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Una generación de estadounidenses se pregunta para qué luchó en Afganistán

«¿Mereció la pena tanto sacrificio?» Esa es la pregunta –sin respuesta– que una generación de soldados estadounidenses se hace ante el ascenso al poder de los talibanes y la disolución, como un castillo de naipes, del régimen que trataron de implantar en Afganistán.

El entonces jefe del Pentágono y halcón Donald Rumsfeld arengando a las tropas en su visita a Bagram en diciembre de 2001. (PABLO MARTINEZ MONSIVAIS-AFP)

Unos 800.000 jóvenes estadounidenses han sido destinados a la guerra de Afganistán desde su inicio tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. Según el Pentágono, 2.352 han muerto y más de 20.000 resultaron heridos, aunque las cifras podrían ser más altas debido a la dificultad de contabilizar los suicidios y los problemas de salud mental.

(Los veinte años de guerra han dejado un saldo estimado de 242.000 muertos, la inmensísima mayoría afganos).

Chris Velazquez es uno de los nombres que se esconden detrás de los números. Estuvo en la provincia afgana de Helmand entre marzo y diciembre de 2009, pero al volver abandonó los marines y durante casi una década estuvo lidiando con el miedo y la ansiedad del síndrome de estrés postraumático, alimentado por el abuso de estupefacientes.

Con el paso de los años, se dio cuenta de que su experiencia en Afganistán fue una «pérdida de vida y tiempo» no solo por el daño que sufrió, sino porque cree que EEUU no supo entender Afganistán y ocupó el territorio durante dos décadas intentando construir sin éxito una nación.

Sin misión y sin plan de escape

«Mucha gente, muchos veteranos creen que detrás habría como un 'gran plan', pero no se dieron cuenta de que, en realidad, detrás de todo solo había un grupo de gente intentando hacer conjeturas», reflexiona Velazquez.

Considera que Washington nunca tuvo clara su misión, por lo que no le extraña el caos que rodea la evacuación de ciudadanos estadounidenses y colaboradores afganos.

De la misma opinión es Jeremiah Knowles, un «niño de 19 años» cuando en 2008 comenzó a trabajar como analista de inteligencia en la base militar Camp Phoenix, en el este de Kabul y famosa por ser uno de los objetivos preferidos de los talibanes para perpetrar atentados suicidas.

Casi no salía de la base, pero recuerda que en una ocasión le ordenaron ir a un pueblo para recolectar información de inteligencia.

Les dijo a los locales que iba a «revisarles la vista», pero en realidad se dedicó a hacerles exámenes de la retina y tomar sus huellas dactilares para meterlos en una base de datos que servía a Washington para identificar a los afganos, en caso de que fueran arrestados.

«Cualquier ayuda a la población civil se hacía para servir los intereses de EEUU», reconoce Knowles con un punto de amargura.

Y por eso, poco a poco, llegó a la conclusión de que la guerra fue inútil. «Solo trabajamos con la versión de Afganistán que era favorable a Occidente, pero no trabajamos con el pueblo afgano», dice ahora.

Al clavo de Al Qaeda

Otros, sin embargo, insisten en que la guerra tuvo dos caras: una positiva con el debilitamiento de Al Qaeda y otra negativa con un reguero de muertes.

En Facebook, el teniente general James "Jim" Slife, jefe del Comando de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea, considera que vivió «altibajos», con momentos triunfales como la muerte de Osama Bin Laden en 2011 y otros amargos como los «innumerables» soldados que envió al campo de batalla y que, en algunos casos, nunca volvieron.

«Como a muchos, me cuesta encontrar sentido a todo esto», confesaba hace unos días el teniente general, quien entre 2002 y 2011 estuvo «entrando y saliendo» de Afganistán continuamente.

Slife no está solo entre los altos mandos militares estadounidenses que dedicaron buena parte de su carrera a la guerra de Afganistán.

El jefe del Pentágono

El propio secretario de Defensa de EEUU, Lloyd J. Austin III, quien lideró a soldados en el campo de batalla entre 2003 y 2005, reconoció recientemente en una rueda de prensa que la caída de Kabul en manos de los talibanes es algo «muy personal» para él. «Esta es una guerra en la que luché, que lideré. Conozco el país. Conozco a la gente y conozco a los que lucharon a nuestro lado», afirmó Austin.

Aún quedan en Afganistán casi 6.000 militares estadounidenses con el objetivo de asegurar el aeropuerto de Kabul y permitir la huida de los ciudadanos estadounidenses y sus colaboradores afganos.

En total, junto a EEUU, otros 51 países -entre socios de la OTAN y aliados- han participado en la guerra de Afganistán.

Además de las vidas estadounidenses, la guerra ha dejado 66.000 militares y policías afganos muertos, además de unos 47.200 civiles fallecidos (los talibanes y sus seguidores o simpatizantes muertos en combate o masacrados no entran en el registro).

Otros 2,5 millones de afganos  han tenido que huir de sus casas, según datos de la ONU y de la Universidad Brown, dedicada a investigar los costes del conflicto.