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Autocensura, depresión, TEPT... huellas invisibles de la tortura

La tortura no acaba al salir de comisaría. Dos de cada tres víctimas sufren «recuerdos dolorosos», el 20% tiene síntomas de estrés postraumático y el 97% no habla de ello ni en casa.


El informe sobre la tortura elaborado por el Instituto Vasco de Criminología a encargo de Lakua no solo cuantifica los casos y detalla los métodos usados, de lo que ya ha dado cuenta GARA en diciembre. En el capítulo que desarrolla la aplicación a 202 víctimas del Protocolo de Estambul se desgranan además las consecuencias que deja.

Hasta en un 20% de los casos se detectan síntomas de Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT). Más en concreto, dos de cada tres víctimas (65,8%) reexperimentan la tortura mediante «recuerdos, pensamientos o imágenes dolorosos», casi el 30% sufre pesadillas repetidas, el 24,8% se distancia de la gente, el 16,3% queda «emocionalmente bloqueado» y el 32,7% experimenta «arrebatos de ira». Los dos centenares de testimonios recogidos, algunos extractados en el texto inferior, reflejan secuelas como «anestesia emocional», «hiperactivación», cambios en la visión del mundo y del ser humano...

El equipo dirigido por Paco Etxeberria constata que en un 7,56% de los casos analizados la persona sufre un trastorno depresivo como consecuencia.

Aunque las cifras son significativas, el estudio destaca que este porcentaje es mejor que otros registrados en algún estudio anterior de menor alcance. Añade que «más del 60% de las personas peritadas se muestran resilientes a pesar de los hechos sufridos». Y también se subraya positivamente que en general «la visión del mundo no está muy dañada, no lo ven como un lugar inseguro ni gris, a pesar de sentir inseguridad en momentos. La mayoría consideran que la vida tiene sentido y consideran que sus convicciones ideológicas les han ayudado a poder enfrentarse al trauma». Varios de ellos narran el gran valor que tuvo el apoyo social recibido.

Uno de los datos más llamativos es la autocensura que estas víctimas se imponen. Al contar sus casos al equipo investigador (en total se grabaron más de un millar de entrevistas), el 94% de estos 202 valorados según el Protocolo de Estambul expone que «hablar remueve», el 80% que «libera» y el 60% que «alivia». Preguntados por si son partidarios de «contar lo sucedido» a sus familias, nada menos que el 97% señala que no. En la entrevista concedida a GARA, Paco Etxeberria ya explicó que algunas de estas personas, al recibir el DVD con su propio testimonio, lo han puesto en la televisión de su hogar y es así como sus hijos e hijas han conocido lo que padecieron. Uno de los participantes en el estudio señala: «A mí me detuvieron con mi mujer, pero es un tema que nunca hemos hablado, se ha hecho una cortina».

Las mujeres, más afectadas

El desglose de datos muestra una mayor prevalencia del TEPT entre las mujeres. Aunque se matiza que la muestra no resulta demasiado significativa en cuanto al reparto por géneros, el porcentaje de estrés postraumático apreciado entre ellas duplica casi al de ellos. Además, las mujeres «tienden a presentar un TEPT completo, mientras que los hombres desarrollan más sintomatología», es decir, un trastorno parcial y no total.

También se detectan más mujeres que hombres que consideran la opción del suicidio tras lo padecido en los calabozos.

 

El drama oculto de quienes luego ni siquiera pudieron contarlo

Paco Etxeberria explicó en la presentación del informe que ha habido personas que se han acercado al equipo para narrar lo padecido en los calabozos, pero tras ponerse el micrófono no se han sentido capaces de ello y han terminado marchándose. El estudio tiene un apartado llamado «casos sin denuncia» con dos relatos estremecedores de los cientos o miles que durante mucho tiempo, y algunos seguramente hoy, ni siquiera fueron revelados. El más conocido es el de Axun Lasa, hermana de Joxean Lasa. Refirió públicamente las torturas padecidas en 1982 tres décadas después, en el marco del fin de la lucha armada de ETA y de experiencias de reconciliación como Glencree, pero aún hoy confiesa que hay muchas secuelas que ni puede verbalizar.

El relato de los tormentos físicos resulta tan estremecedor que hace preferible no extenderse aquí en ello (informe completo en goo.gl/1SG8fB). Resumiendo mucho y sin entrar en detalles, pese a que esta tolosarra no había cometido delito alguno y ni siquiera sabía qué le estaban imputando, a Lasa durante siete días interminables le aplicaron «la bolsa», la aterrorizaron echándole encima un perro de gran tamaño y en actitud violenta, le intentaron poner electrodos, le impusieron flexiones hasta caer al suelo de agotamiento… Y, sin embargo, subraya que «la tortura física no es la tortura más grande».

