Hay muchas maneras de hacerlo bien, pero todas exigen actuar a tiempo
No hay fórmula mágica para hacer frente al coronavirus. Existen diferentes estrategias que pueden resultar exitosas si se aplican con una visión clara, con tiempo y medios suficientes. Son lecciones que deja una primera ola de la que tomar nota, ante el riesgo de una segunda.
Hay muchas formas de hacerlo mal ante una pandemia. La del coronavirus nos está dejando un catálogo para la posteridad. Pero también hay varias formas de hacerlo bien; no todas siguen el mismo camino y no todas son aplicables en todas las latitudes, pero tienen elementos compatibles con los que cada país puede jugar. No hay fórmula mágica.
Lo que todas las estrategias tienen en común para resultar exitosas son una visión clara de lo que hay que hacer, cierta preparación previa en la mayoría de casos, una actuación rápida y una comunicación transparente y constante entre las autoridades sanitarias, la ciudadanía y los agentes políticos, sociales y económicos de cada país.
Test, rastreo y aislamiento
El modelo más glosado es el que se acostumbra a identificar con Corea del Sur, basado en la identificación precoz de los casos, la realización masiva de test, una impresionante capacidad de rastreo de los contactos de cada positivo, y el aislamiento de todos ellos. La aplicación efectiva de esta estrategia permite mantener cierta normalidad al grueso de la sociedad que no ha tenido contacto con el virus, ya que impide que la transmisión se descontrole y la curva de los contagios alce el vuelo. Se evitan así confinamientos masivos como los vividos aquí.
Conviene recordar las cifras: 11.344 casos y 269 muertes en Corea del Sur. Es decir, una ratio de fatalidad del 2,4%. En Euskal Herria, el viernes teníamos 28.976 casos y 2.058 fallecidos; lo que sube la ratio al 7,1%
Sin embargo, no es una estrategia fácilmente exportable de forma íntegra. Para empezar, porque requiere una capacidad de hacer test al alcance de muy pocos países –no solo cuenta la cantidad, sino también la velocidad a la que se hacen–, y para seguir, porque incluye un rastreo y una vigilancia a través de dispositivos digitales, bancarios y de otros tipos difícilmente aceptables aquí.
Con todo, existe un consenso amplio en que es el modelo a seguir, de forma adaptada a la realidad de cada lugar. Por ejemplo, en Alemania compensan una menor vigilancia digital con equipos de cinco rastreadores por cada 20.000 habitantes. Se encargan de buscar –analógicamente y mediante encuestas telefónicas– a los contactos de cada caso. Es la mecánica que se ha empezado a poner en marcha también en la CAV y Nafarroa, pero con una ratio de rastreadores que, aunque puede ser suficiente con el nivel de transmisión actual, se queda muy corto ante una nueva ola.
Restricciones a tiempo
Vivimos en el siglo XXI, pero entre las primeras respuestas a la pandemia han dominado medidas del siglo XIV como el aislamiento, la cuarentena y el confinamiento. La prueba de que funcionan es el hecho de que estemos ya en plena desescalada, pero las consecuencias sociales y económicas del parón son las que ya empezamos a intuir.
Hay momentos en que la expansión de un virus es tan amplia que solo existe una opción: quedarse en casa y cortar de raíz la transmisión. Es lo que ha ocurrido, por ejemplo, en la mayoría de países europeos, que para cuando empezaron a reaccionar ya tenían la pandemia encima. Sin embargo, la diferencia de unos pocos días a la hora de implementar cierres económicos, restricciones a la movilidad y confinamientos marca una gran diferencia en cuanto a la evolución de una epidemia.
Es decir, es una estrategia válida, fundamental cuando el virus se ha desmadrado o cuando no se dispone de las capacidades suficentes para testar y rastrear cada posible caso, pero resulta imprescindible aplicarla a tiempo y con decisión. En Euskal Herria, sin ir más lejos, un confinamiento anterior hubiese reducido notablemente los contagios. No hay que ir lejos para encontrar un uso efectivo de esta estrategia. Portugal decretó el confinamiento el 18 de marzo, con 642 casos y dos fallecidos. En el Estado español se decretó cuatro días antes, con 5.753 casos y 136 decesos. El país luso pudo poner fin al estado de emergencia el 2 de mayo, con el saldo siguiente: el viernes contaba 31.596 casos y 1.369 muertos (ratio de fatalidad: 4,3%). En el Estado español la desescalada está siendo más lenta, todo está siendo más largo y el saldo habla por si solo: 284.986 casos y 27.119 fallecidos (ratio: 9,5%).
Japón, ni test ni confinamiento
Hay casos de éxito que han mezclado elementos de las dos estrategias vistas hasta ahora, como es el caso de la ya citada Alemania (182.452 casos y 8.570 fallecidos; ratio del 4,7%). Pero hay un país que no ha optado ni por los test masivos ni por medidas muy restrictivas, y ha tenido éxito. Hablamos de Japón, que esta semana ha dado por finalizada la emergencia sanitaria con un saldo de 16.683 casos y 867 muertos (ratio del 5,2%).
Los elementos clave de la estrategia japonesa han sido una comunicación clara por parte de las autoridades sanitarias, la identificación de los llamados «clústers» –lugares y eventos en los que el virus se propaga fácilmente– y la férrea obediencia social a las recomendaciones de las autoridades, elemento cultural de más compleja aplicación en muchos otros lugares.
Japón identificó muy rápido estos clústers en lugares como gimnasios, pubs, locales de espectáculos en directo, karaokes y todo tipo de lugares cerrados en los que la gente se junta, come, bebe, habla, canta, baila y se mueve durante un determinado periodo de tiempo. Esa identificación dio pie a una recomendación que, en un país donde la obediencia es un valor supremo, se siguió de forma estricta. La pauta fue evitar las tres C (por sus siglas en inglés): espacios cerrados, multitudes y contactos muy prolongados.
No les ha ido mal, como tampoco les ha ido mal en Seúl, Lisboa o Berlín. No hay un solo modelo, sino muchos de los que aprender y tomar elementos que luego toca adaptar a la realidad de cada lugar.