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¿Y si el Macron español no era Rivera sino Sánchez?

Del juez especial al astronauta, del expresidente del Parlamento Europeo al tertuliano, el heterogéneo Gobierno solo permite atisbar cómo quiere Sánchez salvar al PSOE: abriendo todo el abanico, y más allá.


Estuvo bastante gracioso y atinado Xavier García Albiol (PP) al afirmar ayer que el nuevo Gobierno español parece pensado para un reality televisivo estilo ‘‘La isla de los famosos’’. También parece certera la afirmación de Pablo Iglesias (Podemos) de que se trata de un «Gobierno débil» y que Pedro Sánchez se ha podido autocondenar con él a «un calvario». Queda claro, de paso, que el PP expulsado de La Moncloa está bastante más relajado con el nuevo Gabinete que el Podemos que alentó el cambio.

A la espera de unas pistas sobre la acción de gobierno, que la precipitación de todos los acontecimientos ha dejado enterrada incluso en el debate de la moción de censura, ¿qué puede buscar Sánchez con esa aparente jaula de grillos?

Conviene empezar por preguntarse para qué dio el paso de quitar a Rajoy, con quien el PSOE no había tenido conflictos graves y, es más, había hecho piña en la crucial cuestión catalana. La moción de censura fue la carambola envenenada de una doble inevitabilidad: la sentencia del «caso Gürtel» –que señalaba como corrupto al PP y como mentiroso a Rajoy– y sobre todo la postergación del PSOE –obligado a hacer algo en un momento político copado por PP y Ciudadanos–. Un cúmulo de casualidades hizo entrar la bola: el bulo de que Rajoy anticiparía elecciones dejó a Sánchez sin tiempo de arrepentirse, su equipo no creyó que fuera a prosperar, el viejo PSOE menos aún, Ana Pastor se pilló los dedos acelerando el debate, los catalanes cambiaron su reticencia inicial y arrastraron a los vascos...

Lo sustancial y lo que conviene tener omnipresente, en cualquier caso, es que nada apunta a que Sánchez haya tomado La Moncloa porque tenga un programa profundo de cambio político –menos de democratización– para España, sino porque no podia hacer otra cosa en términos de partido. Y en este apuesta por salvar al PSOE, la composición de su gabinete muestra que cree que lo mejor es hacerlo por el PSOE... pero sin el PSOE.

Emmanuel Macron rompió moldes en la política europea hace un año con un gobierno paritario y con miembros de cuatro partidos. Sánchez ha ido más allá en reparto de género, casi tanto en pluripartidismo (¿quién no identificaba hasta anteayer a Grande-Marlaska con el PP y a Borrell con Ciudadanos?) y ha roto incluso las costuras de la política con outsiders –el tiempo dirá si frikis– como Màxim Huerta y Pedro Duque. Eso sí, como en París, donde no hay experimentos es en el área económica; Bruselas manda y la única duda es si a Nadia Calviño la ha reclutado Sánchez o la ha mandado Juncker.

Solo con las designaciones, el panorama político ya ha cambiado radicalmente. A PP y Ciudadanos se les estrecha el margen para la oposición furibunda que prometían, al menos en carteras claves como Interior, Exteriores o la citada Economía. Podemos queda subsumido. Vascos y catalanes, perplejos. Y la gran masa ciudadana hastiada de la política, entretenida: nunca se habló –ni seguramente se hablará– tanto de un Consejo en el que se debate con fruición hasta si debe llamarse de ministros, de ministras, o de las dos cosas.

Aunque medios y políticos estén destacando extrañamente que este es un gobierno para durar, Sánchez cada vez deja menos claro que vaya a apurar los dos años que quedan de legislatura. Con tales mimbres y caracteres tan fuertes (Borrell, Marlaska, Robles, Calvo) en una misma mesa, los choques estarían servidos si el presidente tuviera realmente una aspiración de cambio.

Otra cosa bastante más probable, en vista del equipo y los tiempos, es que su acción de gobierno se limite a un puñado de golpes mediáticos, casi cosméticos, para ir después a las urnas con un PSOE empoderado ante sus dos rivales de derecha. Salvo que para entonces Sánchez haya metamorfoseado realmente en el Macron español y vaya a su bola...