Hatortxu Rock, un festival que se construye en primera persona del plural
Organizar un festival como el que se prepara en Lakuntza en la vigésima edición de Hatortxu Rock es asumir un objetivo ambicioso; enrolar a más de seis mil voluntarios y voluntarias para que la singladura sea exitosa es una empresa titánica. Seis mil personas, que se dice pronto, trabajando con la única aspiración y recompensa de que todo discurra por los cauces previstos. Ni más ni menos.
La cifra abruma y, sin embargo, desde la organización del evento contemplan ese caudal de compromiso con la normalidad de quien reside en un país acostumbrado a gestas de similar calado. «El trabajo comunitario, el auzolan, es uno de los tesoros más importantes que tiene Euskal Herria, y Hatortxu Rock es otro ejemplo de ello. Es una muestra de que cuando nos juntamos, cuando unimos fuerzas, podemos llegar a grandes metas. Deberíamos trasladar este espíritu a otros ámbitos de la sociedad», resume para GARA Aitor Agirrezabal, integrante del grupo de personas que desde hace más de un año prepara con mimo esta cita.
Hilando más fino, los organizadores de Hatortxu han fijado una cifra exacta: 6.718. No es un número al azar, es la cantidad de turnos necesarios para que Hatortxu Rock 20 funcione a la perfección, para que el mayor festival solidario de la historia de Euskal Herria no chirríe en ninguno de sus engranajes. Es un reto –en un Hatortxu “normal” suelen juntarse unas seiscientas personas– y no se esconden, de hecho, han hecho público el número y en las últimas semanas han emprendido una campaña de comunicación en medios y redes sociales que pivota sobre ese eje. «Necesitamos que la sociedad asuma el proyecto como suyo y sume fuerzas», enfatiza Agirrezabal. Y no les está yendo mal, pues la respuesta ha sido masiva, y se han apuntado voluntarios de todas partes, también de fuera de Euskal Herria, con gente procedente de los Països Catalans, Galiza, Madrid…
Y eso que en un primer bote el contexto no parece el más propicio para embarcarse en este tipo de aventuras, cuando la figura del militante está siendo objeto de revisión y parece, se comenta, que la gente joven es más selectiva a la hora de comprometerse con una causa, sea cual sea la forma de hacerlo. Las dinámicas propias de la sociedad vasca, las influencias de su entorno geográfico y cultural más cercano y un escenario político inédito en más de medio siglo parecen haber atemperado el ánimo de un colectivo siempre comprometido. Eppur... si muove. Y se mueve a lo grande. A este respecto, los organizadores señalan que Hatortxu Rock, que no es una organización como tal sino un grupo de personas que se juntan para organizar este acto en exclusiva, no ha sufrido grandes cambios, y que si acaso se ha acentuado la apelación por su parte al voluntariado y el auzolan.
Endika, vecino de Iruñea que lleva vinculado con Hatortxu Rock desde sus albores hace dieciocho años, coincide en que, efectivamente, «han cambiado las costumbres, y hay diferentes grados de compromiso», pero añade a renglón seguido que «cuando se plantea un reto de este calibre la respuesta es excepcional». Destaca en este sentido el grado de implicación que está mostrando la juventud de Lakuntza, «algunos muy jóvenes», en los trabajos previos para que todo esté dispuesto para el día 27. No ahorra palabras de gratitud, y apostilla que ahora el reto es que toda esa chavalería que salta como un resorte ante un evento puntual se implique también en el trabajo diario en sus pueblos y barrios en favor de las represaliadas y represaliados.
En cualquier caso, y ante la pregunta de qué cuerpo se le queda a uno que lleva en esto desde el inicio ante el hecho de que más de seis mil personas se vayan a presentar voluntarias en esta edición, el iruindarra responde que «cuando empezamos entonces en el frontón de Berriozar no imaginábamos que fuera a llegar a tanto». Sin embargo, también apostilla que «nosotros no estamos contentos por celebrar este festival, desearíamos no tener que organizarlo, pero si hay que hacerlo, tiene que ser grande». Y se congratula de que se está hablando del Hatortxu y, por tanto de los presos, «hasta en los lugares más recónditos; eso nos da muchísima fuerza». Porque, tampoco pasa por alto, «uno de los objetivos era dar un golpe sobre la mesa, sacudir el escenario y lograr que en este tema se pase de las palabras a los hechos».
June, iruindarra como Endika, de la Txantrea para más señas, coincide cuando se le pregunta cómo le gustaría que discurriera esta vigésima edición. «Que no ocurra nada malo, claro, pero sobre todo me gustaría que este fuera el último Hatortxu, que no fuera necesario hacer ninguno más». Ella lleva también un tiempo trabajando como voluntaria; hace cuatro años empezó haciendo un turno, desde entonces ha ido implicándose más y más, y este año estará los cuatro días al pie del cañón. No estará sola: «casi toda la gente que conozco del barrio tiene por lo menos un turno, es en general gente concienciada», afirma, para negar la mayor y enmendar la tesis del declinante compromiso juvenil: «los números de este Hatortxu indican lo contrario», zanja. También tiene claro que un evento de este tipo, en favor de las presas y presos, tiene que salir adelante con trabajo voluntario.
«La solidaridad siempre ha sido una de las mayores virtudes de la sociedad de Euskal Herria, y si sumas solidaridad y auzolan el resultado es único», Agirrezabal explica la receta de esta forma. Y profundiza en los ingredientes: «además, nuestro mensaje trata de sumar cada vez más adeptos. Es vengativo que en 2017 sigamos hablando de dispersión y alejamiento de presos políticos. Somos cada vez más quienes entendemos que la resolución del conflicto político y la superación de las consecuencias del conflicto armado deben pasar, sí o sí, por la vuelta a casa de todas las represaliadas. Nosotras, durante estos 18 años y 20 ediciones, hemos tratado de atraer al mayor número de gente posible a esta reivindicación y lo hemos hecho a través de la música».
De esto último, de música, van a estar sobrados quienes acudan a partir del próximo jueves a Lakuntza. Pero, ¿hay algún apartado en el que cojea la nómina de voluntarios? ¿Hace falta aún un tipo determinado de voluntario, por sus conocimientos técnicos, profesión…? Los organizadores no acotan opciones y dan la bienvenida a quien quiera apuntarse. Pero sí señalan que algún médico más no estaría mal, y que en este tipo de festivales siempre vienen bien electricistas. En la enfermería, por contra, están los turnos llenos. «Al final, prácticamente hemos creado un nuevo pueblo junto a Lakuntza y todo el mundo puede ayudar. Hay trabajos más específicos y hay otros en los que basta con tener ganas de ayudar».
Y de esto último, soplen los vientos que soplen, no parece que nuestro pueblo vaya a ser nunca deficitario.