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Superar el sufrimiento mental en grupo, una terapia eficaz

Más de un centenar de personas participan a día de hoy en los grupos de terapia que organiza Osasunbidea. El programa busca solucionar de forma precoz trastornos mentales leves. En muchas ocasiones estos trastornos han surgido de la propia pandemia.

Ardanaz, García-Casal y González, en una de las salas que se usan para terapia grupal. (Jagoba MANTEROLA/FOKU)

Los tres sicólogos se quitan la mascarilla para la foto. Estamos en una de las salas donde tienen lugar las terapias grupales que organiza Osasunbidea a donde llegan personas derivadas desde Salud Mental o directamente desde Atención Primaria, porque su médico de cabecera ha detectado un problema. Durante la epidemia, por aforo, a las sesiones se iba en grupos de ocho. Ahora, vuelven a ser de doce personas. A día de hoy, las personas que acuden a estas sesiones grupales superan el centenar. 

«Si buscas números de cómo ha cambiado la salud mental por la epidemia, aquí no los vas a encontrar. Aquí solo vemos lo que nos llega», advierte Antonio García-Casal, el primero de los tres sicólogos en incorporarse a este programa que arrancó en 2018. A pesar de este sesgo, las sesiones suponen una ventana interesante para tomar la temperatura a ese malestar emocional general, del que nadie está del todo libre, y que se ha visto agravado por la pandemia.

Hasta esas salas en el Centro San Francisco Javier llegan doce desconocidos con un sufrimiento síquico leve, el que asalta «por una mala racha en el trabajo, porque te deja tu pareja, por cosas de todos los días», explica el sicólogo. Pero para entrar a grupo se exige algo más que sufrimiento, porque sufrir, estar triste, dolerse, no tiene por qué ser patológico, sino que es una respuesta natural. Eso sí, en ocasiones, estas situaciones causan más dolor que el esperable y, de no tratarse, pueden acabar desarrollando un trastorno mental, como una ansiedad o una depresión. 

Lo que buscó Osasunbidea a través del programa de terapia grupal es dar una respuesta distinta a la farmacológica, que era casi la única que tenía a mano el médico de cabecera. «En España se medica por afecciones que, según las guías internacionales, no deberían ser medicadas. La indicación para el trastorno mental leve es la sicoterapia», indica García-Casal. Con el recurso de las terapias grupales, el Servicio Navarro de Salud atiende a personas que antes dejaba desatendida, es decir, a aquellas que no habían desarrollado un trastorno grave y, por tanto, quedaban fuera de Salud Mental, pero que tampoco estaban bien y corrían el riesgo de acabar desarrollando un trastorno serio. 

La terapia sale a cuenta. En 2011, en Reino Unido, se integró a miles de sicólogos de golpe en la Sanidad Pública. Calcularon que, a la larga, la terapia es más rentable recetar durante años benzodiazepinas para dormir u otros sicofármacos que, de habitual, enganchan. De forma más modesta, pero adelantada al resto del Estado, el acuerdo de Presupuestos de 2022 en Nafarroa contempla contratar más sicólogos para Primaria. 

Al cruzar la puerta, los desconocidos hacen un pacto de silencio para que todos sepan que nada va salir de esa sala. A partir de ahí, el profesional modera y guía. No funciona exactamente como un grupo de alcohólicos anónimos, donde lo que se trata es de desahogarse. «Hacemos más terapia que autoayuda. No se trata de que los demás opinen de tu vida, sino que los profesionales planteamos al grupo cómo funcionan las emociones y qué mecanismos utilizamos para manejarlas esto», detalla Uxua Ardanaz, otra de las profesionales del programa. 

«Generalmente, nos enfrentamos con patrones que no les solucionan la situación, sino que a la larga se convierten en el problema. Una persona te cuenta: ‘Me ha dejado mi pareja, estoy hecho polvo y lo que me apetece es quedarme en casa viendo series y aislarme en el mundo’. Pero eso que le aísla del mundo y momentáneamente le protege puede convertirse en un problema si deja de ver a sus amigos. Te puede arrastrar a una depresión», ejemplifica la sicóloga. 

Sufrimientos propios de la epidemia

No hace falta una epidemia para que haya sufrimiento mental, pero sí que la epidemia ha dejado algunos dolores nuevos o, cuanto menos, muy característicos. Un caso muy claro es la gente que sufre por no haber hecho un duelo en condiciones, personas que no han podido celebrar un funeral, despedirse, agarrar la mano en la UCI o recibir el abrazo de seres queridos en un tanatorio. «La ausencia del ritual del duelo, muy necesario para procesar el dolor, ha supuesto una dificultad añadida. La situación no ayudó a pasar un duelo normal y eso tiene ahora consecuencias», apunta Laura González, la tercera sicóloga del programa de terapias grupales. 

