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«Yo te creo»: iluminar el violento relato de las mujeres

El grupo de trabajo Gogoetabidean del Foro Social, que profundiza en la perspectiva de género, ofreció el relato de seis mujeres que han padecido distintos episodios de violencia machista. Creer en sus testimonios, es decir, reconocerlos, como paso imprescindible para la reparación. «Yo te creo» desea dar más pasos y ayudar en la construcción de la paz.


El grupo de trabajo Gogoetabidean del Foro Social, que ahonda en la perspectiva de género, dio ayer voz a siete mujeres en Bilbo. Testimonios duros de escuchar; más difíciles aún de contar, porque les obligaba a recordar. Nerea, Ixone, Maddi, Katya, Lolita y Edurne, una pequeñísima pincelada de una realidad cotidiana: la evidencia de las múltiples violencias que sufren las mujeres en diferentes contextos. Agresiones, torturas, persecución, violaciones, vejaciones… y después el intento de acallar lo ocurrido, de no darle crédito porque las vulneraciones llevan nombre de mujer. De animar a mirar para otro lado, de olvidar… después llega la impunidad. Precisamente por eso el título del acto: «Reconocer la verdad de las mujeres: yo te creo».

El lugar elegido, los jardines de Solokoetxe, tampoco fue casual. Antaño hubo una cárcel de mujeres, un hospital, un hospicio que recogía a niños cuyas madres no podían hacerse cargo… mucha historia e historias donde hoy se encuentra la escuela de música.

«Llevar a cabo un reconocimiento colectivo de las violencias sufridas, en plural, y dar credibilidad a sus testimonios en el proceso de la construcción de la paz», será fundamental, apuntaron, y «no solo las directamente relacionadas con el conflicto armado» vivido en Euskal Herria.

La iniciativa busca ser el punto de partida para crear complicidades entre mujeres diferentes que han vivido experiencias muy distintas, aunque en todas ellas subyace la violencia machista. «Venimos a reflexionar, a reconocer, las mujeres protagonistas hoy son mujeres valientes», anunció la periodista Ilaski Serrano, que condujo el acto.

«Hemos venido porque somos mujeres. Nuestras voces, nuestras vivencias, nuestros cuerpos, ya lo sabéis, nuestros dolores no valen lo mismo. Somos invisibles, nos han hecho invisibles», subrayó.

Hablar y compartir para dar visibilidad pero, sobre todo, para convertirse en agente activo, también en este proceso de paz que está en marcha en nuestro país. «Somos fundamentales», defendieron.

La mujer, sujeto activo

Desde el grupo Gogoetabidean, Mari Luz Esteban e Irantzu Mendia pusieron el acento, en primer lugar, en seguir dando pasos hacia el reconocimiento, la justicia y la reparación. «El llamado ‘conflicto vasco’», añadieron, «se ha cruzado con otras violencias», como la machista, que «ha golpeado la vida de muchas mujeres en contextos y lugares diferentes», aunque la lucha es colectiva y compartida. La reflexión es la siguiente, dijo Esteban: «Por un lado, que ha habido violencia machista dentro de la violencia política derivada del conflicto vasco, pese a que, en la mayoría de los casos, haya pasado inadvertida. Queremos sacarlo a la luz porque, a través de miradas parciales, es imposible conocer todas las vulneraciones cometidas».

Segunda reflexión, agregó: «Por otro lado, se han sucedido violencias contras las mujeres que son estructurales, porque esta no tiene fronteras ni fin».

A este respecto, recordaron a las dos mujeres muertas por sus parejas en una sola semana en Euskal Herria: Noelia Noemí y Ana Belén Jiménez. «La violencia contra las mujeres es un problema de primer orden» y, por ello, exigieron que esté en la agenda política.

El acto de ayer mostró voces y formas diversas, contextos dispares, realidades particulares pero con mucho en común. Para todas ellas se exigió atención y escucha, el reconocimiento de que sucedió, de que las creemos porque es verdad lo que cuentan. «El primer paso de la reparación –dijo Mendia–, es no poner en cuestión el relato; es decir, reconocerlo». De ahí el acto, justificó Gogoetabidean.

