Insurgentes guanches en el caribe venezolano
En un diminuto campamento del Mar Caribe, un puñado de independentistas canarios recibió instrucción militar a manos de un brigadista venezolano que luchó en Nicaragua. Pero tanto la incautación de su armamento, como el fin del MPAIAC, terminaron abruptamente con esta exótica experiencia.
Cuando llegan las vacaciones, o un simple fin de semana, son miles los venezolanos que abandonan Caracas y se dirigen a las hermosísimas playas del Estado Vargas. En el camino, antes de descender hacia el litoral de Todasana, se pasa por un río de nombre homónimo que da subida a una frondosa cordillera. Es en ese lugar donde varios canarios de las Fuerzas Armadas Guanches (FAG) llevaron a cabo una fugaz instrucción de guerrilla que pretendió ser el germen de un movimiento que se alzara en armas por la liberación nacional del archipiélago canario. Así me lo cuenta en una cafetería de Las Palmas Fructuoso Rodríguez, ex militante de las FAG y del Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario (MPAIAC) que el abogado tinerfeño, Antonio Cubillo, fundara en 1964 con la ayuda de una Argelia que le brindó asilo y medios.
Para Fructuoso, ansiar unas Canarias independientes siempre fue algo natural. Lo hablaba con sus amigos de Taco, en Tenerife, y en las sobremesas de cada celebración familiar. Su padre, que además de una academia tenía una papelería, llamó a esta última, “Almogaren Guanche”, y en ella vendió la bandera tricolor canaria, todo un desafío a mediados de los setenta, cuando el franquismo se cobraba con mano de hierro todo aquello que fuera considerado una afrenta al llamado “Espíritu Nacional”.
En esa década de cambios, con amplios sectores del archipiélago protagonizando huelgas y protestas de tipo laboral y social, fueron muchos los canarios que comprendieron la asociación existente entre el orden de dominación socioeconómico que se ejercía desde la metrópoli, y la negación de su identidad insular. Así, familias como la de Fructuoso comenzaron a descubrir que el modelo sobre el que estaba basado el ordenamiento de las Canarias, era el de la conquista y no el del pacto. Y que si bien la colonización manu militari se llevó a cabo siglos atrás, este era un proceso inconcluso que seguía reprimiendo a todo aquel que no aceptara la narrativa impuesta desde el tiempo de los Reyes Católicos. De este modo, el padre de Fructuoso, fue ahondando en su patriotismo guanche hasta ingresar en el clandestino MPAIAC, no sin antes realizar un viaje a Argelia en 1975, donde una radio de esta organización lanzaba al éter, “La voz de Canarias Libre”, una emisora clandestina que traía de cabeza al tardofranquismo español.
Fue, precisamente, escuchando las emisiones de esta radio, como Fructuoso fue tomando verdadera conciencia política al igual que ya lo había hecho antes su padre, y su hermano mayor, Berto. Pero todo pasaría a un estadio de compromiso superior cuando su hermano fue arrestado, y su padre cayó víctima de dos montajes policiales en los que, primero, le incautaron simples trozos de tela con los tres colores de la bandera canaria, y después, le acusaron de “insultar al rey de España” y distribuir un poemario guanche que las autoridades tildaron de “apología al terrorismo”. El hostigamiento al que fueron sometidos tomó su punto álgido cuando la Policía Nacional arrestó a su padre y le torturó en comisaría. Su rostro desfigurado ocuparía varias páginas en la prensa.
Tras recibir el aviso de un conocido que dijo haber escuchado a un policía advertir: «de esa familia de Don Fruto y el MPAIAC, solo nos queda darle un repaso al hijo pequeño», a Fructuoso no le quedaba más que desaparecer por un tiempo, hacer las maletas y abandonar ese Estado que seguía persiguiendo y torturando con tanta frecuencia e impunidad como lo hacía bajo la dictadura de Francisco Franco. Además, la salida era oportuna por partida doble. Fructuoso siempre quiso cruzar a “la octava isla” que es como los canarios, medio en broma medio en serio, se refieren a Venezuela, un país con el que siempre han mantenido una estrecha relación. Así que fue al otro lado del Océano, en un acto conmemorativo de la resistencia guanche, donde Fructuoso conoció a Álvaro Carrera, militante internacionalista que participó en la revolución nicaragüense, e hijo de Jerónimo Carrera, histórico dirigente del Partido Comunista venezolano, y Hilde Magdalena Perozzo, superviviente de las cárceles nazis y autora del libro, “Joven bajo el III Reich”.
Tal y como desveló el propio Álvaro Carrera en el prólogo de la autobiografía escrita por Fructuoso: «Somos hermanos desde literalmente el comienzo de las pomposamente autodenominadas Fuerzas Armadas Guanches, constituidas bajo el cielo caribeño en el comienzo de la temporada de lluvias del 83». Dice el internacionalista Carrera que fue el tinerfeño Marcos García Seijas (más conocido como Benicode) quien le pidió apoyo, «para entrenar a los compas del MPAIAC», entre los que además de Fructuoso se encontraban otros como “el herreño”, Mario Pérez o un tal, “Elemento”. Nombres auténticos y alias de personajes que, como ha sucedido a menudo tras la disolución del MPAIAC, no quieren ser recordados o simplemente se han perdido en el tiempo.
