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EGUZKI URTEAGA
PROFESOR DE SOCIOLOGÍA

«Los abertzales son la alternativa creíble, con aliados y programa»

Eguzki Urteaga ha completado su mirada sobre la evolución del electorado abertzale en una obra titulada “L’essor du vote nacionaliste basque” publicada por la editorial L’Harmattan. Sobre ese análisis desbroza para GARA algunas claves a modo de guía cara a la campaña electoral que arranca este lunes en Iparralde.


Eguzki Urteaga traza en su último libro la evolución del voto abertzale en los últimos quince años, un periodo en el que Ipar Euskal Herria ha construido amplios consensos y un modo de gobernanza propio.

Aunque forme parte de un trabajo anterior, en este año en que la revista “Enbata” cumple 60 años parece obligado hacer mención al movimiento del mismo nombre que se dio a conocer en el Aberri Eguna de Itsasu (1963).

Efectivamente, en 2007 publiqué “Le vote nationaliste basque”, un libro en el que hacía precisamente ese repaso desde 1963, con el surgimiento de Enbata, y tracé un recorrido hasta 2004. En ese trabajo analicé el origen del movimiento abertzale moderno cara a describir su posterior evolución.

Ahora se ha detenido en un periodo de quince años, que parte de una primera etapa (2005-2011) en la que los abertzales empiezan a hacer sentir su influencia electoral.

En ese primera etapa, sobre todo en las elecciones que les son más favorables, como las locales y departamentales, los abertzales emergen como la tercera fuerza y, dado el escrutinio mayoritario a dos vueltas, se convierten en indispensables a la hora de conformar mayorías en las instituciones más cercanas.

Por recordar el contexto, partimos de ese «viejo mundo», con los Inchauspe, Alliot-Marie, Grenet, Espilondo, Borotra... velando por el orden jacobino hexagonal.

Históricamente, el centro-derecha ha sido dominante en la escena electoral de Iparralde. Muy por detrás, el Partido Socialista (PS) lideraba la oposición. En ese contexto, los abertzales cumplían una función de bisagra al ser tercera fuerza.

Con todo, en esas fechas estaban todavía en vigor los mecanismos de repudio hacia el abertzalismo.

Es cierto que todavía había signos de persistencia de ese cordón sanitario hacia los abertzales, aunque poco a poco se va debilitando, y ya en esos años hay experiencias como la de algunos abertzales que se incorporan con el centrista Didier Borotra a labores de gestión municipal en Biarritz.

En la segunda fase, que usted sitúa entre 2011 y 2017, los abertzales acumulan experiencia municipal. Tocan poder en localidades pequeñas del interior, pero apuntan maneras al propiciar gobiernos con acuerdos amplios en localidades medias como Hiriburu o Uztaritze.

Las elecciones departamentales de 2015 marcan a mi modo de ver un salto cualitativo. De doce distritos/cantones en juego, los abertzales son primera o segunda fuerza en cinco, y siempre en perjuicio del PS. Es paradigmático el caso del distrito de Donibane Lohizune donde recogen un 45% de los votos. Esa segunda vuelta marca con claridad que el voto abertzale es una alternativa posible para ciudadanos que nunca antes habían optado por esa opción.

Los partidos estatales son sensibles a esa inflexión en el voto y las demandas respecto a la institución propia, al euskara, a la agricultura local... entran en sus programas.

Los partidos estatales entienden, incluso antes que los propios abertzales, que estamos ante un cambio que no es espontáneo, pues viene de un largo camino, ni tampoco coyuntural. Entienden que hay una transformación de fondo, y ello les lleva a posicionarse en cuestiones que antes defendían en exclusiva los abertzales.

A partir de 2017, en la tercera fase que usted analiza en su libro, cristalizan consensos en el ámbito de la resolución del conflicto y también sobre la institucionalización, que dan un impulso definitivo a esa proyección del ideario abertzale como alternativa.

Efectivamente, ese año nace la Mancomunidad Vasca y al tiempo se dan pasos claves como el desarme, la desaparición de ETA. En paralelo, el diálogo en París lleva a modificar poco a poco la política penitenciaria. Eso abre definitivamente otras perspectivas.

¿Hasta qué punto influye la evidente crisis en que entra el sistema político tradicional en el ámbito estatal? En 2017 llega al Elíseo un presidente sin partido.

Ciertamente, en las presidenciales y luego en las legislativas de 2017 los partidos que se alternaron en el poder durante la V República (nacida en 1958) se descompusieron. La primera gran caída afectó al PS, pero en las siguientes elecciones, las europeas, Les Républicains (LR, derecha) siguió el mismo camino. Las municipales del 15-22 de marzo pueden amortiguar algo esa pérdida. Estos comicios favorecen tradicionalmente el llamado voto legitimador, que en Iparralde se suele asociar al votante nuevo, que llega de otros territorios, y que tiende a validar las opciones existentes, a condición, claro está, de que esos partidos clásicos tengan una buena implantación y un buen candidato.

