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El traductor Fernando Rey y la escritora Irene Vallejo.
Maialen ANDRES (FOKU)
Elkarrizketa
Irene Vallejo y Fernando Rey
Escritora y traductor de la obra ‘Infinitua ihi batean’

«Las lenguas son la pulsión de explicar el mundo desde diferentes miradas»


Reunimos a la escritora Irene Vallejo y al traductor Fernando Rey para hablar sobre la obra ‘Infinitua ihi batean’, traída recientemente al euskara desde su original, que ha vendido más de 500.000 ejemplares.

El que un ensayo sobre un tema, a priori, tan minoritario como la historia de los libros en el mundo antiguo se haya convertido en un fenómeno editorial planetario (se está llegando a los 500.000 ejemplares vendidos, entre traducciones y diferentes formatos; y se están acercando a la meta de 34 traducciones a otros idiomas) resulta, cuando menos, sorprendente. Y, todo hay que decirlo, es estimulante. Te hace reconciliarte un poco con la especie humana en estos tiempos de pandemia. Porque resulta, como dice Irene Vallejo (Zaragoza, 1979), que parece que los amantes de los libros no éramos minoría. Esta filóloga y escritora aragonesa es la autora de ‘El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo’ (Siruela), un ensayo que ha funcionado gracias a una mezcla entre el boca a boca –damos fe, gracias a ella se nos hizo menos duro el confinamiento– y el reconocimiento unánime de la crítica, los libreros y los medios. Atesora también una buena lista de premios, entre los que destaca el premio nacional de Ensayo del Estado en 2020.

La cita es con Irene Vallejo y Fernando Rey (Iruñea, 1961), traductor de larga trayectoria, quien firma ‘Infinitua ihi batean. Liburuen asmakuntza Antzinako munduan’ (Pamiela). Una traducción al euskara que, en su ritmo, logra mantener la esencia que subyace en este best seller que tan poco tiene del espíritu con el que se suelen fabricar los best sellers: la oralidad, aquella forma de hacer relato y memoria anterior a la literatura. Tan fácil y apasionante de leer como una novela de aventuras, con esa sencillez tan difícil de conseguir que esconden los buenos libros, el que este trabajo se pueda leer en euskara es una apuesta personal de Irene Vallejo a favor de las lenguas minorizadas. Traducido al gallego y al catalán, la propia escritora se empeñó en que saliera en euskara, y también en que lo haga en aragonés (“Lo infinito un chunco”, Editorial Xordica, en las librerías en abril). Ahora se editan también en catalán varios de sus libros anteriores, como la novela ‘El silbido del arquero’ (2015).

Estos días Irene Vallejo tenía previsto viajar a Colombia, al certamen literario Hay Festival. No es de extrañar, su libro fue el mas vendido en ese país en 2021. Y así sigue embarcada en el viaje «agotador y maravilloso» al que le obliga la promoción, y al que ha llegado sin esperárselo: con encontrar editorial, recuerda, se sentía satisfecha cuando comenzó a escribir. Un viaje apasionante que a sus lectores nos ha llevado desde la Grecia antigua hasta el patio del colegio donde le gritaban «empollona, ¿quieres cobrar?», pasando por la biblioteca de Alejandría y sus homólogas de Sarajevo y la florentina Riccardiana, o por lugares habitados por tantos nombres anónimos y tantas mujeres borrados por la historia oficial.

Tenerles a los dos juntos da opción a hablar de la traducción, de la importancia que tiene en la creación del corpus de la literatura universal. Y teniendo aquí a un traductor, vamos a interrogarle entre las dos.

Irene Vallejo: Venga, lo exprimimos.

Fernando Rey: El traductor tiene que estar al servicio de la escritora y, en este caso, de lo que tú digas.

Fernando Rey es un reconocido traductor al euskara, pero hete aquí mi sorpresa al ver que, de formación, es médico. ¿Cuándo se le cambió la vocación? Porque usted terminó los estudios de Medicina.

Fernando Rey: Terminé la carrera y en unas circunstancias personales especiales me dio un giro la vida, y entonces me dediqué primero a la enseñanza de euskara, luego a la traducción. Aunque sí que he traducido textos médicos y he mantenido la relación con la medicina en ese terreno, yo nunca he ejercido después la medicina.

