Malcolm X y Luther King
Un vídeo de diez minutos marcó la diferencia: ¿Qué muestra la rodilla hincada en el cuello de George Floyd? ¿La arrogancia del agente Chauvin o la actitud general de la Policía hacia los afroamericanos en EEUU? Luther King o Malcolm X, ¿cuál de los dos iconos es más atractivo para los movilizados y revitalizados activistas de hoy?
Seguramente Darnella Frazier no lo sabría cuando lo grabó, pero ese vídeo, además de marcar diferencias, estaba generando una ola mundial, Black Lives Matter era ya otra cosa. Confluyó e influyó un poco todo, unas dinámicas únicas –ubicuidad de teléfonos inteligentes, persistencia de un movimiento con aspiraciones, el aislamiento de una pandemia– que capturaron la atención mundial. Black Lives Matter culminó la metamorfosis de un movimiento que comenzó siendo un hashtag (tras la absolución en 2012 del vigilante que mató a Travor Martin, de 17 años). Volvían Malcolm X y Martin Luther King, los «extremistas de la identidad negra», volvían los incendios y saqueos, los tiroteos, volvían los justicieros blancos, los linchamientos modernos, los viejos debates, que si Malcolm que si Martin, que si disturbios o sentadas, que si el sueño o la pesadilla.
El choque entre esas dos figuras titánicas se repitió durante las protestas de George Floyd. Su legado ha perseguido perpetuamente el debate sobre qué camino tomar: el de la resistencia inquebrantable (por cualquier medio necesario) al racismo sistemático y la desigualdad estructural defendida por Malcolm X o mediante la protesta pacífica y la desobediencia civil, sosteniéndola en el tiempo, como proponía King. Y es que la aterradora escena de vídeo de un policía blanco clavando su rodilla en el cuello del afroamericano Floyd, durante ocho minutos, en parte por su brutal impacto visual, ha desatado una protesta social muy fuerte y generalizada, como las de la década de 1960 contra la Guerra de Vietnam y por los derechos civiles.
Martin Luther King en la Marcha sobre Washington, donde dio su memorable discurso «I have a dream».
Malcolm X, brillante orador y tenaz polemista, dando un discurso.
Profundo legado del racismo. Para entender esas protestas es necesario comprender una historia turbulenta y sangrienta. La brutalidad policial, la discriminación racial y la violencia contra las minorías se entrelazan y echan raíces en la historia de EEUU. Ahora la tecnología hace posible que finalmente se documente, pueda verse la escala y la extensión del problema de la brutalidad policial. La ira tiene expresión: refleja la dura realidad de unos afroamericanos que continúan siendo deshumanizados y tratados injustamente.
Se ha utilizado durante mucho tiempo la autoridad de los agentes para controlar el movimiento y el comportamiento de los afroamericanos. Antes de la Guerra Civil, las patrullas de esclavos tenían la tarea de rastrear a los esclavos fugitivos por todo EEUU. Después de la abolición, siguieron siendo detenidos por infracciones que hubieran sido triviales si las hubiera hecho un blanco. La Policía estaba vinculada al uso de la fuerza por un sistema destinado a mantener una jerarquía social basada en la creencia de la superioridad racial de los blancos. Muchos agentes y oficiales de Policía fueron miembros secretos de grupos supremacistas como el Ku Klux Klan.
La relación entre la Policía y la comunidad afroamericana refleja un profundo (y muy presente) legado del racismo. Según datos de la Academia Nacional de Ciencias de EEUU, los afroamericanos tienen 2'5 veces más de posibilidades de ser asesinados por la Policía que los blancos. Los apuntan más fácil, con ellos tienen más suelto el gatillo. Consumen la misma tasa de drogas que los blancos, pero son detenidos y encarcelados de manera desproporcionada, constituyen el 13% de los consumidores, pero representan el 46% de los presos condenados por drogas. Son identificados por ser personas “fuera de lugar” en ciertas áreas de población no minoritarias. El color de la piel sirve como una especie de indicador, muestra a dónde pertenecen las personas, la incongruencia racial juega como un marcador de sospecha.
