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De sacerdotisas de Mari a servidoras del diablo

Se acerca la noche de las brujas. Un festejo celebrado en clave folclórica y mitológica, lleno de supersticiones y mitos, pero que en realidad responde a uno de los más atroces episodios de la historia europea: la caza de brujas.

Bajada de la bruja en Bidankoze (Iñigo URIZ/FOKU)

Varias localidades de Euskal Herria se preparan para la gran fiesta de San Juan, también llamada la noche de las brujas, y en algunos pueblos se caracterizarán de sorginak, montándose sus akelarres y dando la bienvenida al solsticio de verano. Pero, ¿quiénes son las sorginak? ¿Forman parte de la mitología vasca? ¿Por qué se representan como mujeres malvadas?

La religión precristiana vasca señala a las brujas o sorginak como sacerdotisas de la diosa Mari, máxima deidad de las divinidades de Euskal Herria, según relató, entre otros, el antropólogo Joxe Migel Barandiaran. Eran las encargadas, supuestamente, de honrar y agradecer a la naturaleza y al dios Akerbeltz en sus asambleas, y tenían conocimientos de medicina popular, reproducción o partos.

Pero a causa de la imposición de la fe cristiana perpetrada por la Inquisición y el consecuente intento de eliminación de cualquier otra creencia, las divinidades adoradas por los vascos y vascas fueron desterradas al inframundo. El cuidador de las haciendas, Akerbeltz, representaba para los inquisidores la figura del diablo y las sorginak pasaron a ser mujeres que lo veneraban en los Akelarres, sus ritos paganos y malévolos. Poseían extraños poderes, eran oscuras, asesinas de infantes, protagonistas de bacanales, hacedoras de pociones y culpables de los males que azotaban los pueblos en tiempos de sequía, hambre y epidemias.

Horca y hoguera

Pero las sorginak de carne y hueso, las cientos de miles que fueron asesinadas en Europa durante los siglos XVI, XVII y XVIII, ni lucían una verruga vistosa al costado del labio superior (o puede que algunas sí), ni salían de excursión volando a lomos de una escoba mágica, ni se convertían en gatos pardos a ciertas horas de la noche.

Pecaban de no profesar la religión cristiana como la Iglesia mandaba y mostraban los síntomas que para los inquisidores de la época eran claras evidencias de que servían a Satán: vivían solas, conocían las propiedades curativas de las plantas, eran pobres, campesinas, autónomas, heréticas. Si cabía alguna duda de si la encausada era o no bruja, la sumergían en agua bendita y, si flotaba, sentenciaban que así lo era y la ahorcaban o la quemaban en la hoguera.

En Euskal Herria, la más conocida redada en contra de la brujería sucedió en Zugarramurdi. Alertados por el abad de Urdax, en 1609 llegaron a dicha localidad los inquisidores Juan del Valle Alvarado y Alonso de Becerra y enviaron a las primeras prisioneras acusadas de brujería –muchas de ellas delatadas por sus vecinos, debido a la histeria colectiva que se desató– a Logroño. Entre ese año y el siguiente, la Inquisición apresó a 300 personas del valle de Urdax. 40 de ellas fueron encausadas y trasladadas para ser juzgadas; la mayoría murió en la cárcel y 11 ardieron en la hoguera.

El 80% de las personas acusadas de brujería en Europa fueron mujeres, por lo que el estudio de la caza de brujas exige apartar los clichés mitológicos para abordarlo desde una mirada feminista. Fue lo que hicieron en el I Encuentro Feminista sobre la historia de la Caza de Brujas de Europa celebrado en Iruñea en marzo de este mismo año, con el objetivo de impulsar una investigación sobre este hecho histórico.

«Un nuevo crimen»

Al encuentro acudieron expertas en la materia de la talla de la historiadora Amaia Nausia o Silvia Federici, autora del libro “Calibán y la bruja”. La periodista Helena Bayona también participó en las jornadas y ha relatado a UDATE-BETE las conclusiones a las que llegaron en Iruñea.

Bayona parte desde la base: «Para entender quiénes eran las brujas, hay que situarse en el contexto histórico, que viene a ser la crisis feudal que da lugar al desarrollo de la economía monetaria y, con ella, al capitalismo. Estamos hablando de la era confesional, la disciplina social y la familia».

Asegura, asimismo, que la caza de brujas fue algo «funcional», ya que cambió el espacio que hasta entonces ocupaban las mujeres con el fin de asignarles un rol, «un rol que ha perdurado hasta hoy: la división sexual del trabajo, el ideal femenino, la mujer como origen del mal».

Así, según apunta Bayona, en plena crisis feudal «se descubre un nuevo crimen: la brujería».

Reconstruir la memoria

Pero, volviendo a la pregunta del principio, ¿quiénes eran las sorginak? «Son elementos subversivos, son curanderas, herbolarias, sanadoras, solteras. Son mujeres que no cumplen un ideal femenino, que tienen reputación de ser malas cristianas y que niegan la autoridad masculina. Se las toma como excusa para justificar los diferentes conflictos que puedan suceder. Si alguien enferma, ha sido la bruja; si hay sequía, ha sido la bruja», explica la periodista.

Por todo esto, en Iruñea llegaron a una conclusión que urge aplicar. «Hay que acabar con la imagen de la sorgina como fruto de cultura popular y Euskal Herria es un clarísimo ejemplo de eso. Hay que recrear la memoria, reconstruirla, darle el orden adecuado», concluye Bayona. Solo así se purgarán los libros de historia en la hoguera de San Juan.