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El misil de la (in)certidumbre alcanza de lleno al corazón de Washington


Al lanzar un nuevo misil intercontinental –once en los últimos dos años– cuya altitud pone todo el territorio de EEUU a su alcance, Pyongyang lanza la (pen)última advertencia que Washington –más con alguien como Trump al mando– puede asumir. La última sería que un nuevo misil no se limitara a sobrevolar Japón o a caer en sus aguas.

Tras reivindicar tres ensayos atómicos en 20 meses, Corea del Norte se reivindica como un Estado nuclear. Expertos occidentales dudan de que disponga aún de la técnología suficiente. Como dudaron hasta el 14 de setiembre de que sus misiles pudieran alcanzar la isla de Guam. Dejando a un lado el origen del fulgurante avance norcoreano en su programa balístico y nuclear –hay quien apunta a la desnortada Ucrania y su viejo arsenal soviético–, se acerca el peligroso momento de la verdad. O la «comunidad internacional» –léase EEUU– retoma iniciativas negociadoras ensayadas en el pasado, pero esta vez reconociendo de facto a Pyongyang como un interlocutor legítimo y no paria, o embarca a la región a un conflicto de consecuencias incalculables.

Porque la amenaza de más sanciones ya no da para más. Menos cuando lo único que ha arrancado China, la única potencia capaz de imponerlas, de su incómodo vecino-aliado ha sido que Kim Yong-un le diera un paréntesis de dos meses para que Xi Jinping celebrara sin sobresaltos en octubre el congreso comunista para su encumbramiento como sucesor de Mao.