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Por un momento, todo se sostuvo sobre la ilusión de unos estudiantes

Cuando el falso aviso de que Carles Puigdemont se echaba atrás hundió al independentismo, los estudiantes mantuvieron viva la llama con su huelga general. La manifestación acabó rodeando el Palau de la Generalitat, donde el president se encerró consumido por dudas ante la decisión final.


Barcelona es una ciudad gigante, llena de coches que zumban con prisa y de gente que se adormece en el Metro. Ayer se presumía que podría ser un día de los que quedan para la historia. Y los estudiantes se habían propuesto despertar esa posibilidad. Por eso cerraron las universidades, desde las que salieron cortando el tráfico cuatro columnas hacia la Plaça Universitat, para comenzar ahí juntas una gran manifestación.

Los que cortaron la Diagonal eran muy pocos. No llegaban a los 200 cuando saltaron a la brea. Era la cuarta vez que cortaban la avenida desde que la sociedad catalana subió el pistón de las movilizaciones pacíficas. «Solo hemos podido cortarla en un sentido», se lamentaba después Elisenda J., que tiene 18 años y estudia Bellas Artes.

La protesta comenzó alegre, con cánticos de “Volem democràcia” y –en catalán– “Ya está aquí el movimiento estudiantil. Se ha acabado la paz social”. Coches y motos tocaban la bocina para animarles, mientras pasaban a los pies de la sede –física, obviamente– de Caixabank. Aunque también un camionero vociferó un «¡Viva España!» tan alto que se le rompía la voz en la garganta y otro conductor les insultó de forma ininteligible desde el otro lado de la mediana. Sin embargo, la mayoría de la gente los grababa con el móvil, sonreía o movía los labios repitiendo los lemas.

A quienes más agradaba ver pasar las columnas de universitarios era a los ancianos. Uno se colgó el bastón de la muñeca para aplaudirles emocionado.

Todo seguía el guión previsto cuando todos confluyeron en Plaça Universitat, donde habían colocado un pequeño escenario para los discursos. Vendedores paquistaníes zigzagueaban entre la multitud, para entonces ya compuesta por varios miles de jóvenes, vendiendo esteladas en versión capa y banderita en mano. También se vieron enseñas comunistas y anarquistas, así como carteles de cartón con lemas contra el 155 y Mariano Rajoy. En los corros se hablaba con relajo sobre la DUI y la amenaza de los piolines, pero sobre todo se respiraba ilusión y determinación. Manuel Z., estudiante de 19 años de Administración y Dirección de Empresas, aseguraba estar dispuesto a convertirse en escudo humano para blindar una DUI en el Parlamento.

No fue hasta que se reemprendió la marcha con destino al Palau cuando todo se torció. A toro pasado, no se sabe bien de dónde surgió la información. Pero a eso de las 12.30 todos los medios daban por hecho que el president renunciaba a la DUI y convocaba las elecciones por miedo al 155. El jarro de agua fría iba helando los ánimos de la multitud. Muchos lemas se fueron apagando hasta quedar solo uno: "Els carrers seran sempre nostres”.

Así llegaron hasta la sede de Òmnium. Iban a entregar claveles rojos en recuerdo a Jordi Cuixart y Jordi Sànchez. Bajaron a buscar las flores los sustitutos de los encarcelados: Agustí Alcoberro (ANC) y Marcel Mauri (Òmnium). En ese momento, ambos estaban rotos por la noticia de las elecciones. Y los estudiantes, bajo shock. Pero la protesta continuaba.

El presente es vuestro

Por delante de la pancarta, en la que se leía “El poble ha votat: Ara República!”, había un pequeño camión con un remolque sin capota para los medios gráficos. Los organizadores, apartando como pudieron a fotógrafos y cámaras, consiguieron que Mauri y Alcoberro se subieran.

Fueron unos discursos tristes, aunque serenos, en los que se les instaba a seguir soñando y a no cejar. Mauri tuvo frases brillantes: «No dejéis engañar. El futuro no es vuestro, el presente es vuestro. Hoy es vuestro». El profesor que recoge el testigo de Sànchez aseguró que «no solo las calles serán siempre vuestras, la dignidad de todo un pueblo hoy es vuestra».

Alcoberro añadió «ya tenemos una victoria, y esa es que el mundo univesitario se ha organizado». El nuevo líder de la ANC censuró que la universidad haya pasado tanto tiempo fuera de las calles. «Ahora la universidad ha aprendido a luchar, a organizase y a ganar. Y lo hace en favor del pueblo y la independencia de Catalunya. Mantened la lucha, mantened la organización y seguid trabajando», pidió a los jóvenes que habían detenido la marcha para escucharle.

Al reemprender su camino hacia el Palau, esa protesta estudiantil parecía ser lo único que quedaba vivo del movimiento independentista. Los partidos se habían acuartelado en sus sedes a discutir la crisis abierta tras la filtración de que Puigdemont se echaba atrás. Nadie decía nada. En ese momento los estudiantes entonaron nuevos cánticos, ya con rabia: “Alerta PDeCAT, la paciència s’ha acabat” y “Ni oblit ni perdó, aixó és una traïció”.

Ya caminando por la Vía Laietana, y tras encararse algunos con unos policías españoles que custodiaban la comisaría, la manifestación se había desperdigado mucho. La calle cortada tenía un aspecto irreal, semivacía. Los jóvenes desanimados charlaban en grupos dispersos, pero aun y todo continuaban avanzando.

Seguían siendo muchos y no tuvieron problema en llenar la Plaça de Sant Jaume y rodear de esteladas el Palau en el que se cobijaba Puigdemont. Eran la única presión en la calle frente a una rendición que dolía. Todos esperaban la comparecencia de el president: primero para las 13:30, luego para las 14:30, y, finalmente, suspendida.

Todo era incertidumbre. Como nadie sabía qué hacer, ni qué esperar, los estudiantes sacaron bocatas y se sentaron. Nadie les iba a mover. Era difícil que se extendiera un lema por la plaza. No había ánimos. Pero aguantaron. Luego se fue sumando más gente. El músculo independentista se recuperaba un poco. Y, al final, lo que no llegó fue la temida convocatoria de elecciones. El peligro de hundimiento independentista se esfumó de golpe. Y los estudiantes habían cubierto su papel.