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Elección pandémica: cada voto cuenta y todo puede pasar

EEUU vota en un momento crítico y con casi todo en contra del presidente. Un país polarizado, con un ambiente que se percibe como amenaza, con tensiones que pueden romper sus costuras internas. Votar a Biden parece la forma de quitarlo, pero no será fácil. Con Trump nunca se sabe.

Donald Trump participa en un mitin días antes de la cita electoral. (AFP)

This is America 2020, un país atormentado a 48 horas de las elecciones presidenciales. Que vive una pandemia descontrolada, con fallas estructurales y tensiones desparramadas, con sus instituciones y reglas en estado lamentable. Un país presidido por un fanfarrón para el que los hechos son opcionales, mentir una opción legítima, arengar las pasiones más bajas una táctica y el supremacismo blanco un aliado político respetable.

Visto desde Euskal Herria, Donald Trump parece una persona grosera, cruel y caótica a partes iguales. Pero para sus seguidores, que son legión, eso nunca ha sido un problema. Aceptan su personalidad tal cual es, confían en él, muchos lo ven como un guerrero valiente, que antepone ante todo a su país y que está llamado a renovar la promesa y el sueño americano.

Claro que Trump tenía una carta ganadora, se había ganado la confianza, e incluso el reconocimiento de algunos de sus críticos, en un tema vital: la economía. Prometió reconstruir el país «con manos estadounidenses y mano de obra estadounidense». Los números y la percepción social le avalaban. Hasta la llegada de la pandemia, en EEUU se crearon casi siete millones de puestos de trabajo, y otro medio millón de puestos de trabajo de fabricación. Los datos de desempleo de afroamericanos, asiáticos y latinos alcanzaron los niveles más bajos de la historia y en 65 años nunca hubo tan poco paro femenino.

Ironías de la vida, el coronavirus puede tumbar a Trump. Su gestión de la crisis sanitaria va a ser uno de los temas definitorios de estas elecciones, seguramente bastante más que el de la economía. Y sus credenciales son devastadoras. Pero, por otra parte, eso tienen las pandemias: la incertidumbre. Con Trump nunca puede darse nada por sentado. Su rival Biden puede obtener una victoria clara, pero Trump también puede ganar, quizá no en voto popular pero sí en los colegios electorales.
Más les valdría a los estadounidenses rezar o pedir un deseo para que las elecciones no sean cerradas, para que ambos candidatos no estén muy igualados y no haya un resultado concluyente, dudas sobre quién ha ganado. Ocurrió en 2000 y 2016, cuando el candidato que ganó en voto popular perdió las elecciones. Y Trump ya ha dado sobradas muestras de ser autoritario y tener poco respeto por las normas. E imaginar unas elecciones sin resultado claro, con los dos bandos proclamando la victoria, o hablando de tongo, con querellas en los tribunales, en un ambiente social tan tensionado, podría tener consecuencias imprevisibles.

Trump tiene en frente a Joe Biden, un candidato con medio siglo de cargos públicos a sus espaldas, que ni por historial ni por carácter tiene nada reseñable que sugiera que vaya a ser un presidente sólido y capaz. Es un candidato del que no se pueden esperar cambios notables, que él mismo se ve como «de transición», y que es difícil imaginárselo presentándose a la reelección a los 82 años. Pero tiene algo curioso y entrañable que juega a su favor, una imagen de cierta decencia que adquiere todo su relieve en contraposición a Trump. Y aunque solo sea por eso, muchas encuestas dicen que los votantes parecen dispuestos a rechazar de manera decisiva a Trump. Que hay una ansiedad y un entusiasmo social por quitárselo de en medio, de verlo desaparecer de la vida pública, que entre otras consecuencias ha disparado el voto por correo hasta cifras nunca antes vistas.

La mayoría sabe que quitar a Trump del cargo no curará por sí solo las heridas infligidas al sistema político y a la sociedad de EEUU durante los últimos cuatro años. Pero es el primer paso, absolutamente necesario. Eso significa votar por Joe Biden, aun cuando es casi imposible hacerse ilusiones con él, quien, no se olvide, eliminó las protecciones por bancarrota de los préstamos estudiantiles, ayudó a redactar el proyecto de ley que prohibía a los estados limitar las tasas de interés en la banca interestatal. La idea de que Biden es una especie de agente durmiente del socialismo que va a entregar el país “a la izquierda internacional” es una broma, como que es un radical tapado.

Y, sin embargo, hay presagios que hablan de una verdadera marea del voto favorable a Biden, o mejor dicho, de un maremoto contra Trump. Echarlo de la Casa Blanca se ha convertido en una obsesión para millones de estadounidenses. Pero no será fácil. Trump tiene una amplia y movilizada base social, conoce las artimañas, tiene dinero, recursos y talento a su alrededor y no se puede  descartar nada.

En este contexto tan explosivo, 7K ha querido recavar la opinión de varios vascos que viven y trabajan en EEUU, algunos hijos de aquellos vascos que emigraron el siglo pasado, para conocer cómo perciben el ambiente, cuáles son sus preocupaciones y sus predicciones. Queríamos información de EEUU y de los diferentes EEUU, desde la del sheriff ermuarra del condado de Elko (Nevada), a la del abogado con sede en Washington D.C. Desde el escritor afincado en New York, hasta el pelotari del Jai Alai de Miami. Cada uno con su estilo y su conciencia, desde vivencias muy diferentes, todos dan pistas de lo que está en juego, de las amenazas y la tensión que destila el momento.

Esta es la elección más importante en los 155 años de historia de EEUU. Quizá es verdad que el presidente Trump es un peligro para la república y las instituciones de aquel país. Pero está por ver si podrán darle el bote con el voto, solo con el voto. Faltan 48 horas. Y todo, absolutamente todo, puede pasar.