Irene Vallejo: De todas formas sí que hay una tradición de traductores y escritores médicos: Baroja, Chejov… El médico es una persona muy atenta a lo humano, a lo empático, de ponerse en lugar de otro y al final también tiene que tener el don de la palabra.

Fernando Rey: Sí que provoca una cierta curiosidad, porque yo veo que en otras profesiones nadie se extraña que un periodista luego no trabaje de periodista. No sé, yo digo que soy como El Gran Wyoming, pero con menos gracia.

Durante la gira de presentación de «Infinitua ihi batean» leyó algún texto en euskara. ¿Qué sensaciones tuvo, Irene?

Irene Vallejo: Sí, leí un párrafo. Hicimos también lecturas combinadas: yo leía en castellano; él en euskara, y la verdad es que es una musicalidad distinta, un ritmo diferente, pero creo que Fernando ha entendido muy bien ese registro oral que yo quise darle al libro y lo ha trasladado al euskara. Suena como si alguien te estuviera realmente contando una historia antes de dormir o alrededor del fuego. Tiene ese carácter íntimo que era para mí muy importante y que él lo captó rápido. Para mí, ‘El infinito en un junco’ era un intento de contar la historia de los libros como la habría contado un bardo o un juglar.

Se acaba de traducir al euskara y también al lituano; a muchísimas lenguas.

Irene Vallejo: Muchas de las traducciones estaban ya apalabradas y firmadas, pero las atrasó el confinamiento, la pandemia.

En castellano lleva del orden de 43 ediciones. Y con un libro que se supone que podía ser un libro académico. ¿Cuáles cree que son las razones para que haya tenido este tirón popular?

Irene Vallejo: La sorpresa ha sido que no éramos tan pocos como nos daban a entender. Parecía que las personas a las que nos importan las humanidades, las lenguas, incluso las lenguas antiguas tan cuestionadas, los libros, los relatos, la cultura, el entendimiento… pues, bueno, parecía que éramos una minoría y resulta que el libro ha demostrado que no éramos tan pocos. Eso ha sido una sorpresa y una revelación para mí misma, que escribí este libro, primero, sin saber siquiera si se publicaría, porque yo no tenía ningún acuerdo con una editorial. Iba totalmente a la intemperie. Luego, lo segundo, por la situación difícil en la que lo escribí, no sabía tampoco si podría acabarlo. Así que realmente no me hacía planteamientos pragmáticos, porque lo que quería era sobre todo la terapia que para mí significaba en esta época tan complicada escribir. Y luego encontré el apoyo de la editorial Siruela y eso me pareció que ya era la recompensa al trabajo. El premio ya estaba conseguido, el libro saldría, pero es cierto que hice un esfuerzo porque fuera el libro de una escritora y no un libro académico. Además, yo he escrito una tesis y sé lo que es la prosa académica, y no quería hacer eso: quería hacer un libro que fuera muy emocional. Lo que me ha sorprendido es que la gente reacciona habitualmente al ensayo de una forma intelectual, porque se supone que es un conjunto de ideas o de reflexiones, pero me ha sorprendido que reaccionara de forma tan emocional a determinados aspectos biográficos con los que se ha podido sentir identificada, o ante el rescate del papel intelectual de las mujeres que atraviesa todo el libro y, en general, a una reivindicación que, como bien dijo Fernando en una frase muy bonita, de ‘la grandeza de los pequeños y la fuerza de los frágiles’.

Quizás realmente había un público deseoso de recibir este mensaje y nadie lo estaba ofreciendo o canalizando. Entonces, ha dicho algo que echaban en falta, necesitaban o pensaban sin llegar a verbalizarlo. Esto es lo que creo que sucede con ciertas sorpresas editoriales: cuando todo el mundo está empeñado en clonar unos determinados géneros o experimentos que han salido bien, de repente todo gira hacia otro punto que estaba en la penumbra y en el que nadie reparaba.