Sin embargo, de cara a la campaña que arranca hoy, algunos candidatos, bien identificables en el espacio de centro-derecha, caso de Jean-René Etchegaray en Baiona o de Laurent Inchauspe en Donibane Garazi, reivindican las candidaturas amplias por encima de las siglas.

Hay dos elementos a destacar para explicar esa actitud. Por una parte, está la crisis de 2008, que es primero financiera, después económica, luego social y, finalmente, política. Eso generó un debilitamiento de esos partidos, hasta entonces mayoritarios, que aparecieron a ojos de la ciudadanía como responsables de la crisis. A eso yo sumaría como segundo factor el movimiento social, que tiene su referencia en el fenómeno de los Chalecos Amarillos, que saca a la luz la fractura social y también territorial en Francia, y a la que tampoco es ajena Iparralde. Creo que esos factores ayudan a entender el hecho de que muchas candidaturas rehuyan las etiquetas.

Los abertzales han tejido alianzas desde la primera vuelta, y se presentan con listas plurales no ya en Baiona sino en otras muchas localidades. ¿También prefieren rehuir la etiqueta?

En el caso de los abertzales, yo ligaría esa apertura más con una ambición de construir esa alternativa de la que antes hablábamos y, sobre todo, de hacerla operativa. Está claro que los abertzales solos pueden llegar a la segunda vuelta, pero en la mayoría de los casos eso no les garantiza gobernar. Lo han entendido y han buscado aliados en la izquierda estatal y en el ecologismo político para elaborar sus listas. Pero me parece que hay que destacar también que esas listas van encabezadas por abertzales, lo que hace que ante el electorado quede claro quién pilota esa alternativa que gana poco a poco en credibilidad, porque ya tiene una cierta experiencia de gestión, y porque plantea a la ciudadanía alternativas integrales. Antes, esa posición la ocupaba el Partido Socialista. La novedad es que los abertzales asumen hoy ese liderazgo hacia la izquierda.

Las ideas y valores del abertzalismo, sus proyectos, ya sea en materia lingüística y de educación, sobre la paz o sobre la institucionalización han pasado a ser asumidas por la gran mayoría de las fuerzas del país. ¿Hay que temer que eso diluya el proyecto abertzale hasta el punto de invisibilizar su legado histórico en ese consenso global?

El movimiento abertzale tiene a su favor el haber sabido insertarse en el ámbito social, en el mundo cultural, en el ámbito sindical, en la escena asociativa... para, a través de ellas, irradiar esas ideas alternativas al país. Hoy, la ciudadanía de Iparralde asume mayoritariamente como positivas todas esas propuestas. Esa es una garantía mayor. No veo un gran riesgo para el abertzalismo de que vaya a diluirse en ese consenso general, porque los electores saben de dónde parten las reivindicaciones que hoy concitan ese apoyo tan mayoritario. Además, considero que el refuerzo como alternativa de los abertzales viene de que allí donde gobiernan aplican políticas diferenciadas y hasta pioneras en materia de gestión de la tierra y de la vivienda, del transporte y los servicios públicos, del empleo o de la relocalización y diversificación de la economía. Creo que el abertzalismo se ha hecho creíble porque da prioridad a las cuestiones que afectan a la vida cotidiana de las personas. Esa oferta integral le ha dado un potencial enorme de cara a la ampliación de su base social.

¿Debe ganar más peso en el discurso de los abertzales el mensaje orientado a superar los límites, pongamos para buscar un estadio institucional que vaya más allá de esa Mancomunidad Vasca que renovará por primera vez sus órganos en las urnas?

El primer objetivo era poner en marcha una institución, pero eso no quiere decir que haya que conformarse con eso. Creo que los abertzales trabajan en la Mancomunidad Vasca, pero señalan a un horizonte más ambicioso, apuntando como siguiente etapa hacia una colectividad de estatus particular.

El nacimiento de la Mancomunidad ha permitido tomar conciencia del territorio, y en esa fotografía impacta fuertemente el reto demográfico.

La institución de Iparralde proyecta como realidad un territorio en el que viven 309.000 ciudadanos, y que en los últimos diez años ha visto aumentar en un 9,6% su población. De seguir a este ritmo seremos 340.000 habitantes en una década. Hoy, ya el 60% de los residentes en el BAB (Baiona-Angelu-Biarritz) no son personas nacidas en Euskal Herria.

En los comicios del 15-22 de marzo en Baiona se votará con un censo en el que el 30% de las personas con derecho a voto son nuevos electores.

Nos encontramos ante un fenómeno que va a marcar el futuro inmediato, y que debe ser tenido en cuenta en la planificación política, porque obliga a dar respuestas adecuadas en educación, euskara, vivienda, movilidad, entre otras muchas cuestiones. En el caso de los abertzales, para afrontar el reto que plantean los grandes núcleos urbanos, creo que deberán diversificar mensajes, extender alianzas y adaptar las propuestas, es decir, seguir evolucionando y ganando credibilidad para su proyecto de país.