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Coleccionar habitaciones


El término habitación podría definirse como cada uno de los espacios entre tabiques destinado a las diferentes labores del habitar, del vivir en una arquitectura. Los arquitectos chilenos Pezo von Ellrichshausen, cuya obra está muy centrada en la producción de viviendas, han hecho del estudio de la habitación una de las líneas de investigación de su arquitectura. A lo largo de aproximadamente más de 15 años, han construido una colección de casas que explican bien esta condición de entender la casa como un sistema de estancias, más que como un objeto sofisticado que proyecte una imagen previa de aquel que la habita.

La Casa Poli, que fue una de las primeras, se sitúa en la Península de Coliumo, a 550 km al sur de Santiago de Chile. Un área rural con muy poca población, especialmente dedicada a la agricultura o a la pesca artesanal. Al mismo tiempo, la belleza natural del lugar atrae a un tímido número de turistas en la época estival. Esta situación apartada condicionó la realización del proyecto de dos maneras fundamentales: por un lado, se debía trabajar con una tecnología arcaica, básica, ya que la mano de obra local carecía de especialización; por otro lado, había que intervenir en un paisaje idílico, cuya abrumadora perfección tarde o temprano sería perturbada.

Esta primera casa se sitúa frente a un acantilado que mira al Pacífico. Tal y como explican sus arquitectos, siempre es difícil resistir la tentación de alcanzar el borde, de sentir la caída, estando frente a un acantilado. Pero, en este caso, la resistencia del suelo obligó a resolver el proyecto en una pequeña pieza retirada del borde. El resultado es una figura compacta, un cubo horadado, en el que los huecos se recortan dejándolo sin escala ni referencias que suavicen su dureza. Una vez establecida la posición del volumen, se optó por un espacio interior vertical, que recuperase la sensación de un podio natural rodeado de nada, recortado en la silueta del acantilado, donde revienta el mar contra las rocas.

Esta operación se complementa con la división del suelo interior en tres plataformas que se adaptan a la topografía natural. Estos tres niveles quedan relacionados por una triple altura, orientada al noroeste, hacia el brutal paisaje del océano.

Además, la casa posee una doble funcionalidad, es a un mismo tiempo casa y centro cultural. Es decir, la organización interna debía poder pasar de ser una casa de vacaciones a funcionar como un pequeño centro cultural; con salas de reunión, trabajo o exposiciones de arte. Esto establecía una vocación contradictoria: el interior debía mediar entre una dimensión muy pública y otra más íntima e informal. Es decir, debía ser por un lado monumental y por otro doméstica, sin que a una cualidad le pesara la otra.

Por lo tanto, se decidió no nombrar las habitaciones por sus funciones, dejarlos sin nombre y sin función, como meras salas más o menos interconectadas. Ya no hay dormitorios, estar o salón. Únicamente hay habitaciones equipadas con servicios que pueden desaparecer o conquistar los interiores. La fachada es un muro exageradamente grueso y hueco, un espesor habitable, donde se aloja todo el programa de servicio. Dentro de esta masa vaciada quedan la cocina, las circulaciones verticales, los baños, armarios y una serie de balcones interiores, que protegen las ventanas del sol y de la lluvia. Eventualmente, los muebles y objetos domésticos podrían guardarse dentro de este perímetro, liberando el espacio para múltiples actividades que no juegan con el rol de lo doméstico.

Además de esta organización programática, se tuvo que resolver la necesidad de generar muros de soporte para montar exposiciones. Esto evitó la obviedad de hacer una gran vista al mar y, posibilitó, en cambio, convertir las pequeñas ventanas en cuadros que capturan el paisaje desde una gran variedad de situaciones interiores.

Apostar por lo simple. Toda la obra, y así lo expresa claramente el edificio, se construye en hormigón armado, mediante un encofrado y una técnica de vertido tremendamente artesanal. Al realizar los moldes con tablones de madera sin tratar, el edificio adquirió una presencia monolítica tremendamente texturada, la apariencia de una masa, de una roca que se erosionará naturalmente sobre el acantilado. El proceso de construcción, que se realizó con una pequeña hormigonera y cuatro carretillas manuales, queda grabado en las fachadas, donde son visibles lo estratos horizontales de cada uno de los vertidos.

La simplicidad de la técnica disponible, no se vivió en el proyecto como un problema, sino como una oportunidad. En este sentido la medida de un panel de media tabla, por ejemplo, gobierna los niveles vertidos, la posición de los huecos o los forjados, e introduce por lo tanto una ley, una proporción que en el fondo ordena el conjunto. Una vez terminada la obra de hormigón, toda la madera maltratada de los encofrados se reutilizó para revestir los muros interiores. Con ese mismo material se realizaron también los paneles correderos que, alternativamente, sirven tanto para cubrir el programa perimetral de servicio como para proteger las ventanas cada vez que la casa se abandona. Paneles que al abrirse o cerrarse transforman esa colección de habitaciones frente al Pacífico, en una casa, en una oficina, en una sala de exposiciones o en cualquiera de los usos que sus habitantes puedan soñar.