La bendita maldición del poeta
El cine de Terence Davies se confirma, película a película, como ese tesoro destinado a desvanecerse… y al mismo tiempo, a sobrevivir al paso del tiempo. Al transcurrir de las eras, las modas, las escuelas y otras tendencias pasajeras. Estamos en 2021, año de presentación de ‘Benediction’, nuevo largometraje del maestro inglés, y en prácticamente cada escena da la sensación de que estamos asistiendo a un espectáculo (llamémoslo así) fuera del tiempo; más allá, seguro, de aquellos que le ha tocado vivir.
Está por supuesto la tentación de colgarle la etiqueta de «antiguo», porque en efecto, el conjunto se apoya en unas formas (en la puesta en escena, en el montaje, en la dirección artística, en el trabajo con el elenco actoral…) que no se corresponden con la manera en que las películas se relacionan ahora mismo con sus respectivas audiencias. En esta línea de pensamiento, encontramos también otro pensamiento tentador (es decir, una idea que debe ser considerara, pero en última instancia, rechazada): recurrir a la consideración de «clásico», o sea, a esa deformación mal entendida de lo que ya no se estila.
Y es cierto, ‘Benediction’, como sucedía con ‘Historia de una pasión’, o ‘Sunset Song’, o ‘The Deep Blue Sea’, los últimos trabajos de Davies, es otro –glorioso– alegato en favor de una manera de filmar y de narrar que no es que ya no se estilen… sino más bien que nunca han podido estilarse. El maestro nacido en Liverpool sigue pues marcando su propio camino, en lo que siempre debe considerarse como la mayor conquista de la autoría. Cada una de sus películas ese traduce en una obra de arte cuyo valor radica, principalmente, en su carácter único. O sea, que más que «antiguo» (que sí, un poco); más que «clásico» (ídem) su cine es inimitable. Y por supuesto, inigualable.
Terence Davies, uno de los últimos grandes cineastas vivos, sigue en la senda de otros grandes artistas. Moviéndose siempre entre la adaptación y la interpretación más íntima y personal, ofrece ahora un biopic dedicado a la figura de Siegfried Sassoon, escritor y poeta británico que destacó principalmente por un corpus lírico dedicado a luchar, de forma muy beligerante, precisamente contra la beligerancia de una época traumáticamente marcada por las Grandes Guerras. Dicho de otra manera, y para acabar de situarnos: el objeto de estudio aquí es una persona decidida a no seguir las principales corrientes de su contemporaneidad.
‘Benediction’ se comporta, en este sentido, como una entidad extremadamente culta y refinada. Como ese ser distinguidísimo, al que no se puede separar de la esencia que siempre han desprendido las élites británicas, las que iban moldeando el mundo a golpe de genio artístico y geo-político. Las batallas que aquí se libran se producen en el campo de la alta dialéctica, allí donde la dicción importa casi tanto como la elección precisa (casi milimétrica) de cada palabra; de cada figura metafórica empleada. En esta especie de combates del intelecto, la película saca músculo; se luce, vaya… esto sí, rompiendo cualquier atisbo de encorsetamiento academicista.
Terence Davies vuelve a volar gracias a su alma de artista puro: ‘Benediction’ es un biopic que contradice las tendencias del género apoyándose, con total libertad, en momentos y decisiones que de ninguna manera podían verse venir. Por ejemplo, un suave montaje de imágenes de cerezos en flor se erige en terapia para un terrorífico material de archivo de la Primera Guerra Mundial, un infierno que, en más de un momento, rodea literalmente al atormentado protagonista. Después, el rostro de Jack Lowden se transforma en el de Peter Capaldi, y toda la energía del primero se convierte en la amargura crepuscular del segundo. Y parece que entre tanto salto temporal, la película va a entrar en un frenesí; en un torbellino incontenible.
Pero no, cuando menos lo esperábamos el tempo narrativo vuelve a bajar dramáticamente las pulsaciones. Davies, una vez más, nos pilla desprevenidos: un hombre pasa a otro el poema manuscrito que acaba de concebir, y la cámara se queda ahí, esperando a que el lector cumpla su cometido. Durante los segundos que dura la secuencia, el tiempo y el universo entero parecen detenerse al unísono. Todo esto, recordemos, a través de ese arte que dice expresarse a través de las imágenes en movimiento. Pero las convenciones, incluso los pilares más inamovibles, están ahí para ser cuestionados; para ser derribados, si hace falta. Lo sabía el poeta (ese elegido, bendecido y condenado por su don) y se lo aplica, una vez más, un Terence Davies que en momentos puntuales parece que esté auto-homenajeándose.
Hay imágenes, sonidos y escenas específicas que parecen ecos de aquellos trabajos antes mencionados, pero que se hermanan sobre todo en el recuerdo de ‘Of Time and the City’, ese poema urbano que bien podría ser la obra cumbre de este cineasta inmenso. No en vano, ‘Benediction’ consigue trascender, sirviéndose de sus personajes, para alcanzar cotas más altas, o directamente sublimes. Siegfried Sassoon se descubre ahí como brillante pretexto para entender mejor el amor, la pasión, la vergüenza, la rabia… pero también la tragedia de lo efímero a partir de la observación y comprensión del siempre cambiante espíritu de los tiempos.