‘Naparra’: más presente que nunca, tan desaparecido como siempre
Lo anticipaba Eneko Etxeberria en uno de los paseos para calmar los nervios, enfrente de la excavadora que no dejaba de levantar tierra: «Si al final no aparece, al menos se habrá vuelto a hablar de mi hermano». Un rayo de esperanza que no se apaga, pese a la decepción evidente de la búsqueda infructuosoa ayer en las Landas.
Eneko tenía 17 años cuando hicieron desaparecer a José Miguel. Ayer, a los 54, no pudo cerrar esta página que ocupa casi toda su vida. Ni Celes, la madre, que aunque mantiene una energía casi inverosímil ya va camino de los 90. Para los Etxeberria Álvarez, la localidad landesa de Labrit era ayer la oportunidad de sellar una herida abierta, acabar con lo que Eneko tantas veces ha definido como «tortura». Ahora es una frustración más, como lo fueron en su día Xantaco, Andoain… Su tristeza a media tarde, tras escuchar al procurador de Mont de Marsan decir que la búsqueda se cerraba sin resultados, era notoria pero serena. No tenía ganas de hablar –tampoco había gran cosa que decir–, pero sí de enseñar a las cámaras la camiseta y la chapa con el rostro de José Miguel.
Su lucha sigue. Y lo peor es que ni siquiera parece totalmente descartable que, como afirma ese testigo anónimo ligado al terrorismo de Estado, el cuerpo de «Naparra» fuera enterrado en ese robledal de Labrit. Confirmó Iñigo Iruin, abogado de la familia, que la búsqueda ayer resultó «minuciosa», pero circunscrita al espacio que se corresponde con los datos dados por esa fuente. No había opción de levantar todo el robledal. Y en las tres parcelas que se exploraron no apareció resto humano alguno. Y sin embargo… El propio Iruin apuntó que quién sabe si podría estar en otra parte del mismo arbolado. La forense de la Gendarmería, Anne Coulonbeix, añadió que no cabe descartar opciones como que el cuerpo fuera enterrado allí en 1980 pero movido posteriormente a otro lugar.
De la ilusión a la frustración
La jornada comenzó antes de salir el sol. De Donostia a Mont de Marsan hay casi dos horas de coche. En la misma rotonda de entrada un letrero señala el desvío hacia Labrit. Antes está Brocas, otro pueblo de menos de 1.000 habitantes. Parajes perdidos, despoblados, yermos. Se anunciaba que la Gendarmería buscaría entre los kilómetros 53 y 54 de la carretera local D651 que une ambos pueblos, pero allí solo se divisaba a algunos periodistas, y donde sí había movimiento policial era llegando a Labrit, entre los puntos 51 y 52. Y es que el informe elaborado por Paco Etxeberria a partir de los datos aportados por la fuente anónima definía dos posibles emplazamientos. La descripción partía de un puente de piedra situado bajo la carretera, y en realidad en esos ocho kilómetros de vía hoy día no existe un puente, sino dos.
A las 9.10, más de una docena de gendarmes recorría ya ese camino de tierra, a cuya entrada se lee Chemin de Grué y en cuyo fondo hay una casa. A casi 150 metros asomaba sobre los pinos jóvenes y la maleza una excavadora amarilla, que sería durante toda la jornada como el imán que atraía todas las miradas. El reloj superaba las 10.30 cuando arribó una caravana de seis vehículos: el forense Etxeberria junto a Iruin, la jueza Solenne Motyl, el teniente coronel encargado del operativo, una camioneta policial blanca de «Investigación Criminal»…
Todo era mera intuición a esa hora, deseos que quizás se confundían con realidades, pero dado que se había descartado uno de los dos emplazamientos, se había encomendado el trabajo a un alto mando policial y las labores arrancaban tan tarde… todo parecía apuntalar la tesis de que la Gendarmería iba ya «a tiro fijo». Atrás quedaban cuatro meses de preparativos.
La confianza se iría diluyendo y rebrotando a la vez durante todo el día, entre paseos en busca de alguna rendija por la que ver los trabajos, cigarrillos para calmar los nervios y conversaciones que iban de lo trágico a lo cómico. Y entre tanto, preguntas, muchas preguntas: ¿Y si el cuerpo aparece? ¿Y si no está? ¿Por qué lo iban a enterrar aquí? ¿Y por qué no?
Desde el otro lado de la carretera, no había otro quehacer que esperar y desesperar escudriñando las evoluciones de la excavadora, una especie de corona amarilla sobre el marrón y verde del bosque: «Si deja de levantar tierra, será buena señal». Pero eso solo ocurriría en algunos momentos y durante breve lapsus de tiempo. Luego volvía a rugir y a escupir arena.
El suelo de esta zona entre Brocas y Labrit es casi una playa, muy blando; puede moverse con las manos y excavarse a golpe de patada. Si alguien enterró ahí a «Naparra» hace 37 años, no debió costarle mucho esfuerzo. Pero, ¿dónde exactamente? Y más preguntas: ¿Cuánto ha cambiado el terreno en esas casi cuatro décadas? ¿Es posible que los árboles que describe el testigo oculto ya no estén, o que hayan surgido unos nuevos? ¿Lo habrá determinado algún experto en la materia? ¿Se estará basando la Gendarmería en mapas o fotos de la época?
Y lo que queda
Tras una pausa para comer, la búsqueda se reanuda a las 14.30. En el primer sector no se ha hallado nada; en el segundo, solo algún plástico; el tercero se revisa en apenas media hora. Es entonces cuando se anuncia que comparecerá ante los medios el procurador de Mont de Marsan, Jean Philippe Recappé. Y llega el jarro de agua fría definitivo, el «golpe» en palabras de Iruin: la búsqueda no solo ha concluido por este día, sino que se da por finiquitada al entenderse cumplido el encargo de la Audiencia Nacional. Solo una nueva comisión rogatoria la reactivará.
La notificación cae a modo de losa sobre Eneko Etxeberria, como si los 37 años se vinieran encima otra vez de golpe tras abrirse un claro entre las nubes. Casi cuatro malditas décadas que complican todo hasta extremos insospechados. De hecho, Iruin confirma que el otro emplazamiento posible fue descartado «rotundamente» por la Gendarmería dado que al revisar fotografías aéreas y mapas de la zona se constató que en 1980 no existía la zona de arbolado que refiere el testigo. Entre medio ha habido inundaciones, se ha ensanchado la carretera, se ha cementado un puente de piedra, algunos árboles han desaparecido, otros han crecido... Podría decirse que solo permanece intacto el dolor de los Etxeberria Álvarez en su lucha infatigable por la verdad. Y la de su abogado, que ya baraja nuevas diligencias: «¿Podrá el testigo aportar algún dato más?».