Fernando Rey: Para mí fue también una sorpresa cómo un ensayo que da datos, ideas, análisis, de un tema que no me había emocionado nada cuando me lo explicaron de crío, y ahora digo: ¡Qué fuerza hay, qué declaración de amor a los libros y a la cultura! ¡Y qué tono! Sin perder la erudición y el análisis histórico y las explicaciones, mantiene un tono íntimo y sugerente que es como si alguien estuviera dictando y contando historias. Yo he aprendido mucho, pero sobre todo creo que rezuma una sensibilidad tremenda en muchas cosas que me parecen fundamentales en la vida, y por eso me he sentido tan identificado: la opción por los pequeños, los olvidados, las olvidadas, los pisoteados, la opción por el cuidado de los frágiles, y de las lenguas frágiles. En ese sentido, por ejemplo, me parece precioso. No tengo ninguna necesidad de hacerle la pelota, pero debo decir que me he sentido identificado con ella y que he disfrutado: es de las traducciones con las que más he disfrutado en mi vida. Por ejemplo, el cariño que ha puesto en la promoción del libro en euskara, el cuidado a la hora de promocionarlo, de cuidarnos, de ayudar ante cualquier duda que le planteaba yo... ha sido exquisito y, no sé si eso se debe decir, pero sé que ha dicho que no a ciertas cosas que le supondrían más notoriedad y más ventas, pero ha hecho una apuesta por este idioma que también es frágil pero válido como todos los idiomas. Yo le estoy muy agradecido, a ella y a su marido.

En el libro hay una mezcla entre erudición, porque esto es un ensayo, con el afán divulgativo y que esto le llegue a cualquiera, no solo a los especialistas. Es lo que habla muchas veces Irene sobre la democratización de la cultura: porque la cultura tiene que llegar a todo el mundo, no solo a los privilegiados. Y luego hay un equilibrio tan hermoso entre la exactitud, la concreción y, a la vez, la prosa poética... Me gustó tanto que dije: ‘Lo voy a traducir. Si alguien lo quiere publicar, bien y, si no, lo traduciré por puro placer’.

¿Entonces, no fue un encargo?

Fernando Rey: Inicialmente no. Una persona que estaba pensando en publicarla me dijo: ‘Léetelo’. Me gustó mucho y empecé, pero luego se echó atrás, porque no podía asumirlo. Y dije: ‘Yo voy a seguir, porque estoy disfrutando’. Luego llegó a Pamiela la oferta para traducirlo. Pamiela jamás había trabajado ese terreno. Entonces ella también tuvo noticia, le pareció bien y dijimos: ‘Lo hacemos’. Y creo que todo ha sido por cariño a la lengua y la cultura de Irene y de todos nosotros, porque nunca ha habido pretensión económica ni por mi parte ni por la suya.

Irene Vallejo: Hay cosas más importantes. Igual que en las culturas, en las lenguas y en la literatura, el número no puede ser el criterio principal; o sea, una lengua no es mejor porque la hable más gente que otra; un libro no es mejor porque lo lea más gente que otra. Hay unos discursos muy recurrentes centrados en el éxito, en la rentabilidad y yo creo que la humanidades chocamos precisamente con esto, en saber verlo como valioso, aunque sea pequeño y que también transforma lo grande. Y para mí este proyecto tiene mucho que ver con eso. Yo, como filóloga clásica, me he pasado todos mis años de formación encontrándome con la incomprensión de la gente. ‘¿Para qué sirve aprender latín o griego, porque esto no tiene nada que ver con el mundo?’. Y yo, como filóloga, digo: los filólogos deberíamos amar todas las lenguas, deberíamos entender que todas las lenguas son valiosas y me sucede lo mismo con el euskara.

Hay una corriente de opinión en el Estado muy contraria, beligerante incluso, hacia las lenguas minorizadas, como si estudiarlas incluso empobreciera.

Irene Vallejo: ¡Cuando es todo lo contrario, es enriquecimiento! Si un filólogo es algo, lo dice su raíz griega, es quien ama las lenguas. Y amar las lenguas significa amarlas todas, la tuya y todas las demás, porque son manifestación de esa misma pulsión de explicar el mundo desde distintas ópticas y miradas, y además son la expresión de esa fe en la palabra que yo creo que es esencial, y que si tenemos alguna protección, es esa. También para mí, como decía antes Fernando, es muy importante para mí contar la historia de la democratización de la cultura, porque los libros, el conocimiento, las grandes historias y los poemas fueron al principio monopolio de los reyes, los aristócratas, las casas de escribas… Entonces yo quería contar la historia de cómo se había ido ampliando el espectro: ideas y vueltas, avances y retrocesos, peligros, aventuras… porque el ensayo está constantemente cabalgando, viajando.

