El vídeo sobre el euskara, una versión actualizada del discurso de las «maletas» de González y Aznar
Corría 1998. Igual que ahora, había elecciones autonómicas, en un contexto ciertamente esperanzador. El acuerdo de Lizarra-Garazi alumbró una nueva situación, llena de posibilidades. Pero no era así para todo el mundo. Otra vez saltaron las alarmas, y el expresidente Felipe González y el presidente Aznar sacaron el discurso de las «maletas», aquellas que tendría que hacer quienes tuvieran sus orígenes fuera de Euskal Herria para abandonar el país si se cumplían los deseos de los «nacionalistas», vascos, se entiende.
José María Aznar bramó que nadie tendría que hacer jamás las maletas para abandonar el País Vasco porque para impedirlo ya estaba su aguerrido gobierno. Un día antes, Felipe González había alertado de los riesgos de la autodeterminación. Llegaba la hora del discurso del miedo, a falta de proyectos atractivos para la ciudadanía vasca.
Eran las autonómicas del 98 y, otra vez, fueron legión los paracaidistas. Había que combatir algo tan peligroso como la ilusión, para lo que, en primer lugar, se lanzaron a estigmatizar a quienes defendían aquel principio tan básico y que tan magistralmente se formuló en euskara: «Euskal Herriak du hitza eta erabakia» (Euskal Herria tiene la palabra y la decisión), por frentistas, por excluyentes, por totalitarios…
Tenían que combatir hasta la mera oportunidad, la oportunidad de que, esa vez sí, se levantara un proceso democrático popular, algo que no podían asumir quienes solo les quedaba el recurso imponer su voluntad minoritaria por encima de todo. Poco han cambiado en eso durante estos años. Aunque tampoco toda la culpa entonces fue suya, es hora ya de reconocerlo, pues las fuerzas que debían alimentar aquel proceso no anduvieron en absoluto atinadas.
De aquel estigma, de aquellas acusaciones de frentismo, de aquellas «maletas» que deberían hacer los llegados de otros sitios y sus descendientes, de todo aquel disparate se llegó al paroxismo, representado políticamente por el tándem Redondo Terreros-Mayor Oreja. Un paroxismo que tiempo después llevó al afamado juez Garzón a redactar un auto sobre limpieza étnica y depuración del censo. En sus delirantes argumentaciones, por llamarlas de alguna forma, hizo notar que los niños nacidos en Barakaldo eran inscritos luego, por ejemplo, en Bilbo. Pasemos por alto que en Barakaldo se encuentra el Hospital de Cruces. Hasta ahí llegó Baltasar, ese juez que ha visto desfilar ante sus ojos a decenas de personas sometidas a tormento y que hoy hay quien, de cuando en vez, lo quiere presentar como faro de la progresía española. Acabáramos. Pero no se trataba de la demencia de un individuo. El diario ‘El País’ ensalzó, en su editorial, el auto donde soltó las majaradas aquellas como nada menos que «audaz», si bien –carraspeando– tuvo que reconocer que al magistrado se le había ido la mano y que algunas cosas, como la de la inscripción de recién nacidos, resultaban poco plausibles.
Todo aquel exceso, podría aducirse ahora, se justificaba por la persistencia de ETA, porque, ya se sabe, sin violencia todo hubiese sido posible, incluso una España menos carpetovetónica. O como se dice ahora, susceptible de ser democratizada. Sin violencia todo es posible, ya lo hemos comprobado palmariamente estos últimos cinco años.
La realidad es que el cambio de ciclo propiciado por la modificación estratégica de la izquierda abertzale no trajo una respuesta positiva por parte del Estado español, y eso que alguno, como Antonio Basagoiti, auguró que, sin ETA, el PP subiría como la espuma en Euskal Herria, ya que podría expandirse y explicarse.
Sin embargo, el unionismo pinchaba otra vez, sin nada que ofrecer a los vascos, salvo dependencia y recortes en todo tipo de derechos. Ya sabemos qué representación tienen ahora mismo PP y PSOE en la Cámara de Gasteiz, y aún bajarán más tras las elecciones del 25 de setiembre.
Por eso el PSOE ha decidido cabalgar otra vez sobre el mensaje del miedo, el miedo autosugestionado a vivir en un lugar donde puedes ser marginado y discriminado por la ensoñación nacionalista, que antes era capaz de cambiar partidas de nacimiento y ahora te jode la vida al no permitirte acceder a trabajo público. La lengua vasca es una imposición, un obstáculo.
Mendia es plenamente consciente de que le pueden caer chuzos de punta y de que indignará a muchísima gente, que ve cómo no son respetados sus derechos lingüísticos y ahora debe sufrir el escarnio del infame vídeo. Pero, en realidad, de esto se trata, de polarizar, de fijar caladeros que estén dispuestos a tragarse la patraña y, «frente al nacionalismo impositivo», disputárselos a PP y Ciudadanos. Una suerte de «voto útil» ante esos partidos que se les supone menor chance.
Ser la primera fuerza del españolismo, ese es el objetivo reeditado, con un discurso con el que no solo disputar «por la derecha». Es más, el objetivo sería constituirse en la primera fuerza del unionismo, incluido el ahora llamado «democrático», es decir, colocarse por encima de Elkarrekin Podemos. No cabe olvidar posicionamientos sindicales muy poco edificantes para la salvaguarda del euskara. Y en Nafarroa ya hemos visto que la de la lengua es una cuestión en la que los engranajes chirrían y se le ven las costuras a las fuerzas que apoyan el Gobierno del cambio, como cuando Izquierda-Ezkerra y Podemos sumaron sus votos a los de UPN y PSN para tumbar en el Parlamento navarro una OPE en la Enseñanza, apoyada por Geroa Bai y EH Bildu.
Y un simple spot parece hacer olvidar, aunque solo sea en esa realidad virtual que proyectan las campañas electorales, que el PSE constituye de forma continuada el aliado principal del Gobierno de la administración aludida en el vídeo. El PNV, mientras, aprovecha ese mantra, que atribuye frentismo a todo lo que pueda generar dinámicas importante de cambio, para apuntalar su tan trasversal entente con el PSE. No cavar trincheras se ha convertido en el pretexto perfecto para esconder tanta falta de voluntad política.
Porque el frentismo ha sido otro, aquel que perpetúa una situación anquilosada, el que ha impedido en la última legislatura adivinar siquiera algún avance en temas centrales, como autogobierno y paz. Ponencias y comisiones anunciadas a bombo y platillo duermen en el sueño de los justos. Mientras, la dependencia respecto a los designios impuestos desde Madrid lastra economía y avances sociales. Pero, ya se sabe, pretender siquiera acuerdos de calado con un abrumador apoyo del Parlamento fracturaría a la sociedad. Y Urkullu no es Ibarretxe, oiga.