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Tras la dimisión de Rivera, el PSOE lo fía todo al apoyo de Cs, UP y PNV

La resaca electoral dejó en el Estado dos formas de afrontar la realidad: la de Rivera, que asumió el descalabro de Ciudadanos y dimitió, y la del PSOE, que prefiere negarla. Los de Sánchez rechazan pactar con el PP o con independentistas, lo que deja como única opción una complicada investidura con los votos a favor de Podemos, Cs, PNV y otras fuerzas menores.


La Comisión Europea instó ayer a Pedro Sánchez a formar gobierno cuanto antes, y el portavoz del PSOE, José Luis Ábalos, prometió un «gobierno progresista», pero lo cierto es que la palabra más escuchada ayer fue «bloqueo». El mismo portavoz de Ferraz intentó fijar marco calificando de «fuerzas bloqueadoras» a todas aquellas que se niegan a investir a Pedro Sánchez sin negociación previa, mientras que, desde Génova, ayer mismo se lanzó, como globo sonda, que el causante del bloqueo es el propio Pedro Sánchez, sugiriendo –sin explicitarlo– que podrían abstenerse si el presidente en funciones da un paso a un lado.

Bloqueo. Ya tenemos palabra para las próximas semanas, por tanto. La propia portavoz de la Comisión Europea –conviene no olvidar la dimensión continental–, Mina Andreeva, consideró que «es seguro que no será fácil para Sánchez formar una mayoría», mientras la prensa internacional centraba su foco en dos elementos: el auge de Vox y, justamente, el bloqueo. La agencia Bloomberg fue una de las más elocuentes: «España está atascada después de que la apuesta electoral de Sánchez fracasara». «El punto muerto no parece cerca de su final», apuntó el clásico de los clásicos, “The New York Times”, que tituló con el despegue de la extrema derecha.

Y es que las matemáticas son universales, por mucho que el PSOE intente utilizar calculadoras trucadas. Las opciones más claras que dejó la noche electoral de cara a la investidura –la gobernabilidad es otro cantar– son dos: Sánchez presidente con la abstención del PP, en una aproximación a la gran coalición; o Sánchez presidente con los apoyos de Podemos, PNV, formaciones menores, y la abstención de algún grupo independentista. El portavoz Ábalos, sin embargo, descartó ambas fórmulas, prometiendo un «gobierno progresista», pero sin explicitar qué apoyos buscará para la investidura.

La calculadora, sin embargo, solo deja una opción: la que pasa por el voto a favor de Podemos, Ciudadanos, PNV y el resto de partidos menores no independentistas. Esa suma da 179 escaños –la mayoría absoluta está fijada en 176–. En abril, esta investidura era posible con la abstención de Ciudadanos –Rivera se negó en banda–, pero ahora las cuentas no dan, por lo que Cs tendría que votar a favor.

Es una muestra más de que la posición de Sánchez se ha debilitado tras el 10N, pese a lo cual el PSOE optó por la estrategia del avestruz, esconder la cabeza ante la realidad. «Nosotros no hemos convocado estas elecciones, convocamos las de abril. Estas se han convocado porque ningún partido tendió la mano (...). El partido de izquierdas que de verdad ha perdido es Podemos», aseguró la vicepresidenta en funciones, Carmen Calvo. Ábalos no se quedó atrás y obvió que Vox ha doblado sus diputados: «Hemos frenado el ascenso de la ultraderecha porque no han llegado al poder».

La triple dimisión de Rivera

Lo que el portavoz de Ferraz no dijo, pero sí dio a entender, es que confían en que la debilitada posición de Ciudadanos les permita forzarles a un voto a favor. La operación sería de alto voltaje: requeriría primero un acuerdo a dos bandas con Podemos y Ciudadanos –no es poco–, y después con PNV, Más País, Coalición Canaria, Teruel Existe y el Partido Regionalista de Cantabria. Es decir, tendrían que poner de acuerdo a Cs y a Podemos –que ayer volvió a reclamar un gobierno de coalición–, cuando no está claro ni que de verdad quieran pactar ellos mismos con los de Pablo Iglesias, a los que ayer Ábalos acusó de introducir «infiltrados» en la celebración de Ferraz para que gritaran cánticos a favor del acuerdo entre PSOE y Podemos. La ecuación requeriría también la entrada del PNV en un acuerdo que incluiría a los antiforalistas de Ciudadanos.

La operación se antoja, cuanto menos, complicada, aunque habrá que ver qué rumbo toma la gestora que dirigirá el partido después de que ayer Albert Rivera presentase una triple dimisión: como líder del partido, como diputado y como político. Lo deja todo después de que su partido perdiese 47 escaños –reteniendo solo 10– y más de dos millones de votos en todo el Estado. En Catalunya se situó como última fuerza parlamentaria, menos de dos años después de haber ganado las elecciones de diciembre de 2017 en el Parlament. Aquellos resultados los lograron con Inés Arrimadas como candidata, un nombre que ahora suena para relevar a Rivera, que ha liderado el partido desde su creación, hace 13 años.

Su dirección ha sido extremadamente personalista en un partido hasta ahora muy mimado por las élites pero con una estructura interna muy débil y pequeña. Este hecho abre numerosos interrogantes sobre la dirección que pueda tomar ahora el partido, que elegirá sucesor, o sucesora, en un congreso extraordinario sin fecha.

El pequeño terremoto que ha supuesto la debacle de Ciudadanos y la dimisión de Rivera puede tener replicas menores en Catalunya, donde es de prever que, tanto independentistas como unionistas quieran aprovechar el descalabro para intentar pescar en sus 36 diputados huérfanos. El máximo interesado en un adelanto electoral en Catalunya pasa a ser ahora el PSC. De momento, estos días estarán marcados por la acción de Tsunami en La Jonquera –ver página 18–, pero el debate sobre las elecciones no tardará en salir a relucir en Catalunya.

Globo sonda del PP

La pizarra de quienes decidieron, en el PSOE, optar por la repetición electoral contenía una hipótesis más: una recuperación importante del PP podría facilitar, paradójicamente, que los de Pablo Casado se planteasen una abstención en clave de interés nacional español. Para ello, sin embargo, Ciudadanos y Vox tenían que dejar de ser una amenaza para el gran partido de la derecha española, y esto no ha ocurrido. La amenaza de Cs ha sido substituida por la de Vox, y la hegemonía conservadora sigue en disputa, esta vez con el concurso de la extrema derecha, además.

De hecho, ayer Vox –que aseguró haber recibido mucho voto del PSOE– invitó a Cs y a PP a abstenerse, viendo en ello una inversión a futuro. No parece que Ábalos esté como para sacar demasiado pecho.

Sabiendo que, pese a todo, es probable que el PSOE le acabe pidiendo la abstención, el secretario general del PP, Teodoro García Egea, se apresuró ayer a poner precio: «Sánchez debe marcharse para superar el bloqueo». No aseguró que eso garantizaría su abstención, pero lo dio a entender al asegurar que, hace tres años, «España se desbloqueó el día en que Pedro Sánchez dimitió».