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Daniel Brühl
Actor y director de cine

«Tantísimos años después de la caída del muro, en Alemania estamos más divididos que nunca»

Nacido en Barcelona en 1978, de padre alemán y madre catalana, su papel protagonista en la recordada ‘Good Bye Lenin’ (2003) consagró a Daniel Brühl como uno de los talentos más prometedores del cine europeo. Dos décadas después debuta como director con ‘La puerta de al lado’.

Daniel Brühl, durante su paso por el Festival de Sevilla. (Lolo VASCO / FESTIVAL DE SEVILLA)

Convertido en una estrella en Alemania y habiendo trabajado en otras latitudes en películas de diversa índole (de ‘Salvador Puig Antich’ a ‘Capitán Amércia: Civil War’),  Daniel Brühl ha trabajado a las órdenes de cineastas como Quentin Tarantino, Anton Corbijn o Ron Howard.

Ahora ha debutado como director con ‘La puerta de al lado’. En el filme, el actor interpreta una versión sublimada de sí mismo en una historia sobre la confrontación social que persiste en Alemania más de tres décadas después de la caída del Muro de Berlín.

¿Cómo se planteó este proyecto? ¿No le dio miedo exponerse de una manera tan directa ante el espectador interpretándose a sí mismo?

El guionista de la película me hacía esa misma pregunta a menudo. Me decía: «¿No te parece demasiado doloroso hablar de ti en estos términos?». Y yo le contestaba: «Mejor, mejor que duela». Bromas aparte la verdad es que ‘La puerta de al lado’ no es un filme donde esté exponiendo nada íntimo ni nada que no estuviese predispuesto a compartir con el espectador, pero no a modo de catarsis. Simplemente me pareció adecuado servirme de mi profesión y de lo que significa ser actor hoy en día para hablar sobre las diferencias sociales que existen en Alemania y, singularmente, en Berlín.

El verdadero tema de la película yo creo que es ese, el de la gentrificación. Quería hablar de aquello en lo que se ha convertido la ciudad tras la reunificación, de las tensas relaciones de vecindad que continua habiendo entre el Berlín Occidental y el Berlín de Este y de cómo los del Oeste hemos impuesto nuestra pauta sobre los del otro lado, que siguen mirándonos con desconfianza, con recelo, como si fuésemos unos forasteros. Los habitantes de Berlín Este, en su mayoría, son personas que se sienten engañados por el sistema, por la vida, por los grandes cambios económicos y políticos que han venido padeciendo en estos últimos años.

Pero queriendo hacer un filme con un carácter político tan marcado, ¿cómo es que terminó ejecutando un autorretrato?

Bueno, un autorretrato tampoco es porque yo interpreto a un tipo que se llama como yo, se dedica a lo mismo que yo y que físicamente es como yo pero que, al mismo tiempo, no soy yo (risas). A ver, al principio me dio un poco de miedo tirar por ese camino. Para ilustrar ese conflicto que te comentaba yo necesitaba dos perfiles antagónicos y, de hecho, al principio pensé que mi personaje fuera un político, un músico o un arquitecto que también podían representar esa arrogancia del berlinés occidental.

Pero como era mi primera película como director, quería hablar de algo que tuviera plenamente controlado y entonces pensé: «Lo mejor es que mi personaje sea un actor de éxito». Porque hoy en día los actores estamos muy expuestos con todo el tema de las redes sociales, damos una imagen de nosotros mismos de felicidad plena, a veces parece que vivamos en una burbuja. Muchos han terminado por extraviarse en esa imagen, en la fama y luego está el morbo de la gente por descubrir detalles íntimos de tu vida, las situaciones de acoso que viven algunos compañeros. Todo eso me pareció que facilitaba la tensión entre los dos protagonistas de la película, el modo en que se relacionan y cómo representan esas dos Alemanias.

¿Usted como actor ha experimentado en primera persona ese extravío que procura la fama o ha conocido casos de compañeros que han sucumbido al éxito?

Sí, claro. Es un fenómeno que, además, cada vez se manifiesta de una manera más clara y que no tiene que ver tanto con la naturaleza de nuestro oficio sino con una visión superficial del mismo, esa visión que las redes sociales fomentan. A mí es un fenómeno que me resulta un poco raro porque aunque yo también participe de ese circo, de hecho tengo cuenta en Instagram, al mismo tiempo creo que un actor para ser creíble necesita mantener un cierto aura de misterio en torno a su persona. No puedes dar a conocer todo sobre ti y hay compañeros que lo hacen sin ningún pudor.

