Livorno, la ciudad «más roja», en el centenario del Partido Comunista Italiano
¿Se puede hacer una clasificación sobre las ciudades más a la izquierda políticamente? En Italia hay una ciudad que no tiene miedo a las comparaciones porque es, sin duda, la ‘más roja’ de todas: se trata de Livorno, donde hace 100 años nació el Partido Comunista Italiano, el mítico PCI.
El 21 de enero de 1921 era un día de lluvia en la Toscana, algo normal en el primer mes del año. Livorno, ubicada en la costa, suele tener temperaturas muy agradables durante el invierno, pero aquel día no, porque a la lluvia se sumaba el frío. De todas formas, un día histórico en la Italia de la posguerra, la etapa que siguió a la Gran Guerra (después denominada I Guerra Mundial) en la murieron más de medio millón de combatientes italianos. Los jóvenes que sobrevivieron fueron devueltos a sus familias sin esperanzas, sin futuro, muchos de ellos mutilados.
En este escenario, el fascismo ya había empezado a echar raíces. Benito Mussolini, exdirigente del Partido Socialista Italiano (PSI), que se había posicionado a favor la guerra en el debate interno, abandonó esta formación después del armisticio para fundar, en Milán, los ‘Fasci Italiani di Combattimento’, un grupo de radicales enfadados contra todo y todos.
No conformaban todavía un partido político, sino una especie de equipo que se dedicaba a dar palizas, sobre todo, a los militantes socialistas, ayudando a una burgesía que tenía miedo de las reivindicaciones de la izquierda, de los «bolcheviques soviéticos» que habían completado la Revolución rusa.
En Italia estaba estallando una guerra civil subterránea que necesitaba una solución. Por su parte, el Partido Socialista parecía demasiado tímido para enfrentarse a estos fascistas, que utilizaban eslóganes como ‘Me ne frego’ (No me importa) porque sabían que nadie les iba a parar. En Bolonia, por ejemplo, el 21 de noviembre de 1920, un enfrentamiento en la calle entre fascistas, socialistas y policías había dejado diez muertos y 58 heridos. Fue conocida como ‘La masacre del Palazzo d'Accursio’.
Líderes de izquierda como el diputado Filippo Turati, uno de los fundadores del PSI, no sabían literalmente qué hacer ante esta oleada de tensiones. ¿Y, cuando algo está tan atascado, cuál es la vía de fuga? Un congreso del partido donde confrontar opiniones y estrategias, con un contexto internacional cada vez más agitado. El término ‘reformadores’ ya circulaba entre las filas socialistas, más bien como sinónimo de tregua, porque en Italia nunca se han hecho auténticas reformas.
Parecía, incluso, que el mayor problema no eran las agresiones fascistas, sino esos pequeños grupos de revolucionarios, de extremistas, que dentro del Partido Socialista defendían una idea sencilla: luchar, luchar y luchar, sin buscar acuerdos. Jefes de esta corriente minoritaria eran, sobre todo, dos hombres que serán muy importantes en la política italiana: Antonio Gramsci y Palmiro Togliatti. Este último, Il Migliore (El Mejor), no estuvo en Livorno durante esos días y Gramsci, cerebro de ‘L'Ordine Nuovo”, el periódico donde se discutían las ideas de izquierda, quedó bastante apartado; quería ser actor no protagonista.
La prensa moderada insistía en presionar al PSI: tenía que quitarse de encima estas peligrosas ideas que iban a llevar a Italia hacia la Unión Soviética y hacia el bolchevismo, si no a la anarquía. Finalmente, hubo cita para el XVII Congreso del Partido Socialista en enero del 1921 en Livorno, en el Teatro Goldoni.
La Florencia de la familia Médici
Livorno es una obra maestra de la familia Médici, un linaje superimportante en Italia que estuvo gobernando la Toscana prácticamente durante seis siglos. Ahora son más conocidos popularmente gracias a unos cuantos documentales y series de televisión, pero siempre se ha hablado de ellos de manera contradictoria. Han tenido cuatro papas, muchos cardenales, y en general muchos hombres y mujeres de poder, como Catalina y María de Médici.
