Cuba y negacionismo
Empresas farmacéuticas se lucraron y seguirán lucrándose, hay que denunciarlo y plantear alternativas. Pero de ahí a no vacunarse hay un universo
La industria farmacéutica estatal cubana está desarrollando con éxito y en tiempo récord sus propias vacunas. Es un ejercicio de soberanía y, también, una demostración de la capacidad de la pequeña república socialista, aun estando lastrada por seis décadas de bloqueo económico, comercial y financiero yanki. Cuba proyecta producir cien millones de vacunas; inmunizará a los once millones de cubanos y también exportará. Argentina, Irán, Vietnam y Venezuela ya se han interesado.
Mientras, en Euskal Herria, un porcentaje pequeño pero significativo de personas está optando por no vacunarse. Entre ellas, una amiga que dice que las vacunas se han desarrollado demasiado rápido y que no se fía. Le pregunté cuándo se fiaría y me respondió que nunca. Mi amiga, joven y de buena salud, se beneficiará del efecto rebaño, porque, por responsabilidad social, también hacia la gente «desconfiada» como ella, la gran mayoría nos estamos vacunando.
La viruela, enfermedad devastadora, fue erradicada gracias al programa de vacunación mundial promovido por la URSS. La polio, gracias a las campañas de vacunación, ha sido erradicada en prácticamente todo el mundo; solo se dan casos en Afganistán y Pakistán. Empresas farmacéuticas se lucraron y seguirán lucrándose, hay que denunciarlo y plantear alternativas. Pero de ahí a no vacunarse hay un universo.
Durante la pandemia, el mensaje de la izquierda soberanista ha sido consecuente: medidas para proteger salud de las personas, fortalecimiento de la sanidad pública, liberación de las patentes de las vacunas, organización popular en torno a los cuidados, confianza en la ciencia, responsabilidad colectiva y defensa de la soberanía. Pero, por alguna razón, algunos sectores que se dicen de izquierdas parecen apostar más por Steve Bannon que por Miguel Díaz-Canel, y parecen defender la libertad neoliberal de Isabel Díaz Ayuso ante la responsabilidad colectiva de Arnaldo Otegi. La cultura de la derecha posmoderna penetra en la sociedad vasca y, también, aunque sea de forma marginal, en la base social de la izquierda.