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Miedos y daños un año después de apagar el incendio perfecto

La mayoría de las más de 3.500 hectáreas del mayor incendio que se recuerda en Nafarroa han despertado del carbón y la ceniza. El bosque mediterráneo sabe sobrevivir a las llamas, las necesita. Pero la posibilidad de otro fuego parecido resulta preocupante.


Hace un año que alguien sin identificar lanzó una colilla cuando cruzaba por la autopista AP-15 a la altura de Tafalla. El cigarro encendido cayó sobre los hierbajos secos de la mediana. El resto del trabajo quedó en manos de la naturaleza, que había preparado para ese día las condiciones del incendio perfecto, que se recogen en la regla de los «tres treintas»: más de 30 grados de temperatura, un viento de más de 30 kilómetros por hora (hubo rachas de 45 km/h.) y una humedad menor del 30% (en este caso, era del 15%).

«Fue el incendio más grande que ha tenido este Servicio de Bomberos», recuerdan desde el Área de Campañas Forestales, que citan como precedente el de Sunbilla de diciembre de 1989, en el que ardieron 2.500 hectáreas. Pero la ferocidad de las llamas del año pasado fue muy superior. «Hablamos de mil hectáreas más en un incendio que duró solo 15 horas».

Con todo a su favor, el fuego hizo cosas impensables. Mientras un camión de bomberos echaba agua en la mediana, las llamas saltaron el doble carril y prendió la orilla oeste. Y en tanto que los bomberos se reposicionaban, aquel primer fuego les terminó de dar jaque mate con un triple salto: vías del tren, nacional 121 y el río Zidakos. El incendio había alcanzado la zona de campos de cereal y retales de bosque de coscojas, chaparros y quejigos, a las que se accede por una confusa red de pistas de arena que solo conocen del todo bien agricultores y guardas, y complicando mucho acceder hasta las llamas que avanzaban ya descontroladas. El fuego corrió hacia zonas despobladas entre Tafalla y Artaxoa.

Un incendio no avanza por el campo de manera constante como cuando se prende la esquina de un folio con un mechero. Del frente de llamas salen volando yerbas y astillas encendidas y, de repente, otro fuego se inicia varios metros por delante sobre una tierra normalmente recalentada por la cercanía de ese frente. Eso son los saltos. Antes de que las llamas cercadas por cortafuegos hechos por tractores murieran a manos de camiones de bomberos, aviones y helicópteros, el fuego se saltó el Canal de Navarra y obligó a desalojar Añorbe.

La vegetación como combustible

¿Puede Nafarroa vivir otro incendio semejante? Los especialistas en incendios forestales son tajantes: «Tranquilamente. Claro puede haber otro igual. Eso no quiere decir que no hayamos aprendido, siempre se aprende con la experiencia. Sabemos cómo organizarnos mejor y cómo se comporta, Aunque nunca te deja de sorprender. El salto del Canal fue de 24o metros. No lo esperábamos para nada. Aun así, el plan de punto de extinción funcionó», asegura Juantxo Cisneros, uno de los especialistas del Cuerpo de Bomberos en incendios forestales que, hace un año, estaba en labores de dirección del enorme operativo. «Pero no basta solo con saber apagar fuegos», insiste.

«El monte vale muy poco dinero y sus dueños no se preocupan por él ni merece la pena venderlo. Todos utilizamos combustibles fósiles para el día a día. Por eso no se saca apenas leña y así la masa forestal va creciendo. Todo el combustible que no se recoge se queda en el monte y puede que algún día arda», explica el técnico.

El Servicio de Bomberos de Nafarroa tiene 70 años. Antes había incendios también que se apagaban de forma natural, pero la diferencia radica ahora en toda esa cantidad de combustible que antes no había, según subrayan los expertos. «Siendo honestos, nuestra intervención en este tipo de fuegos es muy nueva. Históricamente, los bomberos empezamos a apagar incendios en ciudades. Y ahora en las ciudades no tenemos ningún problema, pues sabemos dónde poner cada toma de agua, cada extintor, qué materiales usar... y se construye según estas normas», prosigue Cisneros. «Todas esas protecciones pasivas son para nosotros una ayuda y hacen que los incendios urbanos resulten cada vez más pequeñitos», explica.

