir a las causas, quitando esos resortes de poder al capital privado, se jugó a intentar controlarlo, con pocas armas para hacerlo.

Lo más importante es lo que vendrá. Como expresó García Linera recientemente: si no se profundiza la Revolución, se fortalece la derecha. Maduro lo ha intentado y el pueblo consecuentemente chavista –que continúa siendo una fuerza muy significativa, por número y capacidad de organización– se lo reconoce. Pero no ha sido suficiente para sostener la mayoría.

Ahora, la única posibilidad de seguir teniendo la hegemonía política y el Gobierno, en un modelo que se somete a la elección popular en forma permanente, es ir por más y hacerlo muy rápido. Reconstruir una épica basada en políticas concretas, que movilicen y mejoren la situación del pueblo.

Esto implica, entre otras cosas, tomar el control de las importaciones de medicinas y alimentos y garantizar una red de distribución pública junto al poder popular, que no es una fuerza menor: existen más de 1.400 comunas. Enfrentar decididamente la burocracia y la corrupción. Jugárselo todo a la radicalización democrática, con más organización popular, más socialismo. De lo contrario tendrá una derrota segura en el inminente referendo revocatorio de 2016, porque la derecha continuará la desestabilización económica, que es lo que más le ha resultado.