Madre astronauta
[Crítica: 'Proxima']
Lo que ahora mismo está claro es que Zinemaldia es un festival de cine abonado a las odiseas espaciales con sello francés, y ya puestos, con toque femenino. Sin forzar demasiado la memoria, podemos encontrar el recuerdo de ‘High Life’, una de las sensaciones del año pasado en Donostia, firmada esta por la venerada Claire Denis, y portagonizada por Robert Pattinson y Juliette Binoche, ni más ni menos. Pues bien, parece que la 67ª edición ha intentado repetir, al menos sobre el papel, dicha jugada. Lástima que la pantalla no haya atestiguado ni la mitad de virtud cinematográfica que aquella.
El caso es que antes de meternos en la primera proyección de la mañana, sabíamos que ‘Proxima’ era un título con ciertos (y teóricamente poderosos) parecidos razonables con respecto a ‘High Life’, tanto en la ficha técnica-artística como en la sinopsis. Un reparto de altura (en este caso, encabezado por Eva Green y Matt Dillon) iba a estar a las órdenes de una directora. De Claire Denis pasamos a Alice Winocour, y ahí estuvo el problema. Esta segunda realizadora, para entendernos, venía de presentar, en 2015, ‘Disorder (El protector)’, lujoso aparato de cine de género condenado a la más absoluta irrelevancia.
Por desgracia, se ha mantenido la tónica en una filmografía que, inexplicablemente, sigue estando en las posiciones más privilegiadas del muy privilegiado mundillo de los festivales cinematográficos. En fin: misterios del cosmos. Con esto empieza, precisamente, ‘Proxima’, con la pantalla en negro y la voz (en off, claro) de una madre comunicándose con la voz (ídem) de una hija. La primera, astronauta a punto de embarcarse en una de las misiones más importantes de la Historia de la humanidad, explica a la segunda todas las fases por las que pasaría su increíble viaje hacia las estrellas.
Lo hace con la entonación cálida, entusiasmada y algo aletargante de quien sabe que está cultivando los sueños de su audiencia. Los tecnicismos ininteligibles que deben explicar cualquier viaje espacial, se convirtien casi en elementos mágicos, para así, hacer volar nuestra imaginación. La pantalla sigue sin mostrar una sola imagen, y aun así, el cine cobra todo el sentido no solo del mundo, sino directamente del universo. Desafortunadamente, llega el momento de abrir los ojos... y constatar que ahí terminarían las buenas noticias.
El resto (es decir, prácticamente todo), se reduce a la más inerte ronda por la nebulosa de la corrección política. Al igual que ‘Interstellar’, de Christopher Nolan, o ‘First Man (El primer hombre)’, de Damien Chazelle, o la más reciente ‘Ad Astra’, de James Gray, ‘Proxima’ está planteada como un juego constante de escalas. De la infinidad del espacio exterior saltamos hasta llegar a la intimidad de ese hogar que, muy a pesar de la protagonista, debe ser abandonado. En un plato de la balanza está pues el progreso de la especie (casi nada); en el otro, esa sensación de auto-realización que solo puede surgir de la sonrisa o del abrazo de ese ser querido.
Alice Winocour tiene claro que ambos elementos pesan lo mismo, y claro, ahí tenemos el dilema (emocional). De momento, todo en orden. El problema está en que dicha tesitura queda perfectamente expuesta en los primeros compases de la película, y que una vez hemos superado esta fase preliminar, comprobamos como el relato se queda sin nuevos argumentos. A nivel superficial, ‘Proxima’ está planteada como el seguimiento del entrenamiento por el que esta valerosa y sacrificada mujer deberá pasar, antes de ser poder ejercer oficialmente como cosmonauta.
Pero en realidad, todo gira alrededor de la conciliación (familiar), es decir, de ese encaje que casi siempre se antoja como imposible. La esfera espiritual por la que navegaban Nolan y Gray se cambia aquí por un discurso de militancia feminista que muy fácilmente puede cuadrar con las sensibilidades progresistas de nuestros tiempos, pero que se muestra incapaz a la hora de articular un relato mínimamente complejo (y por esto, verdaderamente interesante).
Los tics machistas son retratados con la correspondiente náusea que deben despertarnos, y la virtud femenina se viste con el blanco intachable no de los trajes espaciales, sino de un amor de madre a prueba de cualquier fuerza gravitacional. Así, sin en el más mínimo cambio de rumbo en todo el trayecto. Alice Winocour echa mano de esa brocha gorda que sabe que se puede justificar (o directamente escudar) en las buenas causas que lleva por bandera. Y sí, lleva razón en sus tesis, pero su discurso es tan obvio, que por muy oportuno (u oportunista) que sea, queda relegado a la más absoluta intrascendencia.