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La tortura desde el prisma colectivo

Ignacio Mendiola, Oihana Barrios e Iker Moreno reflexionaron ayer en el Campus de Gasteiz acerca de la tortura sufrida por la juventud disidente en el marco del conflicto político durante la segunda jornada de la semana de la memoria organizada por Ernai y Aitzina en el marco de la dinámica «Bulkada berrien garaia da».


La tortura es un tema tabú. Muchos jóvenes vascos asumieron que militar en diferentes colectivos a partir de la creación de Jarrai suponía ser incomunicado y torturado. Una situación que se sufría en solitario, un trauma del que costaba hablar. Sin embargo, no era algo que tenía que ver entre un torturador y un torturado, sino entre las estructuras del Estado contra colectivos. Por lo tanto, como explicó el sociólogo Ignacio Mendiola, «si la producción de la tortura es colectiva, la crítica tiene que ser colectiva». Y precisamente en este tema tan difícil como profundo se adentraron en la conferencia celebrada ayer en el edifico Elurreta, en el campus de Gasteiz de la UPV-EHU.

Para Mendiola, «la tortura es un crimen de Estado», ya que es necesario «colocar al torturador dentro de las estructuras de este». Pero no solo del Estado español. «La crítica en torno a la tortura tiene que ir más allá de estas fronteras, poniendo encima de la mesa las torturas de Marruecos o Libia», apuntó. Apelando al texto de Naciones Unidas sobre las torturas, el sociólogo quiso indagar en la amplia definición y los «complicados elementos» que aúna. La relación con el estado, la intencionalidad o la necesidad de sufrimiento grave fueron temas a tratar. Teniendo en cuenta «todas estas ramas» de la tortura, el sociólogo abogó «por un retrato general de la tortura».

Miedo y culpa

Oihana Barrios, sicóloga que presta asistencia a presos y personas que han sufrido torturas, analizó cronológicamente el recorrido de la tortura con ayuda de una pizarra, y puso como punto de partida el macrosumario 18/98. A partir de ahí, repasó las numerosas redadas que sufrieron miembros de Herri Batasuna, Jarrai, y posteriormente, Haika o Segi. Barrios precisó que, en ese periodo de tiempo –en 2013 se realiza la última detención con aislamiento–, los métodos de tortura fueron cambiando: «A partir de 2007, se utiliza más la tortura sicológica, y los efectos de esta pueden durar entre ocho y diez años». No obstante, también cambiaron los métodos de respuesta y, para Barrios, hacer públicas las listas negras «ayudó a que se empieza a colectivizar la realidad de la tortura».

Justamente, Iker Moreno, exmiembro de Segi que sufrió un episodio de torturas, vivió todo ese proceso de primera mano. Sintió el miedo cuando los coches patrulla de las redadas de madrugada hacían temblar los cristales de su casa mientras detenían a todos sus compañeros. «Cada vez que temblaban los cristales no podía dormir. Esa semilla del imaginario de la tortura iba creciendo», relató. Hasta un punto en el que «quería» que lo detuviesen. Y lo hicieron. Tras cinco días incomunicado, la prisión le parecía «un lugar seguro». Y al salir, comenzaron los ataques de ira. No sabía qué le pasaba, hasta que se puso en contacto con Barrios: «Oihana [Barrios] me ayudó a conectar la memoria del cuerpo con la cabeza».

Además, Moreno remarcó que un factor con el que pretendían «destruir» a miembros de los colectivos era el sentimiento de culpa, lo que suponía haber delatado a compañeros.