«En numerosas ocasiones se nos ha ordenado callar, se nos ha recomendado no contar lo vivido. Muy pocas veces se han puesto estas experiencias en la primera línea y, en la mayoría de los casos, no nos dan veracidad. Es un ejercicio de mirar para otro lado, de negar, de menospreciar».

Con este ejercicio vivido ayer en Solokoetxe, desde el Foro Social se pretende que los relatos, las palabras contribuyan en este proceso de paz cuya construcción debiera ser colectiva, recordaron. «Situar esta violencia estructural en este otro proceso porque, de lo contrario, dificilmente lograremos una paz cuyo pilar sea el bienestar de todos, una paz que sacie a cualquiera».

El camino, para que dé sus frutos, se hará con alianzas, con solidaridad, compartiendo y abriendo las puertas a una participación real de la mujer en todos los ámbitos, también como agentes de paz. Reconocerse mutuamente la verdad, extenderla a la sociedad, que ella también la asuma y la comparta como herramienta indispensable para construir el futuro.

Nerea DEL CAMPO

Víctima de su expareja

«Gracias a la fortaleza de otras mujeres sigo adelante. Pido a la sociedad que nos trate como a adultas»

«Tengo 46 años, soy de Eibar y soy madre de un niño de nueve años». Nerea del Campo arrancó su testimonio presentándose, y recordando que el mes que viene se cumplen diez años de aquella «agresión brutal» que «puso en peligro la vida» del hijo que esperaba. El agresor era el padre biológico de ese bebé.

Denunció los hechos, y al día siguiente fue llamada a un juicio rápido. «La jueza me dijo que me fuera a casa, que aquello era un arrebato de celos fruto de las hormonas del embarazo. Un año después la Fiscalía actuó de oficio y condenó al padre de mi hijo a dos años de alejamiento».

Dijo orgullosa que ella ha seguido todos estos años con su verdad. «Lo puedo decir más alto pero no más claro: soy superviviente de violencia de género. Gracias a la fortaleza de otras mujeres sigo para adelante. Pido a la sociedad que nos trate como a personas adultas y que nos escuchen para ayudar a las que vengan por detrás».

Ixone FERNÁNDEZ

Detenida y torturada

«Es difícil cerrar las heridas cuando no te creen. La Ixone que yo era desapareció en comisaría»

Fue detenida por la Policía española el 8 de febrero de 2005 y, aquel día, la Ixone Fernández que era desapareció. Cinco días detenida, incomunicada, sintiendo en sus propias carnes «el infierno», tal y como ayer lo describió. Violencia, humillaciones, vejaciones, amenazas, miedo, terror…

El relato que hizo de todo ello al forense de nada sirvió; tampoco el que hizo ante el juez. «Cualquier cosa que le ocurra a tu madre merecido lo tendrá», «vaya decepción de mujer…». Aniquilarla como persona y acabar con ella internamente.

Han transcurrido doce años y los recuerdos siguen estando frescos, aún duelen. Culpabilidad, miedo, desconfianza… «¿Seré demasiado débil?». Pérdida de confianza. Todo demasiado duro y pesado. «Me han invisibilizado». Reconoce que parte del camino después lo ha recorrido sola y que lleva a sus espaldas una mochila cargada de miedos.

«Soy víctima de torturas, pero he logrado seguir adelante». No obstante, apunta lo difícil que resulta cerrar la herida «cuando no te creen».

Ella, hoy, para describir cómo se siente, recuerda la costumbre de los japoneses de reparar los jarrones cuando éstos se rompen. Los sellan con plata y oro, no esconden las cicatrices, quedan en evidencia. Es símbolo de la resiliencia, de la capacidad de recuperarse. Estos jarrones, además, están más reforzados que aquellos que nunca se quebraron en pedazos.

Maddi LASA

Víctima de una violación

«He sentido culpa por el dolor de mi familia, incluso por ser mujer. Fui víctima, pero ya no lo soy»

Reconoció ante los asistentes que tuvo dudas sobre su participación en el acto de ayer porque no resulta fácil abrirse. Pero acumuló valor y lo hizo. No habló en Solokoetxe sobre la violación que sufrió, sino de sus consecuencias.

Ha sentido culpa por creer que no se defendió, aunque lo hizo, ha sentido culpa por el dolor de su familia, ha sentido culpa por existir, por ser mujer. «Ahora lo sé, yo no tengo la culpa de que me violaran», dijo. A este respecto, criticó que la sociedad a menudo pone el foco en las mujeres que han sufrido algún tipo de agresión, lo que agudiza su sufrimiento.

