Paco Ibañez: «El que ignora la poesía intenta ignorarse a sí mismo»
Recuerda su infancia en Aduna con la misma intensidad que su estancia en París, donde se convirtió en referente de la lucha antifranquista. Con su guitarra puso notas de color a la poesía que siempre le acompaña allá donde vaya y creó himnos que marcaron a toda una generación. Es Paco Ibañez, la voz de los poetas, el que vive por y para la poesía.
En 1969, Paco Ibañez ofreció un concierto en el teatro Olympia de París que muchos han calificado como inolvidable y que fue grabado en directo. Tras 50 años, hay quien sigue recordando aquel momento histórico y, para celebrarlo, reeditan el doble cedé e Ibañez se embarca en una gira que le llevará mañana a Iruñea, el domingo a Bilbo y el 9 noviembre a Donostia.
Han pasado 50 años y se sigue recordando aquel concierto que ofreció en el Olympia. ¿Qué significó para usted?
El Olympia tiene dos caras. Por una parte fue la victoria de la juventud que se rebeló en París, que dijo que estaba harta de ser obediente y volver a casa a las diez. Fue un manotazo contra la imposición, pero luego se dejaron seducir por otras melodías, las de ‘viva la Pepa’ y ‘a vivir que son dos días’ y, como los poderes tiene mucho poder –nunca mejor dicho–, las aguas volvieron a su cauce. Recuerdo que, 3-4 años después, pasaba por Madrid y en un parque había un ruido tremendo. Era el puto rock, el falso rock –porque el rock no es ruido, también es rebeldía–, que se empezó a imponer. Recuerdo que un tipo del Ayuntamiento de Madrid me dice: ‘Tendrás que reciclarte Paco, ¿eh?’. En fin. El hecho es que se fue todo al garete y aquí estamos, pagando las consecuencias. Se ha vuelto todo ruido. Perdona que te conteste con nubes tan negras, pero es así.
Así que el panorama musical actual lo ve también plagado de nubes negras.
Hombre, muy oscuro.
¿Solo por el ruido, o cree que se están perdiendo los valores dentro del mundo musical?
Se ha perdido casi todo. Estamos, no tocando el fondo, sino atravesándolo. Te lo digo de verdad, es casi irrespirable de toda la porquería que circula por ahí.
Volvamos al 69. ¿Cómo vivió el concierto del Olympia?
El concierto lo viví con la gran alegría de que se habían roto muchos moldes y con entusiasmo, un entusiasmo compartido, porque si escuchas el disco ves qué energía había allí.
En los conciertos enlazará canciones de aquella época con nuevas composiciones. ¿Cómo plantea la actuación?
No sé exactamente qué canciones voy a cantar pero sí sé que en Bilbo les voy a pedir a los bilbainos que, por favor, se pongan a aprender a hablar en euskara. Cuando voy a Bilbo no escucho el euskara y me enfurezco, porque yo no conozco a un catalán que no hable el catalán, y yo soy vasco, y les digo ‘euskara ba al dakik? Htz egiten al duk?’ y resulta que no. Entonces, les pediré –no les exigiré– que se pongan a ser vascos pero totalmente, no parcialmente. Voy con esa intención y la de hacer un homenaje a Imanol, Mikel Laboa y Xabier Lete, los tres grandes cantautores vascos que se nos fueron. Voy a cantar una canción de cada uno de ellos y si queda tiempo cantaré una que corresponde al caserío donde yo he vivido casi diez años escuchando “Patxiku Baztarretxe”.
Sus composiciones siempre han tenido como base la poesía. ¿Qué supone para usted la poesía?
Es casi como si me preguntaran qué es el aire, porque la poesía es la vida, pero en vez de vida de bellota vida de espiritualidad. No se puede decir otra cosa. La poesía es vida, magia, y es ganas de vivir la vida, porque si entras en la poesía te dan ganas de vivirla doblemente.
¿Y qué consideración cree que tiene hoy en día a la poesía?
Yo creo que olvidarse de la poesía es como olvidarse de sí mismo. Yo soy… ¿qué soy? Soy un pedazo de huesos que se han juntado con carne, y no va más allá. Ahora, con poesía, soy todo lo que te ofrece este mundo, la naturaleza y la vida. El que ignora la poesía intenta ignorarse a sí mismo. Alejarse de sí mismo.
¿Lee a poetas jóvenes?
La verdad, y me fastidia mucho, pero estoy como alejado, no de la poesía, pero sí a lo mejor de poetas jóvenes que, como dices tú, están haciendo cosas, pero no llegan hasta mí. No sé dónde están, no me llaman o no les busco, pero la verdad es que si a mis manos cae un libro de poesía no te apures que me pongo a leerlo rápidamente. Por ejemplo, hay una chica que es navarra pero vive en París, que se llama Beatriz Beloki y es filóloga, y ha escrito “Dans ta colère”, fíjate tú dónde hay poesía y dónde no hay poesía. Si tú dices ‘baila tu rabia’ y no te cosquillea nada, no es que no haya poesía en la palabra, sino que no hay poesía en el que lo lee. Ahora, si tú dices ‘baila tu rabia’ diez veces y se te enciende la bombilla diez veces, es que está cargada de magia. Eso es poesía, eso es vida.