Cuando voy al cine me despista estar viendo a un actor sobre el que sé muchas cosas de su vida privada porque ese conocimiento hace que, como espectador, no termine de creérmele en un determinado personaje. Y me inquieta que esa necesidad por exponerte venga de una demanda social, del hecho de que los espectadores cada vez necesiten saber más cosas de ti. Eso, al final, te somete a un marcaje muy estrecho y nada cómodo. Yo, por suerte, no tengo un vecino como el Bruno de ‘La puerta del al lado’ pero sí he vivido situaciones incómodas de esas que, si las experimentas de un modo continuado, te acaban aislando, haciéndote perder todo contacto con la realidad.

Tengo la suerte de tener una familia que siempre me ha apoyado y que me ha hecho mantener los pies en la tierra, esa es una de las diferencias fundamentales entre el Daniel Brühl real y ese alter ego mío que he creado para esta película y que es un ser patético y pedante pero, al mismo tiempo, muy real, muy humano.

De acuerdo con esto que comenta, ¿cómo cree que ha cambiado la relación con el público desde que usted empezó en esta profesión? Antes los actores eran ídolos y ahora, tal y como muestra en ‘La puerta del al lado’, son profesionales bajo sospecha, que incluso suscitan desprecio y odios en la medida en que son percibidos como una casta de privilegiados.

Desgraciadamente es así, esa percepción existe y está muy extendida. Muchas de las críticas que han hecho de mi trabajo exceden la valoración de mis desempeños como intérprete; en algunas de ellas incluso he percibido muestras de odio hacia mi persona en las que se me reprochaba justamente eso, trabajar en historias socialmente comprometidas siendo un representante de las clases privilegiadas.

Yo creo que las sucesivas crisis que hemos padecido han extendido un ambiente muy envenenado en todas las sociedades de Europa y en la difusión de ese tipo de discursos hostiles también tiene mucho que ver el crecimiento de los populismos de extrema derecha con su retórica facilona y sus mensajes de confrontación social. En Alemania tantísimos años después de la caída del muro tengo la sensación de que ahora mismo estamos más divididos que nunca.

Usted ha llegado a definir ‘La puerta de al lado’ como un filme de terror, admitiendo que es un género que le fascina y que le gustaría seguir cultivando como director.

Es un género que me interesa en la medida en que permite mostrar ese lado oscuro que todos tenemos y que ocultamos ante el terror que sentimos por ese monstruo que llevamos dentro. Me parece muy atractiva la idea de iluminar ese lado oscuro, de que sea esa faceta escondida la que comience a determinar nuestra conducta. Es algo que me seduce no solo para construir relatos de terror sino historias de humor negro como ésta. En principio no es un género que tenga mucho predicamento en Alemania porque allí carecemos de ese tipo de humor, es algo más bien propio de los ingleses o de los austriacos. En este caso el guionista era austriaco y yo creo que por eso entendió tan bien el tono que yo quería darle a la película, ese comenzar con la historia como si se tratase de una comedia ligera, hacerla avanzar hacia el thriller y terminar por ofrecer al espectador un relato desasosegante.

¿Qué faceta de sí mismo ha descubierto poniéndose detrás de la cámara? ¿Ejercer como director le ha hecho repensarse como actor?

Lo que he descubierto es que, de ahora en adelante, como actor voy a intentar aprender a estar callado y a ser más respetuoso con los directores (risas). A menudo a los directores se les compara con los capitanes de barco dada la cantidad de responsabilidades y de decisiones que tienen que asumir de manera simultánea. Justamente por eso quise debutar como director con una película como ‘La puerta de al lado’ que es casi una obra de cámara, intimista, rodada en muy pocos lugares y con muy pocos personajes. Con eso y con todo he de confesar que a veces me he visto superado por las cien mil pequeñas cosas sobre las que tenía que decidir cada día.

Pero, al mismo tiempo ha sido una experiencia que me ha llenado mucho porque por primera vez no he sido excluido de ninguno de los procesos de creación cinematográfica. El guionista me invitó a escribir el guion con él y me hizo aprender cuestiones ligadas a estructura y ritmo: luego trabajé codo con codo con el director de fotografía y con el montador decidiendo que tipo de película quería hacer. Yo creo que es una experiencia que, tarde o temprano, todos los actores deberían tener porque tener la posibilidad de contar tu propia historia tal y como quieres, teniendo toda la influencia sobre ello, es un proceso de aprendizaje muy enriquecedor. Porque trabajando como actor al final solo eres una herramienta.