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En Irlanda cada voto cuenta pero contar los votos cuesta

Los habitantes de la República de Irlanda han sido llamados a votar un sábado por primera vez desde 1918, lo que constituye un hecho histórico, pues en aquella fecha ni siquiera existía la República de Irlanda. El recuento, sin embargo, será lento y arduo como siempre.


Irlanda celebró ayer elecciones generales, pero salvo sorpresa mayúscula –del estilo de los caucus demócratas de Iowa, pero en sentido contrario–, no será hasta pasados unos días cuando conozcamos los resultados definitivos. No solo porque el recuento comienza a las 9.00 horas de hoy, pues en la isla no se toman las cosas con prisa, sino porque el sistema electoral irlandés, uno de los más complejos de Europa, ralentiza todo el proceso.

Los comicios de Irlanda se rigen por un sistema de representación proporcional con transferencia de voto (PR-STV, por sus siglas en inglés), que como su nombre indica busca mantener cierta proporcionalidad, es decir, reducir las disparidades entre el porcentaje de la votación obtenida por un partido y los escaños que le corresponden. Pero a diferencia de lo que ocurre por ejemplo en Euskal Herria, no se vota por listas sino por candidatos y candidatas, y además existe la opción de elegir a más de uno y ordenarlos en función de las preferencias del elector.

¿Cómo se distribuyen los escaños?

Para la persona que deposita el voto el mecanismo no es excesivamente complicado. En la papeleta que recibe aparecen todos los candidatos ordenados de forma alfabética, con su nombre, su fotografía y el partido al que representan o si son independientes, y luego le corresponde al elector enumerarlos. Así, señalará con el número 1 a su primera opción, y a partir de ahí puede optar por no elegir a nadie más o seguir poniendo números sucesivamente: 2, 3, 4... los que desee.

Ahí acaba su papel. Lo más llamativo del sistema ocurre cuando se abren las urnas. Para resultar elegido, el candidato o candidata debe alcanzar una cuota o mínimo de votos fijado. Cada circunscripción tiene su cuota, que se calcula dividiendo el número total de votos entre el número de escaños asignado a esa circunscripción más uno, a cuyo resultado se le suma también uno.

Por ejemplo, en una circunscripción donde se reparten cuatro escaños y el número de papeletas válidas es de 25.000, la fórmula sería la siguiente: 25.000/5 (número de escaños + 1)= 5.000. Y sumándole 1: 5.001. Esa sería la cuota necesaria para ser elegido.

Si un candidato recibe más votos de lo que determina la cuota, los apoyos sobrantes se distribuyen entre el resto de los aspirantes en proporción a la segunda preferencia del total de los votos del candidato ya elegido.

Siguiendo con el ejemplo, si el candidato A ha recibido 6.000 primeras preferencias y la cuota es de 5.000, tiene mil de sobra. Entre esas 6.000 personas que le han elegido como primera opción, el 30% ha optado por el candidato B como segunda preferencia y el 20% lo ha hecho por el C. Entonces, B recibe 300 votos (30% de 1.000) y C, 200 (20% de 1.000). Y así ocurre sucesivamente hasta que se reparten todos los escaños en juego.

Por otra parte, si ningún candidato alcanza la cuota en un recuento, aquel o aquella que ha logrado menos votos queda eliminado –puede ser más de uno si está claro que no van a ser elegidos–, y sus votos se reparten entre los demás con ese mismo criterio.

Un sistema muy proporcional

El recuento, como se ve, puede resultar muy largo y pesado, pero se garantiza a los electores que cada voto cuenta, y que no se desperdicia porque su candidato favorito no haya sido elegido. De hecho, las virtudes de este sistema son varias y muy interesantes.

Preguntada por GARA, la profesora Ikerbasque de Fundamentos del Análisis Económico Annick Laruelle valora que «la parte positiva de este sistema es que el elector puede expresarse de forma más completa».

