The Disaster Movie (II)
Sobre ‘Zeroville’, de James Franco, y la importancia de superar la distinción entre buenas y malas películas.
Hay películas que no pueden (ni deben) medirse en base a los parámetros con los que analizamos la práctica totalidad de la oferta cinematográfica. Hay películas que claramente están por encima del bien y del mal. Hay películas que esquivan consideraciones que puedan sintetizarse con un pulgar alzado o bajado. Hay películas que, por todo esto, se convierten en excepciones que van mucho más allá de la rareza, y que marcan irremediablemente al rebaño en el que la providencia las ha colocado.
Hago esta reflexión en caliente, que conste, pero al mismo tiempo tranquilo en la seguridad de estarme refiriendo a la que sin lugar a dudas va a ser LA (en mayúsculas, sí) película de la 67ª edición de Zinemaldia. Cuando lleguemos a la ceremonia de clausura, seguro que habremos visto propuestas mucho mejores, y a lo mejor nos toparemos con alguna peor. De acuerdo, pero es imposible (o ahora mismo no me entra en la cabeza) que la organización nos ponga ante algo tan memorable como ‘Zeroville’, de James Franco.
Antes de entrar en el pase de prensa celebrado en el Teatro Principal, recordemos (brevemente) que ya había estallado el escándalo. El responsable de una de las Conchas de Oro más valientes de los últimos años, volvería a competir por dicho premio con una película que llevaba cinco años encerrada en el “congelador”. Estaba todo dispuesto para el retorno triunfal, pero todo se fue al traste cuando se supo que esta “nueva” cinta había sido estrenada comercialmente en Rusia, circunstancia prohibitiva, según los estatutos, para participar en el Concurso de Zinemaldia.
En serio (es que si no lo digo, me lo hago encima), de entre todos los países que hay en el mundo, tenía que ser en Rusia. ¿Por qué? Pues por lo que ya se comentó en su momento: porque James Franco hace lo que quiere... cuando quiere... y como quiere. Con ello, la organización del certamen aparecía como la máxima perjudicada, al quedar totalmente expuesta a los caprichos de este enfant terrible... pero al terminar aquel pase en el Principal, resultó anotarse ese –espectacular– tanto que solo puede ganarse tras apostar por una película maldita.
Pensemos, por ejemplo, en la leyenda de ‘Promises Written in the Water’, título que Vincent Gallo llevó, en el año 2010, a la Mostra de Venecia... y que inmediatamente hizo desaparecer del mapa. El hombre, por lo que se cuenta, no se desprendía en ningún momento de la bobina en la que estaba encapsulado su nuevo trabajo, y como decía, se tomó tan mal la reacción adversa de la crítica, que consideró que el mundo no iba a ser digno de su arte. Seguimos esperando para verla desde entonces, y claro, el mito sigue creciendo.
Pues bien, algo similar presagia, de momento, la pésima acogida que la prensa especializada estadounidense le ha brindado a ‘Zeroville’, cinta que tanto dentro como fuera de la pantalla (a los hechos acaecidos en Zinemaldia me remito otra vez) no se cansa de sumar méritos para hacerse un hueco en los libros de Historia del cine, los cuales también deben de hacerse eco de los grandes desastres. Hablando de... ahí está de nuevo James Franco, doctorado cum laude en esos desaguisados que, nos gusten o no (a mí, desde luego que sí) también sirven para entender la evolución y el estado general de esa cosa llamada ‘séptimo arte’.
De las escenas desaparecidas de ‘A la caza’, de William Friedkin pasamos a ‘The Room’, de Tommy Wiseau... Solo para aterrizar en ‘Zeroville’, adaptación de la novela homónima de Steve Erickson que podría leerse, en clave de actualidad, como la continuación inmediata de ‘Érase una vez en... Hollywood’, de Quentin Tarantino. Después de la visita del clan Manson a la casa de Sharon Tate, la vida sigue avanzando, y la industria cinematográfica prosigue con esa revolución que la cambiará por siempre jamás. En este escenario se mueve un hombre que recientemente ha oído la llamada del cine... y que la ha correspondido, primero rapándose la cabeza, y después tatuándose en el cráneo al Montgomery Clift y a la Elizabeth Taylor de ‘Un lugar en el sol’.
Con estas pintas se pasea James Franco por Los Angeles... y por el Festival de Venecia... y ya puestos, por Oslo. ¿Por qué no? Así se plantea prácticamente cada escena de ‘Zeroville’: con la concentración de quien quiere dirigir otras tres películas esa misma semana, y con la despreocupación de quien se siente legitimado por el apoyo incondicional de su séquito habitual. El cine de amiguetes llega a la siguiente fase en la trayectoria propuesta por genios como Adam McKay: los disfraces no temen ser calificados de burda imitación, y los homenajes se alegran al ser catalogados como blasfemia.
A todo esto, Will Ferrell se da el lujo de versionar ‘The Tracks of My Tears’, para protagonizar así el que muy orgullosamente debe ser uno de los peores números musicales jamás concebidos, Seth Rogen usa a John Milius para seguir fumando marihuana, Megan Fox sustituye a Maria Falconetti en ‘La pasión de Juana de Arco’, de Carl Theodor Dreyer... y de paso se deja ver en ‘La montaña sagrada’, de Alejandro Jodorowsky. ¿Por qué no? Y así durante hora y media de cine en plena (y a ratos gloriosa) descomposición. Hay manifestaciones artíticas que, efectivamente, están por encima de lo bueno y de lo malo, pero si aún nos resistimos a superar estas consideraciones, ahí va ‘Zeroville’, una película mala rodeada (emborrachada, drogada...) de buenas películas. Una combinación tan descaradamente decadente, que por fuerza tiene que tratarse de una rematada genialidad.