Aquello la hizo una persona desconfiada, con miedos, temores, y trajo consecuencias muy negativas en sus relaciones de familia, de amistad, de pareja. También reconoció que se autolesionó durante mucho tiempo. «Fuí víctima, pero ya no lo soy», afirmó con entereza. Cree que al atribuirse ese término parece que «no he hecho nada» por enfrentar la situación, y sí lo ha hecho. El camino ha sido largo, pero Maddi lo ha recorrido.

 

Katya GIMBERG

Inmigrante

«Durante un año me lavé con lejía porque me sentía sucia. Sigo procesos terapéuticos, y hoy creo en mi»

En la cárcel una se siente muy pequeña, describe Katya, una mujer de origen brasileño que estuvo privada de libertad por ser migrante. Aún su situación no está regularizada y vive con el temor a cuestas.

Denuncia la propia cárcel y sus estructuras, su arquitectura. «Incluso eso está construido pensando en los hombres. La prisión no es un espacio que esté pensado ni adaptado para las mujeres». Allí suceden violaciones de derechos humanos y aniquilan todo proceso posible de iniciación, denunció. A ella le ha ocurrido. Durante un año estuvo lavándose con lejía «porque me sentía sucia».

Sobre la importancia de creerse estos relatos y, sobre todo, de poder compartirlos, también reflexionó. Por eso agradeció el apoyo que ha encontrado en Euskal Herria.

«Hablamos de que nos crean cuando logran que no lo hagamos ni en nosotras mismas». Tras su propio proceso, que aún recorre, Katya dijo orgullosa que vuelve a confiar en ella misma.

Lolita CHÁVEZ

Refugiada y activista guatemalteca

«Soy refugiada y no estoy sola. No soy una criminal. Amo la vida y a mi pueblo, y por eso estoy viva»

Huyó de su Guatemala natal y desde junio vive en Bilbo, refugiada junto a su hijo. Lolita Chávez es activista, ama su tierra madre y la defiende del «genocidio territorial que corporaciones patriarcales en contextos colonizados» están cometiendo allá. Ayer levantó la mirada «con dolor, con extrañeza y miedo», pero sobre todo «con mucha indignación y amor».

Es de Quiche, donde han arrasado más de 400 comunidades, hay un millón de desplazados y más de 200.000 muertos. Han intentado acabar con su vida y violarla en varias ocasiones, pero sobre todo no puede olvidar ciertas frases que ha escuchado en su vida: «Hija de puta, te vamos a matar, pero antes te vamos a violar, y frente a vos, violaremos también a tu hija. ¡Fuera Lola Chávez!».

Acusada de «asociación ilícita» y de secuestro «por defender la madre tierra de las empresas transnacionales de muerte, estoy acá; soy refugiada y no estoy sola. No soy terrorista ni criminal, amo la vida, amo a mi pueblo y por eso sigo viva», dijo entre aplausos.

Desea volver a su país, donde su hija «está luchando». A su hijo pequeño, presente en el acto, así se lo prometió. «No cometimos ningún delito, no les creas a los medios que sacaron a nivel nacional que yo soy criminal. Vamos a volver, y vamos a volver a comer las tortillas de maíz allá porque aquí sí nos creen».

Mujer anónima

Víctima de lesbofobia

«Violencia es clandestinidad, huir del pueblo o esperar a que tus padres fallezcan para ser tú misma»

«Gracias a lesbianas que nos precedieron hemos ganado cotas de libertad», valoró Edurne Epelde. Ella se encargó de leer la carta que una amiga escribió sobre la lesbofobia que ha sufrido a lo largo de la vida.

«La violencia es un armario pequeño, un lugar asfixiante. La violencia es clandestinidad», reflexionó. También huir del pueblo, fingir que tu pareja es una «muy buena amiga», no poder ser libre y fingir que eres otra persona, que vives tu vida cuando en realidad estás actuando.

Para la autora de la carta, violencia es también «esperar a que tus padres fallezcan para poder ser tú misma, incluso desear que fallezcan. Y luego, sentirte todavía peor por pensarlo».

Violencia es también «no poder contar» todo esto que te está sucediendo.