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Crisis de la democracia liberal versus crisis de la izquierda

La anunciada victoria del fascista Bolsonaro en Brasil es el penúltimo de los episodios de la crisis existencial del modelo de democracia liberal, equiparable incluso a la sorprendente irrupción de Trump. Pero es a la vez síntoma de la profunda crisis de la izquierda, incapaz no ya de rentabilizar esa quiebra sino de evitar su propia debacle.


El rotundo triunfo del fascista Jair Bolsonaro confirma la crisis del modelo de democracia liberal en todo el mundo. Una quiebra que estalló tras la crisis global del 2008 pero que se atisbaba ya a finales de los noventa y que propició en Brasil la llegada al poder del Partido de los Trabajadores (PT) de Luiz Inázio Lula da Silva en 2002, y aupó a la izquierda en el continente latinoamericano.

16 años después, y paradójicamente, Lula está preso y un capitán que denosta por «blanda» a la dictadura militar golpista, prepara ya el asalto, a través de las urnas, al palacio de Planalto.

Bolsonaro no era ni de lejos la primera opción del establishment que, alarmado por el malestar por la crisis que estalló en las economías emergentes en 2012 y, escudándose en una corrupcion endémica que salpicó de lleno, pero no solo, al PT, vio la oportunidad de endosar la carga a la izquierda.

Los mismos partidos que se venían beneficiando de redes de corrupción como Lava Jato desde finales de los 40, cuando el PT ni existía, y el empresariado (la burguesía paulista), rompieron su alianza circunstancial con Lula, que durante sus dos presidencias se había traducido en una suerte de cohabitación política, social y económica (el Gobierno aplicaba programas de erradicación de la pobreza, pero sin tocar el Sistema).

El impeachment contra su sucesora, Dilma Roussef, por un «quítame ahí esas pajas» al presentar el déficit en sus presupuestos, y la apertura del proceso judicial que llevó a la cárcel a Lula por el «regalo» de un apartamento a pie de playa en el litoral de Sao Paulo en el marco del escándalo Petrobras confirmaron la «traición» al PT.

El plan pasaba por unos años de terapia de choque con el «vice»presidente Michel Temer y el lanzamiento de la candidatura a presidente del exgobernador de Sao Paulo Geraldo Alckmin, quien ya perdió en un primer intento frente a Lula en 2006. Líder del MSDB (centro-derecha) y falto de carisma, el plan hizo agua con un ridículo 4,76% de votos para Alckmin en la primera vuelta del 2 de octubre.

El establishment decidió entonces aupar a Bolsonaro, un outsider (paracaidista en el Ejército brasileño) que meses atrás no superaba el 10% de apoyos y que venció claramente en la primera vuelta, con el sostén de lo que en Brasil se conoce como la Triple B (Balas, Buey y Biblia o, lo que es lo mismo, ejército, latifundistas e iglesia evangélica) y el apoyo de una clase media y media-baja blanca airada por la crisis económica y la falta de expectativas, y cautivada por los mensajes contra la endémica inseguridad en las calles.

Con el apoyo empresarial y mediático, Bolsonaro ha sumado en la segunda vuelta el voto rico y pudiente pero «demócrata», además del de buena parte de lo que le quedaba de electorado residual a partidos como el citado MSDB, y otros...

Tras su victoria, el militar retirado ha mostrado su compromiso con la Constitución, además de anunciar un paquete económico ultraliberal que hace babear a la gran empresa y a la bolsa. Está por ver si el «Sistema» logra mantener a raya al fenómeno Bolsonaro o se les acaba yendo de las manos.

Ejemplos hay para todos los gustos en la historia, desde el apoyo de la gran industria alemana a Hitler –magistralmente recogido en “El orden del día” de Éric Vuillard, y que al fin y al cabo costó 50 millones de vidas de pobres, sobre todo europeos, en la II Guerra Mundial– hasta las dificultades del todopoderoso establishment estadounidense (con sus contrapesos) para tener domesticado a Trump.

Con todo, mal haría la izquierda regodeándose en la crisis de la democracia liberal y poniendo en sordina –con su habitual tendencia al autismo autocomplaciente– a su propia y gravísima crisis. Y no solo porque el «Sistema» acaba, a la postre y como en 1945, imponiéndose. Tampoco es el momento, ni el espacio, para analizar la mala gestión y peor digestión del colapso en 1989 del «socialismo realmente existente».

Basta con apuntar las carencias, excesos y errores, que los ha habido, y no pocos, en el propio Brasil. El primero, de ámbito general, se refiere a la moralización del discurso que tanto gusta a una izquierda que confunde política con religión y a la que, consecuentemente, no se le perdona ninguno de sus pecados.

Hay que reconocer, en su descargo, que la izquierda juega en desventaja en un «Sistema» en el que a la derecha se le reconoce –o se le reconocía hasta ahora– su derecho a ser corrupta.

Resulta asimismo paradójico que no pocas de las decenas de millones de brasileños a las que los programas sociales de Lula sacaron de la pobreza responsabilicen ahora al PT de una crisis global que ha cortado sus expectativas socioeconómicas.

Pero más allá de estudios de sicoanálisis político (a medida que la izquierda mejora las condiciones de vida de la gente esta acaba votando derecha, o extrema derecha), y sin obviar el alcance de las campañas medáticas y online anti-PT en estos comicios, no han sido pocos los errores cometidos por la izquierda brasileña. Y el de la arrogancia autocomplaciente (cuasireligiosa) no es el menor.

Una tendencia que no se mitiga ni con la derrota del domingo pasado. Hay quien insiste en que, si le hubieran dejado presentarse, Lula le habría ganado de calle. Cuando el análisis de la campaña y de los resultados arroja serias dudas al respecto, ya que su sustituto, Fernando Haddad, retuvo mayoritariamente el voto popular entre el electorado tanto humilde o pobre como negro, y sumó a los votantes de Ciro Gomes (laborista, centro-izquierda), que habrían dudado más antes de votar a Lula. Y cuando, puestos a articular un frente democrático contra el fascismo como hizo sin éxito Haddad, las encuestas anticipaban que Gomes, tercero en primera vuelta, era el mejor situado para vencer a Bolsonaro.

Aun asumiendo el desgaste tras 12 años en el poder, y más allá de juego sucio, golpes palaciegos y demonización, resulta sintomático que un candidato del PT pierda por 10,5 millones de votos contra un fascista. Y se inscribe en el marco de un escenario mundial en el que la o las izquierdas no solo no ganan apoyos en medio de una crisis existencial del modelo liberal sino que los pierden a espuertas.