En aquellos inicios de los años ochenta, la diáspora de independentistas canarios se reunía en torno al Club Archipiélago Canario, un punto de encuentro como otros que tienen a lo largo y ancho de todo América los vascos y gallegos. En el círculo del influyente Benicode se juntaban conocidos militantes canarios, varios de ellos en buena sintonía con otras organizaciones armadas de entonces, como era el caso de las FARC colombianas. En aquel ambiente de sueños y conspiraciones tuvieron un papel destacado (e inesperado por muchos) varios empresarios que financiaron anónimamente a la insurgencia guanche. De ellos poco se sabe, más allá de uno al que llamaban Francisco, un canario que financió generosamente a las FAG con los beneficios que daba su quincallería en la zona de Coche (Caracas).
Selva adentro. El lugar elegido para la instrucción sería la finca de un anciano natural de la Gomera llamado Sixto. Este hombre, según cuenta Fructuoso, vivía ascéticamente a los pies de la cordillera que se funde con el mar en la paradisíaca costa de Todasana. Un lugar fértil y luminoso donde los frutales crecían solos, del mismo modo que las culebras y los arácnidos campaban a sus anchas. Selva adentro, un poco alejados del lugar donde hacía vida su anfitrión gomero, instalaron las hamacas y los clásicos toldillos que todo guerrillero emplea para protegerse de las lluvias torrenciales, tan propias de los trópicos. Y allí instalados –y sin que el hoy pacífico Fructuoso explique exactamente cómo– las armas fueron llegando poco a poco. Él mismo tenía al cinto un revolver Colt 357, y camaradas como Mario Pérez, «una metralleta ZK como la que solía usar la Guardia Civil, pero sin culata», escribe Fructuoso en sus memorias. Así, sorteando controles de la policía para llegar los fines de semana a este lugar, realizaron prácticas de tiro con armas cortas y largas; también marchas, acampadas, y cómo no, interminables debates sobre cómo conquistar la independencia canaria.
Fructuoso recuerda que la idea de cómo proceder con sus Fuerzas Armadas Guanches fuera tal y como la sugirió Carrera, lo cual significaba, «montar un campamento fijo en territorio venezolano. Así, los primeros reclutas, personas que ya vivían en Venezuela, no irían para Canarias, sino que se quedarían en Venezuela como instructores fijos, los cuales serían los que instruyeran a los nuevos reclutas, y estos se reenviarían de nuevo a Canarias, quienes a su vez tratarían de formar dentro del territorio a nuevos reclutas».
Pero su proyecto jamás llegó a buen puerto. Un día de 1984 en el que Fructuoso abría el periódico en una cafetería de Caracas, se dio de bruces con una inesperada noticia en plena portada. Decía así: «Más de treinta detenidos vinculados a los Tupamaros», y ocupando varias columnas, salía tanto la foto de su amigo e instructor, Álvaro Carrera, como varias imágenes de las ametralladoras y fusiles de las Fuerzas Armadas Guanches (erróneamente atribuidas al movimiento de izquierda revolucionaria de “los tupamaros”). De entre los treinta arrestados por la Dirección General Sectorial de los Servicios de Inteligencia y Prevención, Fructuoso asegura que «cuatro eran militantes de las Fuerzas Armadas Guanches», aunque ninguno de ellos lo reconocería en comisaria. Poco a poco fueron todos liberados salvo Álvaro Carrera, quien ingresó en prisión a la espera de juicio.
Tras este golpe indirecto (que afortunadamente para la diáspora canaria, ni la policía ni la prensa supieron conectar al movimiento insurreccional guanche) el proyecto de las FAG quedaba en prácticamente nada, con algunos compañeros huidos a Canarias, y otros, como Fructuoso, tratando de ayudar a Álvaro, quien compartía celdas con la elite revolucionaria de entonces, la cual había sido concentrada en el cuartel de San Carlos; un antiguo fortín reconvertido en cárcel para los presos políticos de experiencias guerrilleras como las de Bandera Roja o las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional entre muchas otras.
Y así fue pasando el tiempo hasta que Álvaro Carrera fue liberado y llegó el verano de 1985. Tal y como cuenta Fructuoso, «en agosto de ese año recibíamos una noticia que nos daba el puntillazo: Antonio Cubillo firmaba en Madrid la claudicación y regresaba a Canarias. Realmente nadie sabe qué fue lo que el líder canario firmó en España, pero era evidente que estaba derrotado». De inmediato, la comunidad canaria se reunió para concluir que lo oportuno era disolverse como MPAIAC, y junto a este, la aventura guerrillera de Fructuoso y sus amigos revolucionarios.