Empezaron como banqueros en la Edad Media, cuando la Península Italiana estaba fragmentada en varios estados y cada uno quería ser mas rico que el otro. Vecinos contra vecinos, guerra tras guerra y préstamos de dinero para quienes no podían pagar. Los Médici tenían un pequeño banco en Florencia cuando todavía era una pequeña ciudad, no muy importante. Otras dominaban cerca de ella, sobre todo Pisa, que en aquella época era una ciudad-estado, una República.
Préstamo tras préstamo, interés tras interés, los Médici empezaron a ganar importancia y poder. ‘Follow the money’ (Sigue al dinero) se dice cuando hay que buscar al culpable de un crimen. Pues Cosme de Médici –llamado Cosimo il Vecchio– fue el primero en ejercer el dominio de la familia sobre Florencia, dando inicio al Renacimiento en las bellas artes y a la época de las Señorías en politica. A pesar de ser formalmente una República, la ciudad siempre estaba gobernada por un miembro de la familia Médici, como si fuera un reino.
El más grande de esta saga fue Lorenzo El Magnífico, nieto de Cosimo. Heredó todo en Florencia, a la que llevó a su apogeo: fue un político sublime y poeta, y como su padre Piero y su abuelo Cosimo, ayudó a muchísimos artistas.
En su obra literaria más famosa, los “Canti Carnascialeschi”, versos escritos durante las fiestas de Carnaval, aparece lo que podría ser un resumen de toda su filosofia: ‘Quant'è bella giovinezza/ che si fugge tuttavia!/ Chi vuol esser lieto, sia/ di doman non c'è certezza’ (Qué bonita es la juventud/ ¡a pesar de que se escape!/ El que quiera ser feliz, lo sea/ no hay certeza en el mañana).
Lorenzo de Médici murió joven, con 43 años, en 1492. Dejó una ciudad tan importante como podría ser actualmente Silicon Valley en Estados Unidos: los mejores del mundo habían trabajado allí, incluidas las cuatro ‘Tortugas Ninjas’ Donatello, Michelangelo, Raffaello y Leonardo. ¿Y cómo olvidarse de Brunelleschi, de Botticelli, de Ghirlandaio o de Verrocchio?
Toda la Florencia que se visita hoy, la Florencia del turismo y de las maravillas artísticas es obra de aquella época; también las residencias que levantó en los alrededores la familia Médici, cuyo mayor problema era no tener un puerto de mar como, por ejemplo, tenía Pisa.
Tuvo que pasar un siglo para rellenar este hueco, cuando Fernando I de Médici, tercer gran duque de Toscana, transformó una anónima villa de pescadores, situada en un paraje malsano, en una joya.
El destino de Fernando estaba escrito: ser cardenal. Pero como su hermano Francisco, el segundo gran duque, murió de repente, se quitó los trajes religiosos y se puso los de señor político. A él le tocó completar las ideas de su padre, creando un puerto seguro para el Gran Ducato de Toscana: Livorno.
Fernando la declaró puerto franco en 1590, invitando a vivir allí a todos los que no tenían una patria o un lugar donde residir, y dejó de lado la religión, la gran rémora de la segunda mitad del siglo XVI por las guerras entre católicos y protestantes. En Livorno todos y todas podían ser libres. Trabajando, por supuesto, pero libres. Una revolución para aquella epoca.
La comunidad que más se benefició de esta novedad fue la judía. En los territorios de Felipe II (Rey de Castilla, Navarra, Portugal, Nápoles, Sicilia...) habían sido decladarados persona non grata. Así comenzó la tradiciòn acogedora de Livorno, puerto seguro para el comercio y, aún más, para las personas. A día de hoy la comunidad hebraica de la ciudad toscana es la más grande de Italia y su sinagoga merece una visita.
El gran duque amplió el centro y el barrio Venezia es una obra maestra dentro de la obra maestra global llamada Livorno: un lugar encantador donde los pescadores iban de canal en canal (como en la mundialmente conocida Venecia) hasta el mar; pequeños puertos dentro del puerto principal. Ahora es el corazón de la ciudad. Allí mismo se encuentra el Teatro San Marco.
La orden de Lenin
Son 2.200 pasos, más o menos, los que separan el Teatro Goldoni y el Teatro San Marco. Un recorrido de poco más de un kilómetro en el que la historia italiana y, ¿por qué no?, europea cambió muchísimo. Es una distancia y un límite, la ortodoxia y la novedad, el Partido Socialista y el Partido Comunista. Un kilómetro para describir un mundo.