Desde su despacho en Sarriko, esta experta en procesos electorales explica que en los sistemas donde se vota únicamente una candidatura se juega más con el concepto de «voto útil». «Puede que a ti te guste un candidato, pero cuando las circunscripciones son muy pequeñas sabes que si no forma parte de los grandes partidos no va a salir elegido, de modo que si quieres votar de manera ‘útil’ no tienes interés en votar a una lista pequeña», expone, para añadir que, sin embargo, con el sistema irlandés «puedes decir que te gusta una pequeña candidatura, y votarle, pero sitúas en segundo lugar al que crees que sí podría salir. Así, puedes expresar tu preferencia y al mismo tiempo votar de forma útil, algo que no se puede hacer en sistemas como el que utilizamos aquí».

Laruelle concede que es un sistema más complejo que el que estamos habituados a usar, y de hecho recuerda que Estonia lo adoptó cuando se independizó hace tres décadas, pero pronto lo abandonó por considerarlo complicado. Aunque también explica que en el Estado francés, donde se hacen experimentos electorales de forma localizada, se probó este sistema en algunas localidades coincidiendo con las presidenciales de 2007 y la gente no consideró que fuera tan difícil.

También destaca, sobre sus características, que el sistema irlandés «es muy proporcional». Según indica, el que se utiliza en el Estado español «dentro de lo que son los sistemas proporcionales, es muy poco proporcional, más que nada por el tamaño de las circunscripciones». Y es que dentro de los sistemas proporcionales hay dos factores importantes que determinan el grado de proporcionalidad. Uno es «la amplitud de los distritos: cuanto más grande el distrito mayor es la proporcionalidad», y apunta que en el Estado «se pierde mucho la proporcionalidad porque hay muchos distritos pequeños». El otro factor es el umbral para poder acceder al Parlamento: cuanto más alto es, menor es la proporcionalidad. Pone el ejemplo de Turquía, que tiene fijado el 10% para poder entrar en la Cámara, de forma que pierde mucha proporcionalidad.

Permite expresarse con más matices

El sistema irlandés entraña también cierta complicación para los sondeos electorales, ya que las personas encuestadas señalan a sus partidos favoritos, pero no se contempla el efecto que las preferencias secundarias pueden tener en el reparto definitivo de escaños. Asimismo, complica la posibilidad de hacer cálculos a la hora de depositar el voto.

Del mismo modo, penaliza a las formaciones que aun teniendo una amplia nómina se seguidores no son bien vistas por los votantes del resto de opciones políticas, una característica que Laruelle considera positiva. «Creo que es algo bueno», valora, apostillando que el sistema vigente en la mayoría de los países «favorece a los candidatos que tienen muchos seguidores aunque caigan muy mal al resto». «Yo estoy más a favor de sistemas donde se tome en cuenta las preferencias de los demás sobre el candidato; creo que todo el mundo debería juzgar la idoneidad de los políticos, de todos ellos», señala.

Apunta, en este mismo sentido, que en un sistema presidencial la persona elegida para dirigir el país «solo tiene el apoyo de sus seguidores, y no se sabe lo que los demás opinan de ella», y avanza que «estamos estudiando sistemas donde habría que evaluar a todos los candidatos; en lugar de escoger a uno, se trataría de dar la opinión sobre todos». «En las últimas elecciones presidenciales francesas hemos hecho experimentos donde para cada aspirante había que dar un voto a favor, en contra o neutro, y al final se calculaba el total que sacaba cada uno».

A modo de conclusión, esta doctora por la Universidad de Lovaina afincada en nuestro país considera que «el sistema irlandés es mejor porque permite a la gente expresarse con más matices». «El problema de la mayoría de los sistemas actuales –expone– es que la opinión se expresa de forma muy basta. Aquí en concreto, hay que escoger una lista, no se permite siquiera elegir dentro del mismo partido a los candidatos que más nos gusten. El sistema irlandés sin embargo permite más matices, me parece interesante».

Podría decirse que el modo en que se vota en Irlanda ofrece una visión más completa del país, del modo en que piensa su ciudadanía, de sus filias y fobias. A Laruelle le gustaría que aquí también se experimentara sobre este asunto, como se lleva haciendo en el Estado francés desde hace casi veinte años.

«Creo –apunta– que nos hemos estancado en los sistemas clásicos, cuando otros, como el irlandés, pueden ser más complejos para contar, más pesados, pero a cambio permiten a la gente expresarse mejor. A mí me parece una característica muy interesante».

Todo es cuestión de probar; al fin y al cabo, si viene de Irlanda no puede ser malo.