«Designated survivor»
Sucesor designado» es una serie de televisión basada en el plan de contingencia de la Administración norteamericana para cuando los principales líderes están reunidos en un acto institucional. La idea original me parece brillante. Un atentado arrasa el Congreso cuando el presidente de EEUU está dando el discurso del Estado de la Unión. El secretario de vivienda y desarrollo urbanístico, Thomas Kirkman (Kiefer Sutherland), está viendo el discurso por televisión en un piso franco custodiado por miembros del servicio secreto. De repente la señal se corta y al salir a la ventana ve una gran bola de fuego. El Capitolio se ha esfumado con todos los líderes dentro. Comienzan las carreras para poner a salvo al sucesor, al estilo de lo que ocurrió en 11S. Kirkman es un cargo medio a punto de ser descabalgado que de repente se convierte en el «líder del mundo libre».
Tras un arranque apabullante, la trama degenera en una flipada yanqui y conspiranoica que te empuja a dejar de verla. Se convierte en una mezcla cutre de “House of Cards” y “24”. Hay series que mejoran y superan las expectativas y otras que caen estrepitosamente. Esta es, como dice una amiga, «para ver fumando porros».
Pero, insisto, la idea es muy buena. Una persona que cumple un protocolo y por accidente adquiere una misión, una dimensión histórica que nunca esperó. Por eso otra amiga ha empezado a llamar así a Carles Puigdemont: «Designated survivor». Llegó a president en la anterior crisis del procés, después de que la CUP se negara a investir a Artur Mas por su relación con el pujolismo corrupto. Lo eligió el propio Mas. Era un total desconocido para todo el mundo, el alcalde de Girona, una incógnita.
La gran duda era, ¿se atreverá a llevar la hoja de ruta soberanista hasta el final, a convocar el referéndum? ¿O bien concertaría una rebaja, como ya ocurrió con su predecesor? Lo que pasó el 1 de octubre es historia. Su determinación y su voluntad de cumplir con el mandato resulta inusual en estos tiempos.
En un tiempo récord Puigdemont se convirtió en el enemigo público número uno del Estado español. Todo por permitir a su pueblo votar. Junto con otros dirigentes fueron acusados de ejercer la violencia, algo que no soporta ningún discurso humano, gramaticalmente. Los poderes del Estado español lo vetaron como interlocutor, pese a ser el representante legítimo de sus instituciones. Encarcelaron a sus compañeros, a otros los chantajearon para que abjurasen de sus ideas y él se fue al exilio. Por sus ideas políticas. España como proyecto es apocalíptica, oscura y decrépita.
Los mandatarios europeos miraron para otro lado y abandonaron a Catalunya. Hubo quien acusó a Puigdemont de traición, pero es evidente que ni la rendición le hubiese salvado. Todo indica que valoró las alternativas para evitar mayores sufrimientos a su pueblo. No obtuvo garantía alguna y, en pura teoría de juegos, tomó la única decisión lógica. Se convirtió en un símbolo, tanto para su sociedad como para sus enemigos. Buscaban humillar a los catalanes humillando a su representante.
En el último episodio, desde el exilio, Puigdemont ha logrado vencer en las elecciones a las fuerzas neoloconiales y reaccionarias, legitimarse democráticamente, establecerse como líder del movimiento independentista, capitalizar los valores de su tradición política sin arrastrar sus pecados y ser el principal interlocutor válido interna y externamente. Termina una temporada vibrante y comienza otra con el «sucesor designado» como protagonista principal.
El proceso catalán está siendo un ejercicio de inteligencia comunitaria y liderazgos verdaderamente fascinante. No hay duda de que es una obra coral, pero hay actores que marcan la diferencia. Las tramas se superponen, la tensión no decae nunca y el guión es imprevisible. Es de esas series que no paran de crecer, en las que un actor desconocido para el gran público hace caracterizaciones maestras y el reparto es equilibrado y sorprendente; donde las referencias culturales son sutiles y ricas; donde todo, desde la música hasta la ambientación, concuerda. Hay episodios flojos y actos un tanto ridículos, no hay duda, pero siempre remonta.
Aún faltan más capítulos con tribunales, abogados y jueces, con cárcel y exilio, con violencia y resistencia pacífica, con traiciones, humor y amor. En dosis inhumanas, que parecen de ficción.