Un «dictador cool» reacio a avances sociales y con tintes autoritarios
Nada más llegar al aeropuerto de San Salvador se ven cuadros con las fotos de Nayib Bukele y su esposa. El centro de la capital luce militarizado y nuevos cajeros transforman los bitcoins en dólares. En dos años, Bukele ha monopolizado los tres poderes del Estado.
¿Qué tienen en común el rapero puertorriqueño Bad Bunny y el presidente de El Salvador, Nayib Bukele? Ambos fueron incluidos en la lista anual de los 100 latinos más influyentes de la revista “Time” de 2021. El primero, por ser un «defensor de la libertad de expresión», según el reguetonero colombiano J Balvin. El segundo, por el contrario, porque «no ha tolerado críticas ni oposición» y porque sus palabras son «incuestionables», en palabras del editor mexicano del diario digital “El Faro”, Daniel Lizárraga, expulsado en junio de El Salvador. La propia Sociedad Interamericana de Prensa ha avisado del riesgo para la democracia y la libertad de prensa en este país.
Bukele se ha autoproclamado «el dictador más cool» y con su gorra al revés llegó al poder el 1 de junio de 2019 con aires de modernidad dando un portazo al bipartidismo que se había repartido el poder desde el fin de la guerra civil. Desde que asumió la Presidencia ha hecho lo imposible por arrinconar a la oposición y dejarla sin espacio hasta convertir en residual la presencia institucional del partido derechista Alianza Republicana Nacionalista (Arena) y de la izquierda heredera de la exguerrilla Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
Su primera gran propuesta para contentar a la población fue el Plan de Control Territorial con el que, en teoría, pretende acabar con las pandillas que tiñen de sangre El Salvador. Para ello, sacó a las calles a miles de policías y militares y ha prometido que, en cinco años, desplegará 40.000 soldados (el doble que en la actualidad) para «defender la patria de nuestro enemigo interno más grande».
Sin embargo, esta es una «guerra» de cara a la galería, ya que tal como reveló “El Faro”, el Ejecutivo de Bukele negoció desde junio de 2019 con la Mara Salvatrucha una reducción de las muertes y beneficios penitenciarios a cambio de apoyo electoral a su partido, Nuevas Ideas, en los comicios legislativos de febrero, en los que logró una mayoría aplastante.
Un año antes, el 9 de febrero de 2020, al mandatario no le tembló el pulso para irrumpir en la Asamblea Legislativa con militares fuertemente armados con el fin de presionar a los diputados de Arena y FMLN, que entonces sumaban la mayoría, para que aprobaran un préstamo de 109 millones de dólares que le permitiera poner en marcha la tercera fase del citado Plan de Control Territorial y adquirir mejor armamento para la Policía y las Fuerzas Armadas.
Una vez controlada la Asamblea, lo primero que hizo su partido fue acabar con cualquier oposición en el único contrapoder que quedaba en el país centroamericano: el judicial. Así, nada más conformase el pasado 1 de mayo, el Congreso destituyó a los magistrados de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia y al titular de la Fiscalía General. La jugada fue maestra, dado que los nuevos jueces designados por su formación acaban de allanar el camino a su reelección para un segundo mandato de cinco años más en las elecciones de 2024. En una polémica resolución, la Sala de lo Constitucional dio luz verde para que «una persona que ejerza la Presidencia de la República y no haya sido presidente en el periodo inmediato anterior participe en la contienda electoral por una segunda ocasión». Hasta ahora, la Constitución de El Salvador prohibía la posibilidad de optar a un segundo mandato.
Nayib Bukele siempre pretende ir un paso más adelante, tal como demostró en septiembre de 2019 cuando llegó a sacarse un selfie nada más iniciar su discurso en la Asamblea General de Naciones Unidas: «El nuevo mundo está en el lugar adonde irá esta foto, a la red más grande del mundo», aseguró entonces. La última y cuestionada medida del presidente millennial ha sido imponer desde el 7 de septiembre el bitcoin como moneda de curso legal. A partir de ahora, todos los negocios y comercios están obligados a aceptar el pago en esta criptomoneda, pese a que organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) han advertido de los «riesgos significativos» que tendrá en este pequeño país de 6,5 millones de habitantes.
Por si fuera poco, el presidente salvadoreño ha firmado sendas reformas a la Ley de la Carrera Judicial y a la Ley de la Carrera Fiscal para jubilar a un tercio de los 690 jueces del país y a decenas de fiscales mayores de 60 años o que acumulen más de 30 años de servicio. Uno de los jueces afectados por este retiro forzoso es Jorge Guzmán, a cargo del «caso El Mozote», que en noviembre de 2020 pidió a la Fiscalía determinar si Bukele cometió algún delito al bloquear las inspecciones judiciales de archivos del Ejército en el marco de la investigación por una masacre de un millar de civiles en 1981. Un grupo de jueces ya ha presentado una denuncia contra estas reformas ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por la «violación de la independencia judicial». La propia ONU ha alertado del «desmantelamiento de la judicatura» en El Salvador.
En este contexto, miles de personas se manifestaron el 15 de septiembre en la capital con carteles contra de la «dictadura» en la que, a su juicio, se ha convertido El Salvador desde la llegada de Bukele. El mandatario no solo no hizo autocrítica sino que acusó a la comunidad internacional de estar detrás de esta multitudinaria protesta por «financiar a una oposición perversa». Además, arremetió contra la población que salió a las calles a «luchar contra una dictadura que no existe».
Días después, Bukele siguió dando de qué hablar tras bloquear el aborto terapéutico, el matrimonio entre personas del mismo sexo y la eutanasia, en un paquete de reformas constitucionales que recibió de manos de su vicepresidente y que deben ser aprobadas por la Asamblea Legislativa que controla.
En El Salvador, lejos de avecinarse cambios en materia de derechos sociales, se espera que el presidente afiance aún más su poder alejándose de una comunidad internacional preocupada por su deriva autoritaria, que parece no tener fin. De forma irónica, el propio Bukele se ha autodenominado «dictador de El Salvador» en su biografía de Twitter, donde cuenta con cerca de tres millones de seguidores. En un nuevo golpe de efecto, ha respondido así a la etiqueta #BukeleDictador que ha circulado en los últimos días en el país centroamericano. Poco después, volvió a modificar su perfil en esta red social para autoproclamarse «el dictador más cool del mundo mundial».