Todo se desarrolló en el centro de Livorno en aquel día lluvioso en el que la gente se empapaba mientras iba de un lugar a otro. Pero había que hacer algo, quedarse parado no servía para nada.
A un lado, el Goldoni, el teatro más importante de la ciudad, cuyas paredes habían acogido por primera vez en 1890 las notas de la “Cavalleria rusticana” de Pietro Mascagni, por supuesto livornés; al otro, el San Marco, menos brillante, con menor aforo y con agujeros en el tejado que dejaban pasar las gotas de lluvia, casi un lugar clandestino.
Los socialistas quedaron en el Goldoni; los comunistas, fuera, para completar la ruptura. La orden llegaba desde Moscú, de aquel señor con bigotes y casi calvo, el líder de la URSS: Vladimir Ilich Ulianov, Lenin. Para formar parte de la Tercera Internacional había que cortar lazos con el pasado y así sucedió aquel viernes por la mañana.
Fue una escena realmente ‘muy italiana’: el grupo minoritario saliendo del Goldoni cantando el himno de la Internacional y los socialistas en el interior entonando su propia canción representativa, compuesta por Turati. Un teatro, un lugar familiar para los italianos, los reyes de la mise en scène exasperada, de la gesticulación.
En la sala donde se desarrollaba el Congreso, una enorme pancarta con el rostro de Karl Marx y el lema ‘¡Proletarios de todos los países, uníos!’. Una gran ironía. Y todo grabado por una cámara, porque aquel evento fue uno de los primeros con cobertura de video.
Repasando las intervenciones de los participantes, casi nadie nombró el fascismo. ¿Por qué no lo quisieron ver? ¿No lo consideraban importante? ¿Fue porque se estaban vigilando entre ellos en la sala? Mirarse el ombligo en vez de la realidad ha sido siempre el mayor problema de una parte de la supuesta izquierda.
Una vez en el Teatro San Marco, el grupito que había confirmado la ruptura con los socialistas anunció el nacimiento de otra formación, el Partido Comunista de Italia, con Amadeo Bordiga como primer secretario, un hábil y carismático orador.
Solo queda el mito
Una historia repleta de perdedores. Después de 100 años, tanto el Partido Socialista como el Partido Comunista prácticamente han desaparecido en Italia. Tienen porcentajes de ‘prefijo telefónico’, cero coma algo. De hecho, el Partido Comunista se disolvió en 1991, dando lugar a otras formaciones. Queda el mito, el nombre, que los supuestos herederos de izquierda (el Partido Democrático) no deberían ensuciar.
Y si se presentan en Livorno, como sucedió el pasado mes de enero para celebrar el centenario del PCI, la reacción de la gente es pitarles e insultarles, porque la ciudad se mantiene fiel a sus orígenes obreros, quizás un poco anárquicos, pero sinceros hasta el humor negro o la sátira aguda. Esta es la patria de pintores malditos como Amedeo Modigliani o de otros como Giovanni Fattori, fundador del estilo pre-impresionista de los ‘Macchiaioli’.
Curiosamente, muchos dirigentes comunistas no han crecido en Livorno, sino en la cercana Pisa, villa mucho más universitaria e intelectual. Hay rencor entre estas dos capitales de provincia: ‘Meglio un morto in casa che un pisano all'uscio’ (Mejor un muerto en casa que uno de Pisa en la puerta) es una de las frases más conocidas en Livorno.
A pesar de que hace 40-45 años tenían porcentajes de voto sobresalientes, comunistas y socialistas nunca fueron amigos, dejándose ahogar por esta supuesta modernidad del capitalismo polifacético. Pero el PCI fue, durante mucho tiempo, «el partido comunista más importante de Europa», con Enrico Berlinguer como lìder, al que votaba un tercio de la población.
Ahora, ruina entre las ruinas, el Teatro San Marco está vacío y abandonado a su destino. En los días de viento, habituales en Livorno, ondea una bandera roja con banda negra, vieja como esta ciudad, donde parece que el tiempo se haya detenido.
Cerca de allí, después de aparcar su Vespa de color amaranto (un tono de la gama del rojo), dos jóvenes se quitan el casco y corren hacia el mar. No es algo revolucionario, pero ayuda en una ciudad que no podría ser de otro color, roja, es decir, de izquierda; con rabia pero de izquierda.