Instituciones y sociedad asumen que la cuarentena durará más de 14 días
Lakua anunció ayer que los centros educativos seguirán cerrados y en el Congreso se preparan para prorrogar el estado de alarma. Mientras se siguen sin seguir las recomendaciones de la OMS en materia de tests, los debates sobre las medidas adoptadas se multiplican.
«Hasta nuevo aviso». Así culminó ayer Lakua el anuncio de que los centros educativos permanecerán cerrados una vez vencido el plazo de dos semanas inicialmente aprobado. El engorro puede ser importante, pero no es sorpresivo. Todos los precedentes asiáticos e italianos auguraban ya que con dos semanas no iba a ser suficiente.
El de la ciudad de Wuhan, epicentro del inicio de la crisis del coronavirus, puede parecer un caso extremo, pero conviene tenerlo en cuenta para saber cómo pueden darse aquí las cosas. En esta urbe de 11 millones de habitantes se tomaron las primeras medidas de aislamiento el 22 de enero, cuando se contaban 500 casos positivos y 17 fallecidos, y no se empezaron a relajar hasta el pasado sábado, 14 de marzo. Son un total de 52 días de un confinamiento que fue endureciéndose con el paso de los días y que incluyó la prohibición de acudir al trabajo.
En Hego Euskal Herria, por poner un ejemplo, el estado de alarma decretado por Madrid entró en vigor el pasado domingo, con más de 800 casos y 23 fallecidos sobre la mesa. El día anterior, los ejecutivos de Gasteiz e Iruñea apenas habían impuesto algunas restricciones parciales, como el cierre de establecimientos hosteleros.
No entra dentro de lo esperable, por tanto, que las medidas que entraron en vigor con la declaración del estado de alarma vayan a decaer de aquí a diez días. De hecho, la Junta de Portavoces del Congreso de los Diputados español acordó ayer debatir el próximo 25 de marzo la prórroga de este marco excepcional que da amplias prerrogativas al Gobierno español, hasta el punto que le permite suspender derechos fundamentales, como estamos viendo estos días.
Lo que sí que cabe esperar es que las medidas adoptadas al abrigo del estado de alarma vayan variando. De hecho, ya lo hacen prácticamente cada día, a través de decretos menores. La dirección en la que se den los cambios, sin embargo, resulta impredecible. Si la epidemia sigue su expansión, como en los últimos días, es esperable que se tomen medidas más drásticas, por ejemplo, sobre los lugares de trabajo. Al mismo tiempo, si el confinamiento va para largo, queda por ver si se permiten actividades solitarias como el salir a correr al aire libre, que sí está permitido en el Estado francés –la ausencia de una respuesta mínimamente común de la UE clama al cielo–.
Lo que sigue siendo francamente difícil de explicar es que uno pueda acudir normalmente a su puesto de trabajo, pero no pueda dar un paseo silvestre, por poner un ejemplo. El mensaje de fondo no puede ser más diáfano: la vida puede parar, pero el trabajo no. Allí donde ha parado, de hecho, ha sido en buena medida porque los trabajadores han decidido dar la vuelta a la ecuación.
Debates pendientes
La previsible prolongación de este estado de alarma abre debates que durarán, probablemente, más que la propia cuarentena. Desde las muy diversas consecuencias sicológicas que tocará gestionar, hasta la recesión que todos dan por hecho que llegará. Isidro Esnaola ofrece un primer vistazo al panorama económico. También toca hablar, con mayor urgencia, de las personas que con mayor gravedad pueden vivir una situación de estas características, colectivos que van desde las mujeres confinadas con su maltratador –lean a Maitena Monroy– a los presos de mayor edad o enfermos, para quienes Etxerat exigió ayer la puesta en libertad inmediata.
Otro debate se plantea en torno a la presencia en las calles del Ejército español, que ayer jugó con la idea de montar un hospital de campaña en Gasteiz. La ecuación en disputa se presenta de forma diáfana también aquí: se puede dar las gracias al Ejército por su aportación en una crisis sanitaria como la actual, pero también se puede deducir que si son los militares los que tienen que ponerse la bata blanca, quizá sea porque los presupuestos de Sanidad son demasiado bajos, y los de Defensa e Interior, demasiado altos.
Todavía no sabemos lo que nos está ocurriendo, ni como individuos ni como sociedad. Es decir, no sabemos qué va a cambiar en nosotros, qué efectos va a producir una situación inédita que se vive al mismo tiempo de forma individual y colectiva. Pero de las respuestas que vayan emergiendo de estos y otros debates dependerá la dirección de salida. De momento, ayer, numerosos balcones fueron testimonio de algunas prioridades: a las 20.00 aplausos en favor de los sanitarios. A las 21.00, cacerolada contra Felipe de Borbón. Sobre su intervención nocturna, lean directamente a Ramón Sola.
Y mientras, test, test y test
En el plano científico, China y EEUU ya tienen en marcha ensayos clínicos con posibles vacunas, si bien el producto final todavía tardará meses. Los investigadores siguen descifrando el microorganismo que ha puesto patas arriba el mundo, y ya sabemos, por ejemplo, que sobrevive tres días en plástico, uno en cartón y tres horas en el aire.
Mientras, la OMS insistió ayer en su receta: aislar, testar y tratar «todo caso sospechoso». El Gobierno español aseguró ayer que pronto habrá tests disponibles para todos los que presenten síntomas, algo que habrá que ver si llega a Nafarroa y a la CAV. Mientras no sea así, las pruebas seguirán siendo cosa de enfermos graves, sanitarios, políticos... y futbolistas, a excepción de Osasuna y Eibar, que rechazaron utilizar el privilegio que La Liga puso en sus manos.