Martutene o Puerto, enfermedad o suicidio, preso o familiar, la misma ruleta rusa
Cuando Xabi Rey se quitó la vida en Puerto hace dos años y medio, el único consuelo era desear que fuera el último. Efectivamente era más un deseo que una realidad. Mientras en prisión haya habiendo 230 personas y familias sometidas a políticas excepcionales, la ruleta rusa irá cayendo puntualmente en la casilla más negra.
La muerte de Igor González Sola en Martutene sacude conciencias, más allá de quienes le llorarán. Muchos no lo harán, pero si se detienen un momento a leer su historia concluirán rápido que es una mala noticia y que además resultaba perfectamente evitable: con intentos de suicidio previos, con quince años de cárcel acumulados, con tres cuartas partes de condena cumplidas, ¿por qué no estaba en casa con los suyos? ¿Qué tipo de justicia es la que le mantenía en Martutene, en plena pandemia? ¿Quiénes diseñaron este itinerario por Puerto, Granada, Badajoz, Soria... en un retorno desesperantemente lento que ya no podrá concluir? ¿Alguien puede sentirse satisfecho personal o políticamente por una noticia así?
Lo dijeron hace dos años los familiares de Xabi Rey, tras quitarse la vida en Puerto. Lo dijeron hace tres los de Kepa del Hoyo, al que se le quebró el corazón en Badajoz. Ojalá sus muertes fueran las últimas. Sí, debían serlo. No ha ocurrido así. El sufrimiento diario de los presos y sus familias es algo diario e incesante, pero en ocasiones así se hace plenamente evidente, explota en toda su crudeza. El Gobierno del PSOE y UP debería entender lo que le están diciendo los familiares, ¿por qué traslados a Soria si pueden ser a Martutene? Y tiene que reflexionar sobre esta muerte, ¿por qué Martutene si Igor González Sola tendría estar en la calle, se mire por donde se mire?
Sobran divagaciones tras esta muerte. Puerto o Martutene, enfermedad o suicidio, prisionero o familiar... No es dónde, cómo o quién, es qué: la tragedia tocará a la puerta irremediablemente de cuando en cuando si se mantiene a 230 personas en las cárceles, muchas de ellas sin expectativas de salida, buena parte enferma o de edad avanzada, casi todas en situaciones ilegales. Eternizar esta situación es seguir dando vueltas, aunque sea a menor ritmo, a su ruleta rusa y la de sus familias.
Sinceramente es un milagro estadístico que ningún familiar haya fallecido en las carreteras desde Nati Junco en 2007, con todas las vueltas al mundo que han debido dar desde entonces madres, padres, abuelos, hijas, amigos.... Y es un caldo de cultivo explosivo que aún haya dos decenas de presos vascos gravemente entermos entre rejas, varios con problemas sicólogos terribles tras torturas y aislamiento, algunos con una edad que les sitúa en la diana del covid-19...
En la cárcel solo cabe sobrevivir, y a veces ni eso. La prisión solo aporta dolor a una sociedad que lleva demasiadas décadas sufriendo por la violencia política. Hoy ya es tarde para Igor González Sola, pero aún es tiempo para evitar más lágrimas.