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La fiesta de la democracia

Iñaki Soto, GARA egunkariko zuzendaria.

Mientras 175.000 personas salían a las carreteras vascas para reivindicar el derecho a votar, hay gente en nuestro país que ya estaba votando. En la capital se está votando quién lanzará el Txupinazo el día 6 de julio, casi nada. 

Puede parecer frívolo, pero nada más lejos de la realidad. Las fiestas son un elemento vertebrador del país. No hay que ser Julio Caro Baroja para entenderlo, basta con repasar las imágenes de este domingo. Las fiestas aquí son cosa seria. Además, cuidado con el clasismo y con despreciar lo que le importa a la gente.

En Iruñea las personas mayores de 16 años empadronadas en Iruñea pueden votar por vía telemática, telefónica o presencial. La cuestión de la edad me parece muy importante, porque marca una tendencia clara: no se puede ser adulto para sufrir el Código Penal y menor para decidir quién nos representa, lo mismo en las fiestas que en las instituciones. Y, aunque en todos los sitios hay de todo, las nuevas generaciones son una fuerza de cambio político claro. Ven con normalidad lo que antes era excepcional, como votar estas cosas, y seguramente cada vez más también otras cosas más vitales. Otra cosa es que lo que voten nos pueda sorprender al resto.

Las candidaturas de este año son José Miguel Araiz ‘Rastrojo’, Los Amigos del Arte, Motxila 21 y Chrysallis Nafarroa. Ha quedado fuera Amaia Romero, que ese día estará actuando en Murcia. A mí me da pena, porque aunque quizás yo no la hubiese votado, creo que hubiese sido un terrible bumerán contra quienes la postulaban con ánimo reaccionario, especialmente UPN. Esa mujer vale oro, y su voz resuena auténtica, tanto cuando canta como cuando habla. Representa muy bien esa otra generación que ve sin prejuicios el hecho de poder elegir, lo mismo depilarse los sobacos que quién tira el Txupinazo.

El caso es que, salga quien salga elegida, personas con síndrome de Down, menores transexuales, una asociación de músicos centenaria o un pastor echarán el Txupinazo que da comienzo a las fiestas más desaforadas y auténticas que tenemos. ¿Qué mejor comienzo para unas fiestas que un acto tan democrático y rompedor? Ese plantel y este método son el Museo de los Horrores de la gente de orden, la gente que no quiere fiesta y a la que no le gusta la democracia más que cuando ganan ellos. Imagináoslos en la intimidad, maldiciendo con todos los insultos más políticamente inaceptables, casi salga quién salga. Lo único que pueden celebrar es que no salga el que más odian, aquel que les parece que más cruelmente mancilla sus fiestas patronales.

Esta batalla la han perdido. Aun cuando regresasen al poder, algo incierto vista su inoperancia y agresividad, tendrían difícil poder volver a decidir a dedo quién de ellos lanza el Txupinazo. Y así con todo.

Los teóricos del derecho a decidir suelen subrayar que ese derecho debe ejercitarse, que se debe experimentar con él, que es algo que se aprende según se practica. Aseguran que cada votación, por minúscula y periférica que sea, sirve para ensanchar el camino hacia una democracia más profunda y vital. Votar en libertad y elegir de manera cooperativa los plazos y las fórmulas para hacerlo afianza una cultura democrática y prepara a las sociedades para hacerse autónomas, adultas y dueñas de su destino.

Junto con el Txupinazo en este periodo se están votado presupuestos participativos, primarias en los partidos, movilizaciones en asambleas entre los pensionistas o planes estratégicos en las cooperativas. Se están tomando decenas de pequeñas decisiones, puestas en común de manera democrática a lo largo y ancho del país.

Para que sea una fiesta, la democracia no es votar cada cuatro años. La democracia tampoco es, por supuesto, hacer una fiesta al año. Pero, como pasa a menudo en este país, no somos del todo conscientes del potencial que tenemos como sociedad, del dinamismo que nos habita, de nuestros valores y nuestras capacidades como pueblo. Hasta que 175.000 personas se anudan un pañuelo al cuello y deciden salir a la calle para decir a sus vecinos, a sus representantes, a sus adversarios y a todo el mundo que quieren decidir. Es decir, que quieren ser ciudadanos de pleno derecho y quieren votar libremente qué quieren ser como sociedad, cómo se quieren relacionar con otras naciones y sociedades y cómo se puede arreglar esto. Y esto sí que es una fiesta.