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La festividad celta que dejó huella también en Euskal Herria

Los pueblos celtas, a partir del siglo XIII a.C., extendieron en toda Europa el Samhain, la fiesta del fin del verano donde se juntaban el mundo de los vivos y el de los muertos y que ha perdurado hasta fechas recientes, ahora suplantada por Halloween, la versión norteamericana.

Jóvenes de Arrasate disfrazados y con calabazas celebran la noche de «Gau Beltza». (Ane ZUBIZARRETA)

A nadie se le escapa ya que la costumbre de disfrazarse y de colocar calabazas iluminadas en la víspera del 1 de noviembre no es originaria de EEUU. Gracias a la labor de difusión realizada por antropólogos y colectivos culturales, sabemos que en Euskal Herria también existió –y hasta no hace tanto tiempo– la costumbre de celebrar la festividad de los muertos, «Animen gaua» o «Gau beltza». Lo que no es tan conocido es que esta fiesta pagana llegó a Euskal Herria de la mano de los celtas, pueblo indoeuropeo que también trajo, por ejemplo, el lauburu.

Hasta hace pocos años, la irrupción de las calabazas iluminadas en la víspera del 1 de noviembre se asociaba a una costumbre foránea, procedente del otro lado del Atlántico y con un componente comercial muy marcado. Es por ello que muchos rechazaban que niñas y niños vascos se disfrazaran ese día para pedir dulces con la frase «truco o trato» (track or treat).

Pero hete aquí que muchos de nuestros mayores comenzaron a recordar que en su infancia también recogían calabazas y nabos, vaciaban su interior para darles forma de rostro humano y, con una vela encendida en su interior, los colocaban en zonas de paso para asustar al vecindario. Hay incluso quien recuerda cómo se disfrazaban y recorrían los caseríos para pedir castañas.

Pero, ¿cómo es posible que a ambos lados del Atlántico se haya mantenido una costumbre tan similar? La explicación está en la influencia de los celtas, que extendieron en toda Europa el Samhain, la fiesta del fin del verano, y que terminó llegando al continente americano.

El celta era un pueblo indoeuropeo que comenzó a extenderse por toda Europa en el siglo XIII a.C., especialmente en Gran Bretaña, Irlanda, Bretaña y norte de la Península Ibérica. En Euskal Herria, primero lo hicieron en las zonas llanas de Araba y Nafarroa, y a partir del siglo V a.C. –segunda Edad del Hierro–, en los castros de las zonas altas de Gipuzkoa y Bizkaia, donde perduraron hasta la llegada de los romanos.

Los celtas utilizaban un calendario propio, regido por los ciclos lunares y solares, y cuya máxima representación podría ser el lauburu o trisquel de cuatro cabezas, un símbolo que representa al sol en movimiento y que fue adoptado por el pueblo vasco como propio. En dicho calendario, el Samhain constituía la fiesta más importante, algo así como el año nuevo celta, ya que representaba el fin del ciclo de la cosecha y el inicio de la época de los fríos. La celebración no tenía una fecha concreta, ya que se regía por el calendario lunar, y se prolongaba durante tres jornadas.

Honrar a los muertos

En esta fiesta se honraba también a los muertos, ya que tenían la creencia de que cuando llegaba ese día, la linea que separa el mundo de los vivos y de los muertos desaparecía y los espíritus deambulaban con total libertad. Una creencia que coincide con los akelarres que se celebraban en torno a cuevas y megalitos de la Edad de Hierro, considerados como la puerta de entrada al más allá.

Es por ello que se encendían hogueras para guiar a casa a los espíritus de los seres queridos y para ahuyentar a los malignos. Los disfraces que se utilizan esa noche también tenían el objetivo de confundir a los espíritus.

La costumbre de utilizar calabazas iluminadas se enmarcaría también en ese empeño por alejar los malos espíritus y atraer a los buenos, utilizándolos como linternas para señalarles el camino. La expresión «truco o trato» provendría del trato que ofrecían los espíritus a los viandantes con los que se encontraban en su camino.

Tras la romanización y la llegada de la Iglesia católica, se decidió cristianizar esta costumbre pagana del equinoccio de otoño. En el año 835, el papa Gregorio IV hizo que se cambiara el día de Todos los Santos, que hasta entonces se celebraba en mayo, al 1 de noviembre, para hacerlo coincidir con esa fecha.

A falta de más estudios sobre el tema, todo parece indicar que esa costumbre ha perdurado desde entonces en numerosas localidades de Bizkaia, Gipuzkoa, Araba y Nafarroa. En Mutriku, por ejemplo, existe constancia de que ya a principios del siglo XIII se celebraba la fiesta «Gaba Beltza», con calabazas en calles y viviendas.