Un estudio de la Asociación estadounidense de Psicología encontró que lo afroamericano a menudo se asocia con adjetivos descriptivos como “peligroso”, “agresivo”, “violento” y “criminal”, y estos estereotipos negativos afectan a las decisiones policiales.
Las protestas son un rayo de esperanza. Muestran que si alguna vez hubo un momento para actuar movido por impulsos radicales, ese momento es ahora. Que Malcolm X o Luther King viven en Black Lives Matter. Muestra también la actualidad de los viejos debates, que si sentadas o disturbios, desobediencia o autodefensa, «solo el amor acaba con el odio» versus «por todos los medios necesarios». Vuelve la consternación, vuelven los incendios, saqueos y disturbios.
El lema definitorio de los manifestantes es «sin justicia, no hay paz», un mensaje más cercano a Malcolm X, a su «por todos los medios necesarios». Diferentes alcaldes afroamericanos citan a Martin Luther King para llamar a la calma y al sentido común. Los veteranos, los contemporáneos de Malcolm y de Martin, observan con una mezcla de asombro y entusiasmo. Quizá también con cautela ante ciertos actos amplificados en redes sociales. ¿Hay paralelismo? ¿De substancia? ¿De graduación?
Su postura radical y desacomplejada, en marcado contraste con el logro pacífico de una desegregación de la sociedad de EEUU, le valió a Malcolm su identidad idiosincrásica. Su sombra nunca se ha disipado desde su muerte, incluso después de la elección de Obama a la Casa Blanca, algo que se consideró como la materialización del sueño de King y el apogeo del movimiento por los derechos de los afroamericanos. Sin embargo, cada nuevo caso de brutalidad policial, con la enorme desigualdad de ingresos entre la población blanca y negra, la tasa desproporcionadamente alta de presos afroamericanos, sirven como un recordatorio contra la visión progresista de EEUU como una sociedad post-racial.
La muerte de George Floyd es un doloroso ajuste de cuentas con el sueño americano y sus deficiencias, 57 años después del discurso de Martin Luther King, y solo varios después de la presidencia de Obama. Con el «momento Floyd», la advertencia profética de Malcolm X vuelve a entrar en la historia. Sus opiniones son hoy tan o más pertinentes que las de Luther King, y, aunque no sea una pesadilla entendida en términos de carnicería, EEUU ciertamente no es un sueño ideal.
Mural en Nápoles del artista Jorit. George Floyd, en el centro, con lágrimas rojas. King y Malcolm X de perfil, Lenin y Angela Davis en tres cuartos.
El punto y el contrapunto. Dos polos opuestos, dos fuerzas –¿enfrentadas?– de una misma lucha. Malcolm X, musulmán, partidario de todos los métodos necesarios, outsider que reniega del sistema. Martin Luther King, cristiano, partidario de la no violencia, un insider que cree poder despertar las conciencias de los blancos y lograr su apoyo para reformar el sistema. Dos iconos, dos mártires de la lucha afroamericana, más o menos de la misma edad, con vidas paralelas pero distintas que tuvieron un mismo fin.
Malcolm X creció en la pobreza, su padre fue muerto en extrañas circunstancias, aparentemente por el Ku Klux Klan, su madre terminó en un manicomio, la delincuencia fue una opción vital para él. Martin Luther King tuvo una infancia feliz y acomodada, se doctoró en la Universidad de Boston. Y, aunque tenían una relación diferente con el poder en EEUU, ambos fueron perseguidos por las autoridades. Malcolm X era una figura peligrosa para el FBI, un “comunista” que abogaba por la rebelión. Martin Luther King se reunía con presidentes que buscaban su consejo. Lyndon Johnson, el presidente que firmó la ley que acababa con la discriminación electoral de los afroamericanos del sur, le entregó el bolígrafo de la firma a King, que estaba a su lado. A Malcolm X le interesaba menos la integración y más el orgullo y la conciencia de ser negro. Encontró la fe en prisión, se educó en esa “universidad”, sus discursos en los guetos de las grandes ciudades levantaban pasiones.
