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Lo que dejó la Convención del PP: neoliberalismo, jacobinismo y una Ayuso encuadrada

Casado tuvo su baño de masas en València al concluir su Convención extraordinaria montada para exhibir unidad unos días antes del Congreso Federal del PSOE. Pocas novedades, polémicas presencias y dos avisos: lucha voto a voto contra Vox y recuperación de competencias cedidas a la CAV y Catalunya.

El presidente del PP, Pablo Casado, en el acto de clausura de la Convención Nacional del PP, en la Plaza de Toros de Valencia. (Rober SOLSONA/EUROPA PRESS)

«El PP sale de esta convención sumamente reforzado y unido», ha dicho este lunes el vicesecretario de Organización del partido, Carlos Izquierdo, en las primeras declaraciones tras concluir el raid de varios días y varias ciudades que organizó Génova y que acabó este domingo ante 9.000 afiliados en la Plaza de Toros valenciana. Todas loas a Pablo Casado y discurso triunfalista y de campaña, aunque falten dos años para las generales y nada haga presumir que se adelantarán.

Fuentes del PP han explicado a NAIZ que esta Convención Nacional fue «algo extraordinario» y que no suele realizarse para escenificar la unidad y se aprobará en forma simbólica y protocolar la estrategia para este curso político. «Por eso es una reunión importante. Fueron varios eventos en muchas ciudades y se quiso que concluya en Valencia», han señalado. Una suerte de macroasamblea en la que no se votó nada pero se intentó mostrar músculo días previos al congreso federal del PSOE. Ha sido una shadow convention a la inglesa.

Durante estos días no han faltado presencias ni frases polémicas. Una de ellas fue la de José María Aznar, en la que recalcó que el Estado español «es una sola nación, ni plurinacional ni la madre que los parió», además de vacilar al presidente mexicano por sus exigencias de disculpas oficiales por la Conquista. Otra figura que no interesó ocultar fue la de Francisco Camps, el hiperdenunciado expresident de la Generalitat Valenciana. Para luchar contra el alzheimer de la corrupción, Compromís puso frente a la Plaza de Toros un gran cartel para los asistentes: «Bienvenidas a València, la ciudad donde ya no se roba».

Hubo dos noticias relevantes en todo esto, más allá del júbilo de los participantes y el baño de masas que Casado deseaba y obtuvo. La primera de ellas sería que, con su sonrisa de par en par en el atril que llevaba el lema «Creemos», el presidente del PP ratificó hacia dónde va la formación de cara a las generales: neoliberalismo sin prejuicios, conservadurismo social y jacobinismo recargado.

Ésta última es la mayor novedad. Génova parece que ha dado por perdidas para siempre la CAV y Catalunya (menospreciando el impacto que puede tener la actitud contra el Principat en otros soberanismos que se miran en ese espejo, como el mallorquí y el valenciano). Sin titubeos, Casado anunció que si llega a Moncloa va a recuperar las competencias cedidas en materia de prisiones al Gobierno de Lakua y al Govern catalán, alertó que «no va a haber más concesiones a nadie» y que va a traer a Carles Puigdemont al Supremo «aunque haya que ir hasta el último país de Europa».

Ha dejado claro que busca reforzar la unidad nacional y ha llenado su discurso de versos inflamados de nacionalismo: «Estamos con cabeza alta, manos blancas, bolsillos limpios y el corazón enamorado de España». Sobre el final, y sin decir cómo, llamó a «modernizar y transformar» el país y «devolver el poder a los españoles», en una frase que orilla la peligrosa noción de hacer creer que el gobierno central es ilegítimo o cooptado por no-nacionales.

La lideresa encuadrada

La otra noticia relevante fue el desmarque público de la presidente de Madrid con respecto a los rumores de un posible salto apresurado a la candidatura en las generales, como escriben muchos y anhelan varios del establishment de la derecha más desenfadada.

«Te quiero decir, Pablo, delante del partido, de todo el mundo, te quiero dejar claro que tengo meridianamente claro dónde está mi sitio y sé que mi sitio es Madrid y que daré lo mejor porque Madrid es España y porque necesitamos que tú llegues a ser el presidente del Gobierno», afirmó en un panel en el que participó el sábado. Cuando fue presentada fue ovacionada de pie y cuando pronunció esta frase, también. Dos veces se tocó el corazón Casado en agradecimiento pero la transmisión en vivo lo dejó en offside: el expresidente mexicano Felipe Calderón, sentado a su lado, se ponía de pie como todo el auditorio hasta que el líder del PP lo frenó en seco e hizo que se quedara sentado. Las imágenes valen mil palabras.

Ayuso entendió con la astucia que la caracteriza a ella y al ambicioso aznarista que la asesora, Miguel Angel Rodríguez, que había que disipar dudas de una pelea de liderazgo. Ya bastante ruido generó su viaje por Estados Unidos justo en los días de la Convención, eclipsando a Casado (y hasta peleándose con el papa Francisco por México). Mejor dejar la batalla para presidir el PP madrileño, objetivo que sigue en pie, inamovible y que tras este discurso, Génova no debería impedirlo.

Es que la conexión con el votante de derecha lograda por Ayuso no la tiene  Casado. Es por eso que el presidente del partido no se mete ni construye diques de contención al sur de  Sierra Morena ni en el macizo galaico-leonés. Los presidentes de la Junta y la Xunta no representan para él una amenaza. Por algo Cayetana Álvarez de Toledo dijo el viernes en EsRadio que el ataque «soterrado» contra Ayuso desde Génova por el PP madrileño es un «sentimiento pequeño que tiene que ver más con la psicología que con la política».

Desde Puerta del Sol izaron bandera blanca y le regaló a Casado lo que deseaba. Con la Convención, él deja en claro que está en carrera y que el desmarque con su discurso en la moción de censura de Vox no era un desmarque con la ultraderecha ni un giro al centro, sino sólo contra Abascal y su formación. Se viene una pelea cuerpo a cuerpo entre ellos y los conservadores moderados españoles seguirán huérfanos un tiempo más.