«No acompañar a la persona en el hospital ha generado culpa, angustia por pensar en cómo habrá estado. Fue terrible para quienes lo vivieron», corrobora García-Casal. Sin embargo, cuantitativamente, no llegaron muchos casos así a las terapias de grupo.

El sufrimiento mental muchas veces no responde al patrón esperable. En el programa de terapias también se prepararon para atender un aluvión de casos durante el confinamiento, pero nunca llegaron. Cuando se produjo el derrumbe fue, precisamente, cuando se abrieron de nuevo las puertas. 

Ardanaz cuenta que estuvieron haciendo seguimiento telefónico a las personas que el confinamiento atrapó en mitad de sus sesiones de terapia. Mientras permanecieron encerradas, la sensación que trasladaban por el teléfono era de estar francamente bien. Pero al retomar las sesiones y regresar a la seminormalidad, aquella fortaleza se quebró. La sicóloga cree que al sufrimiento preexistente que les llevó a la terapia se sumó el enorme cansancio mental del confinamiento. 

Empeoramiento de las condiciones laborales

En los grupos han atendido a profesionales de UCI, a conductores de ambulancias y otros sanitarios. Los sicólogos relatan que lo que les hacía daño no era únicamente la dureza de su vivencia en el hospital, sino la dualidad de simultanear dos realidades contrapuestas. Les tocó salir del hospital para ir a tomar algo con la cuadrilla y ver que alguna de sus amistades se quitaba la mascarilla, diciendo que daba igual. Esa desidia les hizo sufrir mucho. «Nos transmitieron que, cuando eso sucedía, no se sentían validados, no se sentían entendidos.

Parece una contradicción, porque se salía a aplaudirles, pero muchos no sintieron que ese respaldo fuera real y que luego sus conocidos les trataban de exagerados», comenta Ardanaz. «Otros sanitarios –prosigue– desarrollaron miedos extremos. Tenían la sensación de haberse vuelto muy vulnerables». 

Pero ni los seres queridos que murieron ni los sanitarios afectados explican el porqué la salud mental tras la pandemia preocupe  hoy tanto. A fin de cuentas, tanto los sanitarios como las personas más cercanas los fallecidos constituyen una fracción muy pequeña de la población. Existe otro grupo más amplio: las personas que han visto deterioradas sus condiciones de trabajo.

Así, hasta las sesiones de terapia han llegado personas que lo daban todo por su trabajo y han visto que, al final, a la empresa eso poco le importaba. Otras que han visto cómo sus condiciones laborales –sus horarios, su salario– se ha visto reducido a la mitad de un día par el otro. Y también, claro, quien perdió el empleo y quienes fueron forzados a teletrabajar y se han visto sobrepasados –sobrepasadas– por esta situación.

Otros de los trastornos asociados de algún modo a la epidemia que han hecho que la gente acabe en sesiones de sicoterapia grupal son las somatizaciones, las preocupaciones de tipo hipocondríaco, la gente que interpreta señales físicas de manera alarmista, que ha desarrollado temor excesivo hacia la enfermedad. Y también llegan situaciones de evitación social. A fin de cuentas, tras un tiempo encerrados, da miedo salir de casa. Y atender estos sufrimientos ligados a la epidemia se complica porque, efectivamente, de miedo da salir de casa y da miedo la salud. El peligro no se ha ido del todo.

La ausencia de final

«Uno de los problemas a los que nos enfrentamos en la sesiones para este tipo de trastornos es que la pandemia no tiene fin. Un accidente de tráfico tiene principio y fin. Superar algo que no ha acabado supone una dificultad añadida. Esa es otra característica clara. Que no ha acabado, que vamos por fases, que seguimos con mascarillas. Y todo ello, dificulta el procesamiento de aquellas personas que lo están pasando mal», manifiesta González. 

Y, sin embargo, las terapias funcionan. García-Casal –que reconoce que, en su día, tuvo miedo de que los grupos no cuajaran en una sociedad poco acostumbrada a hablar de sus problemas– se muestra muy orgulloso de que el ratio de permanencia. El porcentaje de personas que completan las ocho sesiones de tratamiento, supera el 85%. Y este es un nivel de adhesión enorme comparado con datos de otros lugares. Eso sí, ha habido casos anecdóticos de personas que, al llegar y ver que era una sesión grupal, se dieron la media vuelta y se marcharon.

Ardanaz apunta cuáles pueden ser las causas de que la fórmula funcione: «La terapia grupal tiene unas características diferentes de la individual. Impacta más en lo emocional. Cuando escuchas a personas que han pasado por lo mismo que tú o que gestionan problemas similares, te identificas y se genera un doble efecto. Por un lado, te sientes validado, sientes que no eres un bicho raro. Por otro lado, aprendes cómo otros gestionan lo que a ti te parece imposible».