Dos filosofías de dos titanes de la resistencia afroamericana. Con el tiempo, uno se convirtió en el alter ego del otro, y viceversa. Dos caras de una misma moneda. Malcolm X inyectó el radicalismo necesario para que la propuesta de Martin Luther King fuera «más agradable» y tuviera más recorrido en el proceso de su materialización. Uno hacía de fiscal especial y el otro, de abogado defensor de una misma causa. Las protestas de Black Lives Matter en favor de una dignidad y ciudadanía plena y radical para los afroamericanos necesitan de ambos.
Separatismo versus desegregación. Malcolm X era partidario del separatismo –que no segregacionismo– afroamericano, de la necesidad de tener el suficiente amor propio y confianza en sí mismos para construir sus instituciones paralelas, dado que EEUU estaba infectado con la enfermedad del racismo y era imposible integrarse radicalmente en la «democracia» estadounidense. Defendía el derecho a la autodefensa, no poner la otra mejilla ante la brutalidad policial. Y eso, en una época donde las revoluciones anticoloniales en África y el llamado Tercer Mundo se multiplicaban.
La política de «no violencia» de Martin Luther King frente a la autodefensa es un tema complejo, que no se puede despachar diciendo que King es el apóstol de la no violencia, el «Ghandi negro de EEUU». No hay que olvidar que siempre tenía a gente armada encargada de su seguridad, no quizá armada con el mismo espíritu de los Panteras Negras, pero siempre tuvo a su alrededor gente armada para proteger y defender a los manifestantes por los derechos civiles frente al terror racial, particularmente cuando hacía campaña en el profundo sur de EEUU.
Las respuestas de Martin Luther King al argumento de Malcolm X sostenían que la no violencia era una estrategia tanto moral como política, que los afroamericanos no podían sucumbir a la política del enemigo, que se volverían tan malos como los racistas blancos que los oprimen. Para él, la no violencia era un arma de fuerza, de personas poderosas, valientes y disciplinadas. No quería un racismo inverso, supremacía negra, ni venganza por la esclavitud racial y la segregación. Solo ser incluidos en un mismo cuerpo político y tener plena ciudadanía. Luther King creía que los blancos son buenos, que podían redimir el alma de la nación, ser sus aliados.
¿Sueño o pesadilla? Visto desde lejos, parece que EEUU avanza inexorablemente hacia una guerra civil cultural, y que esta vez no tendrá la suerte de contar con un presidente como Abraham Lincoln. En los próximos meses, ¿veremos el resurgimiento del sueño de Martin Luther King o de la pesadilla descrita por Malcolm X? A diferencia de King, que tenía un doctorado en la Universidad de Boston, Malcolm X tenía estudios básicos, hasta octavo grado. Se educó en la universidad de la cárcel. Pero intelectualmente era una máquina, un brillante y prolífico orador, un polemista tenaz. Fue un líder inspirador que empoderó a generaciones de activistas y resistentes.
Para Malcolm X el método no violento de King era apaciguar a los blancos. Para él nunca se podrían obtener derechos civiles en EEUU hasta que primero no se restaurasen los derechos humanos, los afroamericanos nunca serían reconocidos como ciudadanos plenos hasta que primero no fueran reconocidos como seres humanos. Su legado fue reclamado por los Black Panther en la década de 1960, y ahora por Black Lives Matter. Su carisma, su terquedad inquebrantable y sus comentarios memorables son la fusión de muchas personalidades en una sola persona. Al final de su evolución política, rompió con la Nación del Islam, amplió su visión y adoptó una posición panamericanista con sabor a socialismo del llamado tercer mundo, inspirado por un pensador que influyó mucho en él: Frantz Fanon. La revuelta afroamericana era parte de la rebelión contra la opresión y el colonialismo. Consideraba incorrecto clasificarla como un simple conflicto racial de blancos contra negros, como un problema puramente de EEUU. Se situó en la rebelión global de los explotados contra sus explotadores.