Su relato subraya la afección sicológica, y hace hincapié en un momento concreto de esos siete días, aquel en que se sintió ya totalmente anulada, rota por dentro: «Pensé en mis padres, pensé en que mi novio [se casaban dos semanas después] podría encontrar otra persona, ¡qué alivio! ¡puedo morirme! Y me decía a mí misma, ¿por qué no me he dado cuenta antes de que me podía morir? No pasa nada, mis padres tienen otros ocho hijos, yo no tengo hijos, me puedo morir. De ahí en adelante todo lo que recuerdo es positivo, dejé de sufrir, tenía derecho a morirme en cualquier momento».

Salió libre de Madrid, pero destrozada como persona. «Aunque el forense me hubiera preguntado por el trato, muy probablemente le hubiera dicho que fue bien, que ahí no había pasado nada. Yo salía convencida de que no había pasado nada, nada. Empecé a funcionar así en la vida», rememora. Axun Lasa dice entender incluso a quien todavía vea las denuncias de tortura como falsas, «porque si no lo has vivido parece increíble, no crees que esto puede pasar».

Dos años después de Lasa detenían en Pasaia a otro hombre identificado en el estudio únicamente con iniciales. Su narración detalla los padecimientos en Intxaurrondo («la bañera», simulacro de ejecución, ejercicios físicos extenuantes, pisotones en los pies descalzos…), pero se prolonga con la intimidación posterior sufrida que no siguiera adelante con su denuncia, que terminó archivada.

Él también optó finalmente por callar. Hoy confirma, igual que Axun Lasa, que «los golpes dolían, pero lo peor de todo es que supieron crear un ambiente de terror. Aquel señor [se refiere a Enrique Rodríguez Galindo] creaba una sensación de terror (…) He olvidado muchas cosas, pero no la sensación de miedo, las alucinaciones, pasé tiempo soñando, a veces tengo terror nocturno, pesadillas, me despierto (…) Estuve tratándome con un médico porque había noches en que me despertaba horrorizado, recuerdo que en Nanclares se me movían las paredes, tenía como alucinaciones. También estuve en un centro de salud mental. Y luego, pues ‘a pelo’», continúa explicando, hasta hoy. Heridas imposibles de cerrar del todo 33 y 35 años después.R.S.

 

Así se sienten los torturados, extractos de testimonios en el informe oficial

«Lo más difícil es acabar con todos los pensamientos: siento vergüenza, culpa, mucha rabia... puedo pasar horas sumergido en mis pensamientos. Tengo miedo a los prejuicios, después de las humillaciones por las que tuve que pasar. Me cuesta mucho gestionar todo esto»

«Taparme los ojos, hoy en día también... recuerdo además que al año trabajé en el comedor de una ikastola y había un juego así, y me puse muy mal, muy mal. Casi durante un año no dejé a nadie que me acariciara. Ni a mi madre, ni a mi pareja, a nadie»

«Estuve años intentando viajar sola en el coche de noche, pero ese miedo de que podía encontrarme con algún control... »

«Si alguien empieza a gritar fuerte y siento un ambiente hostil o con violencia, las piernas me empiezan a temblar. Dejé de remar, engordé mucho, unos 20 kilos, por no hacer deporte y porque comía con mucha ansiedad. Y que hubiera gente gritando [en el entrenamiento] se me hacía insoportable»

«No tengo amigos, tengo conocidos, me escapo. Si estamos en un sitio y dices ‘joño, somos tres’, y luego somos cinco, y luego ocho... dices, ‘me tengo que ir de aquí, necesito marcharme’»

«Yo no puedo estar en un bar o un restaurante comiendo y dando la espalda a los demás, o sea, no puedo. Y en los bares, cuando salimos en la puerta no me vas a ver en la vida, o sea en la vida; siempre atrás, pegado a la pared»

«Incluso ahora, me suelo despertar hacia las 2.30 de la mañana (hora aproximada de la detención) y me cuesta volver a dormir»

«Sé que es duro lo que voy a decir, pero en los días en que estuve incomunicado quise morirme en más de un momento. Después he pensado mucho en ello y siento que menos mal que no pude hacerme nada. Hoy no estaría aquí»

«Después de pasar por ese infierno, salir con vida es ganar la batalla»

«También me he sentido culpable por hacer pasar esos días a mi familia, especialmente a mi madre, por no estar ahí con mi pareja, por todo lo que pudiera decir que perjudicara a él o a mis amigos cuando te hacían esas preguntas... Te sientes culpable en todo momento»

«A mí no me gusta la palabra víctima, no me considero víctima, sí puedo ser una superviviente»

«Se lo conté a la sicóloga como si hubiera sido anteayer. Lo tengo todo grabado, todo el proceso»

«Lo de hablar sobre las torturas, no lo hacían nuestros padres después de la guerra y tampoco nosotros»

«Prohibí terminantemente hablar de mí en mi casa»

«No hablas del dolor, te acostumbras, vives con ello»

«Ahora soy más arisco, estoy siempre a la defensiva. No tolero las órdenes. Antes era tranquilo, ahora soy una persona muy nerviosa»

«Vamos a contracorriente, la sociedad no quiere escuchar relatos de sufrimientos»