En esa poesía, en esa vida, nos ha hablado de injusticia y de violencia, pero también de libertad y amor. ¿Son los motores que nos mueven?
Es la vida, cosas feas que no quieres que vuelvan a pasar. Ahora, por ejemplo, con los fachas que están volviendo a salir como desgraciados que son y que han sido siempre, quedarte callado es como aceptarlo. Tienes que cantar contra ello para no dejar pasar a los animales, pero no solo contra eso, también a favor de muchas cosas. Y sugerir cosas positivas, sensibles, que aquel que va a recibir agradecerá toda su vida y que él mismo cantará y aceptará.
Junto a su familia tuvo que exiliarse al Estado francés, y en la década de los 60 se convirtió en embajador antifranquista. ¿Cómo recuerda aquella época?
Fue una época en la que pagamos la condena de lo que pasó en este país e intentamos darle la vuelta poniéndole toda la ilusión para que no volviera a suceder. Pero desgraciadamente se está enfilando algo parecido. Es insoportable. Solo pensar que eso se pueda volver a producir, se te marmoliza el cerebro.
¿Ve ese peligro?
Hombre, sí, la extrema derecha, la extrema bestialidad y ponle todos los adjetivos que quieras.
Además del de Olympia, otro momento memorable en su recorrido fue el concierto de diciembre de 1968, en pleno franquismo: dio un concierto en Madrid en la que sus canciones no fueron censuradas y además se retransmitió por radio. Algo inusual para la época.
Eso fue en la época de Fraga, que apostaron por abrir las puertas de la censura para presentarse a Europa como un país civilizado. Entonces ahí hubo un, bueno, no puedo decir aprovechamiento porque no sabíamos que lo iban a permitir, pero luego analizándolo te das cuenta de que la jugada la llevaban ellos, de dejar pasar cosas que antes no dejaban pasar para que Europa aceptara u olvidara lo que pasó en este país. Yo mismo me sorprendí, porque siempre me prohibían, y ahí no hubo censura para nada. Me acuerdo de la que se armó en el teatro.
Ya desde su primer disco, «Paco Ibáñez canta a Lorca y Góngora» (1964), mostró interés por las artes plásticas. Colaboró Dalí e incluso realizaron lo que hoy describiríamos como una performance. ¿Es importante para usted crear puentes entre diferentes formas de arte?
El arte se expresa en poesía, en cosas dichas, en cosas pensadas… es multiforme, no solo se expresa a través de versos. La pintura también es poesía, toda la creatividad es poesía.
Cautivó a Euskal Herria sobre todo con «Oroitzen», que publicó en colaboración con Jorge Oteiza e Imanol. Fue un regalo a su madre, al pueblo vasco.
Claro, a la madre Euskal Herria y a mi infancia en Aduna, a los bueyes, idiak, astoak, behiak… No quiero jugar al lastimoso, pero vivíamos en un caserío donde no había agua ni electricidad, en ese ambiente, y me acuerdo del monte, de mi tío, de mi abuelo, de mis primos, de todo lo que pude vivir y sobre todo me acuerdo que con mi madre yo siempre he hablado euskara. Se me han olvidado bastantes cosas, ya no tengo la fluidez que tenía, pero… nahi baldin baduzu euskaraz hitz egingo dugu, e?
Niregatik, arazorik ez.
Gauza asko ahaztu ditut, baina batzuk geratzen dira.
Baina ulertu, dena?
Bai bai, ulertu ia guztia.
Se le cambia hasta el acento.
Hombre, se me ha quedado el acento del caserío (ríe). El del tío Ramón, que me decía ‘Canta Pakito. ¿Ganas dinero?’, ‘No mucho’, ‘Entonces deja de cantar’ (reímos). Hala esaten zuen, e.
¿Y sigue visitando Aduna?
Cuando puedo ir, sí. Lo que pasa es que ahora todo el valle que había lo han destrozado, lo han ocupado –esos sí que son ocupas–, han hecho fábricas… Me da como pena y rabia a la vez. Si voy a Apakintza otra vez iré subiendo Aduna por arriba para no ver el desastre de las fábricas. Suelo ir a ver a mi primo, a Iñaki Gorostidi, que es harrijasotzaile y también hace piedras pequeñitas, muy bonitas. También es poesía lo que hace.
En el escenario, solo con su voz y su guitarra, ¿se ha sentido alguna vez desnudo o solo?
Solo nunca, porque me olvido de mí. No puedo sentirme. Solo no estoy, porque la gente te aúpa, está ahí, te dice: ‘nunca estarás solo mientras nos cantes’.
¿Y por qué nunca a recogido ningún premio?¿Es su manera de mantener la independencia ante cualquier tipo de poder?
No solo eso. Es por la independencia y porque así no debes nada a nadie. Lo de los premios es una jugada comercial también, si no es comercial a nivel de dinero es comercial a nivel del éxito que también recoge el que te da el premio. También se luce. Es un juego que a mí no me gusta, y no lo acepto. El premio, yo lo repito siempre, está en los aplausos que recibes cuando cantas. Ya está; no quiero más premios que ese.
De echo, ha habido conciertos en los que el público, de entrada, ya le ha recibido de pie.
Sí. ¿Crees que hay más premio que ese, más verdad que esa?