Su muerte sigue siendo un caso sin resolver, décadas después del tiroteo. Una contribución indispensable de Malcolm X a los afroamericanos fue su apoyo sin complejos a la identidad negra. Al morir, Malcolm fue exaltado como un avatar de la comunidad afroamericana. Quizá no consiguió el tipo de victorias políticas de King, victorias tangibles, que se cogen en la mano. Pero enseño a los afroamericanos a amar a su «yo negro».
Multitudinaria manifestación de BLM en el mismo escenario. Fotografía: Eric Baradat | AFP
El factor Obama. Muchos vieron en la elección de Obama el repudio de la visión de Malcolm X y la confirmación del sueño de King. Quizá sea una lectura reduccionista, demasiado simplificada, y seguramente la verdad sea más complicada. Es incontestable que un afroamericano, Barack Obama, fue presidente de EEUU; pero las evidencias dicen también que EEUU sigue siendo el país que describió Malcolm X.
Resulta paradójico, el propio Obama habló en términos entusiastas sobre Malcolm X y describió la influencia que tuvo en él de una manera absolutamente positiva: «Sus actos de autoafirmación me hablaron, como la contundente poesía de sus palabras, sin insistencia ni adornos, su disciplina marcial, forjada en la pura fuerza de voluntad, todo eso me habló».
Visto con calma y cierta perspectiva, se puede decir que EEUU tiene hoy elementos que dan fe de la visión tanto de Malcolm X como de Luther King. A veces en igual medida, a veces se eleva uno sobre otro, según el espíritu y las demandas del momento. En un análisis convincente sobre este debate de décadas, Jelanie Cobb lo expresó elocuentemente en la revista “The New Yorker”: «La presidencia de Barack Obama ha validado tanto nuestras esperanzas como nuestros temores y ha dado legitimidad al optimismo y al cinismo simultáneamente. Ha enfrentado la audacia de la esperanza con la obstinación de la memoria. Si su elección validó los ideales de King, lo que ha sucedido desde entonces da crédito a Malcolm X».
Manifestante con mascarill con la imagen de Breonna Taylor, víctima de brutalidad policial. Fotografía: Maranie R. Staab y Corey Sipkin | AFP
El árbol y las nueces. Y lo que ha sucedido, lo que las recientes protestas de George Floyd han revelado, ha sido una clara reivindicación de Malcolm X, de sus advertencias y de su profecía histórica. Ha demostrado el poder de su legado, más allá de los límites del espacio y tiempo en la sociedad de EEUU. Al final de sus días, Malcolm “enfrío” su retórica y abrazó la posibilidad de trabajar con los blancos. Y King, especialmente tras la muerte de Malcolm, mientras se recrudecía la Guerra de Vietnam, desafió el statu quo con creciente rabia. Describió a los negros como habitantes del «sótano de la Gran Sociedad» y señaló «la cruel ironía de ver por la tele a blancos y negros que matan y mueren juntos en Vietnam por una nación que no ha podido sentarlos en la misma escuela».
Los historiadores y los medios de comunicación han pasado por alto los discursos más radicales de King y han amplificado los exabruptos de Malcolm X, particularmente sus comentarios tras la muerte del presidente J.F. Kennedy. Solo se vieron una vez en persona, en el pasillo del Senado, donde se saludaron e intercambiaron unas breves palabras. Si les hubieran dejado vivir más, tal vez se hubieran acercado de verdad. Malcolm ya reconocía que «la ira puede cegarte» y «que EEUU podía ser el primer país en hacer una revolución sin sangre». Y Martin Luther King se radicalizaba, miraba más allá de los derechos civiles, a Vietnam, a la pobreza sistémica.
Sus visiones parecían complementarse. Unas semanas antes de morir, Malcolm X viajó a Alabama y visitó a la mujer de Luther King, que estaba en prisión. Le dijo que quería colaborar más con la desobediencia civil, pero que a la larga los afroamericanos conseguirían más si atacaba a su marido, «si los blancos se dan cuenta de cuál es la alternativa, quizá estén más dispuestos a escuchar al doctor King».