Expertos en pequeñeces
Estando en Arantzazu, los jóvenes que luego formarían la generación más brillante del pensamiento vasco sufrían una crisis de fe bestial. Dudaban de la existencia de Dios, temían por el futuro del euskara y de Euskal Herria, una sexualidad pecaminosa les despertaba todas las noches, soñaban con un mundo que trascendía con mucho las fronteras entre Araotz y Urbia, y no estaban dispuestos a esperar a la muerte para conocer todo aquello. Eran jóvenes, inteligentes, comprometidos y vascos. Su mundo no era de aquel reino.
Junto con ellos había otros jóvenes frailes que no padecían esas crisis. Sus debates eran otros. En concreto, tenían dudas por ejemplo de si, a la hora de la eucaristía, si la hostia quedaba alojada en la lengua por la parte de encima quizás se estuviese cometiendo un pecado, al lamer el cuerpo de Cristo. Sus compañeros los llamaban «expertos en pequeñeces».
Estos días en Catalunya me he acordado muchas veces de esta anécdota contada por uno de los fundadores de Jakin. Por poner el último caso: el rey español declara la guerra y muchos se extrañan de que no haya hecho referencia a los heridos por la Policía española el día del referéndum, cuando lo que ha dicho es que va a haber todos los heridos que haga falta para mantener la unidad del Estado, que lanza a todos «los poderes del Estado» contra la sociedad catalana, sus representantes democráticos y sus instituciones legítimas.
En general, no me refiero a la manera en la que los escándalos prenden y se apagan en las redes como una cerilla mojada, ni siquiera a los memes y otras sandeces por el estilo. No es que no me haya reído estos días con algunos de los pasajes delirantes que se han vivido en Catalunya. No es que me ponga intenso, ni solemne, y que pida que todo el mundo asuma mis preocupaciones como propias.
Me preocupa el simplismo demagógico, la tendencia a la banalización y a la frivolidad. Existe un debate sobre los límites del humor, algo lógico en tanto en cuanto se persigue, pero creo que de humor andamos sobrados. Lo que andamos justos es de pensamiento, de profundidad.
En un reciente artículo en Gaur8 mencionaba hace poco a Ferran Requejo, que se refería en una entrevista en estas páginas a la indigencia intelectual del Estado español. «Francamente, es de un nivel analítico e intelectual deplorable. No tanto por lo que piensan, sino sobre todo por desde dónde lo piensan, hay que mirar las plataformas intelectuales desde las que analizan lo que ocurre. Es un Gobierno tercermundista en términos mentales», resumía.
Se habla mucho de la determinación, del coraje y del trabajo que han traído a los catalanes a las puertas de su soberanía y la libertad. Siendo todo esto cierto y reseñable, no cabe olvidar el pensamiento que han desplegado para llegar aquí, el debate público, la gestión de las discrepancias, la producción intelectual de estos últimos años. Han pensado mucho y han pensado bien.
Cuidado con los expertos en pequeñeces, porque vacunan a los pueblos y a las sociedades contra la grandeza humana como la que vemos estos días en las calles de Catalunya.