En la cuenca del Deba, era costumbre asar castañas esa noche, y en pueblos como Oiartzun, Hernani, Urnieta, Andoain o Zizurkil se han utilizado hasta épocas muy recientes calabazas con velas para asustar a la gente.

En algunos pueblos del Goierri guipuzcoano, como Altzo, se utilizaban las argizaiolak para alumbrar el camino a los espíritus, las mismas que aún hoy día se siguen utilizando con esa misma finalidad en el interior de la iglesia de Amezketa.

En Bizkaia, se han recogido testimonios en localidades como Bermeo o Berriz, donde se colocaban calabazas encendidas en el campanario de la iglesia.

Y en Nafarroa, también se utilizaban calabazas y nabos en comarcas como Ameskoa, mientras que en amplias zonas de Baztan-Bidasoa y valle de Artzibar se realizaban rondas para recoger castañas y nueces. En los valles de Ollo, en Eugi y en Zubiri, los más jóvenes recitaban la frase: «Xanduli Manduli, Kikirriki, écheme nueces por aquí». Y en Iruñerria, a los jóvenes que hacían la cuestación por las casas se les llamaba «txinurri».

Un viaje de ida y vuelta

Estas costumbres han perdurado también en la mayoría de los pueblos de influencia celta, como en Galicia, donde aún pueden verse en muchas zonas rurales, en Asturias, León o Portugal, y fuera de la Península en países como Irlanda, desde donde se exportó al otro lado del Atlántico, pero ya en el siglo XIX, época de mayor emigración de irlandeses a EEUU y Canadá.  

Los pueblos anglosajones denominaban esta fiesta como All Hallow's Eve (Víspera de Todos los Santos), término de origen escocés que derivó en la contracción Halloween que conocemos en la actualidad y que no comenzó a popularizarse en Estados Unidos hasta mediados del siglo XX.

Paradójicamente, en Euskal Herria, fue en esa misma época cuando comenzaron a apagarse las calabazas, al considerarse una cosa de niños y, por tanto, de poca importancia. Pero ha tenido que ser la potente industria audiovisual norteamericana la que ha vuelto a introducir esta tradición en Euskal Herria, eso sí, después de un largo viaje de ida y vuelta a través del Atlántico y en el que ha perdido totalmente su relación originaria con la naturaleza y con la vida.

«Animen gaua», una tradición que comienza a recuperarse pueblo a pueblo

En Euskal Herria son muchas las localidades que están tratando de recuperar la festividad de «Animen gaua» o «Gau Beltza» tras conocer que nuestros mayores lo celebraban hasta no hace tantos años y, en algunos casos, como reacción a la proliferación de fiestas de Halloween.

Ondarroa y Lekeitio son dos municipios vizcainos en los que se está recuperando la tradición, mientras que en Mutriku, diversos colectivos y el Ayuntamiento organizan desde hace varios años la fiesta «Gaba Beltza», en la que los participantes desfilan vestidos de negro y con antorchas para recordar la leyenda de Talaixako Mamua, que llamaba a la puerta de las casas que no habían colocado la calabaza.

Siguiendo la cuenca del Deba, en localidades como Eibar, Ermua o Soraluze se organiza el Gaztainerre, donde se celebra la fiesta en torno a una afari-merienda con castañas asadas y que se repite también en localidades como Arrasate o Aretxabaleta.

En la comarca de Oarso, son los centros escolares los que tratan de recuperar esta tradición, con la colaboración de la asociación Euskaltzaleen Topagunea. Así, las calles de Pasaia, Oiartzun o Errenteria vuelven a verse calabazas durante la celebración de «Animen Gaua».

Unas iniciativas en las que ha tenido mucho que ver la publicación del trabajo "Itzalitako kalabazaren berpiztea" (2018) de los antropólogos Jaime Altuna y Josu Ozaita, en la que se recogen numerosos testimonios a lo largo y ancho de Euskal Herria. O la labor de divulgación llevada a cabo por el también antropólogo y periodista Oier Araolaza.

Pero los colectivos que tratan de recuperar esta tradición ponen también su empeño en eliminar los elementos foráneos que se están adhiriendo a la fiesta, sobre todo su carácter consumista. Así, además de recuperar las frases que se utilizaban en las rondas por las casas, quieren recuperar también el sentido que se daba antes a la muerte, como una cosa natural y mucho más interiorizada en las familias que ahora, donde se trata de ocultarla.