El exceso de combustible (o de vegetación, como se quiera) explica por qué ahora el fuego puede propagarse con mayor rapidez y voracidad (el año pasado fueron 35 kilómetros cuadrados en medio día). Mientras, hay otros factores que preocupan más, porque no es solo que no se programen estas «protecciones pasivas» en el campo, sino que muchas de las que existían se deterioran. «El éxodo rural ha continuado, los caminos y pistas caen en desuso y para apagar un fuego tenemos que poder llegar hasta él con garantías», explican los expertos.

«Apagando pequeños incendios somos realmente muy buenos. El otro día se produjo uno a causa de un rayo en Arroitz y lo apagamos enseguida. Pero si se nos escapan, tenemos un problema serio», asegura Cisneros, que enumera con preocupación casos como Portugal, Grecia o el sur del Estado francés, donde el fuego ha obligado a evacuar a grandes urbanizaciones. «Toda la zona mediterránea está en peligro de sufrir un gran incendio. De lo único que depende es del punto de inicio. Y nadie puede permitirse un Servicio de Bomberos tan grande como para contenerlo cuando no se sabe si algún día llegará. Por eso es injusto que toda la responsabilidad caiga sobre los bomberos. Hace falta una respuesta como sociedad».

Las grandes rapaces, las más afectadas

Fermín Erdoziain, un guarda forestal que lleva décadas vigilando esos montes quemados, se para junto a un roble quejigo de varios metros de alto y con el tronco del grosor de una papelera. El árbol está muerto, pero de la raíz surgen nuevos brotes. «Tendrá unos 90 años», calcula. «Si los árboles echan brotes en las ramas, los dejamos. Si no, lo mejor es cortar. Aunque a veces nos equivocamos», prosigue mientras señala otro quejigo con pequeñas hojitas en las ramas altas, pero marchitas. «Ese echó brotes pero no ha aguantado. También es bueno dejar alguno, para que se agusane y se lo coman los pájaros. Forma parte del ciclo natural».

La mayor parte de la masa forestal afectada, algo menos la mitad del total que ardió, está respondiendo muy bien. Erdoziain está contento por los enebros. «Es muy-muy difícil que rebroten. Y aquí están tirando todos», explica. «Hemos replantado como apoyo, pero solo donde el suelo es más pobre, en los carasures de los montes. Lo demás ya tira solo», continúa. «Los olivos y los almendros los ponemos abajo, junto a las piezas. Y luego ya replicamos lo que hay: romero, encina, roble. Antes se hacían pruebas en plan: ‘¿Qué tal irá aquí un arce canadiense?’ Ahora nos hemos dejado de esas gilipolleces». En total, son 70.000 plantas nuevas, todas reintroducidas en 70 hectáreas de las más de 1.500 de bosque afectadas.

«Ya se sabe que el fuego es caprichoso. Quema aquí y allá dejando árboles sanos en medio. Lo peor se lo ha llevado Artajona», asegura. «Los pinos arden del todo, los robles y encinas se defienden mejor. El bosque mediterráneo está preparado para arder, es su ecosistema», asegura el forestal.

Sobre la fauna, Erdoziain cree que las peor paradas han sido las rapaces. «Perdices y conejos aguantan. Vimos corzos quemados, pero no les afecta demasiado. Como al jabalí, si al corzo no le gusta aquí porque está quemado, se van allá. No son exigentes», explica. Pero las águilas reales y los milanos, sí. «Esos hacen nido en los pinos y, este año, cuando les tocaba criar, no han podido. Son animales territoriales. Si intentan ir a alguna otra parte, el águila de allá les zurra. Un año de nidada hemos perdido seguro», asevera el guarda.

Habrá que esperar unos años a ver, pero de momento el Gobierno ni siquiera se cierra a que se permita cazar esta temporada. En general, el Departamento de Medio Ambiente transmite un optimismo contenido.