Hace también una reivindicación de los olvidados y las grandes olvidadas, las mujeres. Ante una historia escrita por los poderosos y con voz masculina, sin casi nombres de mujer, ha hecho un esfuerzo por sacarlas a la luz. Pero siguen siendo pocas.

Irene Vallejo: Para mí la sorpresa fue la contraria, porque había estudiado una carrera donde no me habían nombrado prácticamente a ninguna mujer, como si no existieran. Parecía un mundo de hombres en el que hubieran encontrado alguna forma de reproducción extraña y autónoma, sin que hubieran necesitado la intervención de las mujeres. Entonces yo me propuse demostrar que incluso en esos tiempos tan hostiles a la creación, había habido maestras, filósofas, escritoras, poetas... y, además, que el primer texto firmado de la historia lo escribió una mujer. Eso me parece un hecho asombroso. Fue Eheduanna, una sacerdotisa arcadia, y fíjate, ¿cómo es posible que esto no aparezca en los libros de texto? La primera persona que sale del anonimato y dice ‘yo soy autora de este libro’ es una mujer; o sea, por el momento, nuestra historia de la literatura, a no ser que podamos encontrar otro texto más antiguo, empieza por una mujer que dice: ‘Aquí estoy yo y firmo este texto’. Y ese es un hecho de suficiente valor y simbolismo como para que sea conocido. Estamos constantemente hablando desde una perspectiva eurocéntrica del principio con Homero, que ni siquiera sabemos si es una persona o que hay detrás de él, y en cambio estamos olvidándonos de una mujer que sabemos que tiene una biografía, un nombre, unas circunstancias vitales y, además, ella misma nos cuenta su propio proceso creativo. O sea, que estamos dejando de lado un hecho conocido, probado y documentado para perseguir a un fantasma, a un espectro, como es Homero. En este tipo de cosas yo creo que hay que hacer una restitución y decir: estuvimos allí desde el principio e, incluso en una época tan difícil, marcamos la diferencia, abrimos caminos, hicimos algo que no se había hecho antes. Y que las niñas que están empezando a sentir un impulso creativo ahora mismo lo sepan: no somos una recién llegadas, estuvimos desde el principio.

Hay que reescribir los libros de texto, está claro.

Irene Vallejo: Clarísimamente.

Y desde una perspectiva más feminista.

Irene Vallejo: ¡Desde una perspectiva más justa! Porque hay personajes que son importantes. Aunque hay mujeres que no pudieron tener educación y acceder a ella, y su talento no llegó a dar fruto, a las que sí existieron no hay razón para omitirlas. No he querido escribir una historia de las mujeres en la Antigüedad, sino empezar a hacer ya esta historia donde estuvieran todos con absoluta naturalidad; o sea, como si eso fuera la única solución razonable.

Me ha divertido ver que los griegos tenían ese sentido tan catastrofista de que el mundo se acababa. No hemos cambiado tanto, ahora andamos igual.

Irene Vallejo: En general, la cultura es un mundo muy catastrofista. Siempre parece que se está acabando, que está al borde del precipicio. Platón estaba diciendo que todo se iba al traste por la escritura, con la memoria, con el pensamiento… somos muy apocalípticos.

En su libro juega constantemente con el cine y literatura, dos lenguajes que se supone tan distintos, pero tan cercanos. Hace referencias continuas a películas contemporáneas, a libros de hoy en día.

Irene Vallejo: Yo ha intentado que, para los lectores que no estaban muy familiarizados, se vieran anclajes constantes a películas que conocen, a libros que han podido leer, y entonces iba siendo un movimiento de lo familiar a lo más lejano, para ir creando anclajes y lugares donde se sintieran cómodos.

Es que me compara a Aristóteles con Chaplin, a la «Ilíada» con el western de John Ford…

Irene Vallejo: Sí, estoy buscando constantemente porque, en el fondo, aunque parezca un ensayo sobre el mundo antiguo, es un ensayo sobre el mundo contemporáneo. A mí me interesaba encontrar los caminos por los que hemos llegado a ser lo que somos. Es como una perspectiva del presente, pero tomando unos pasos de distancia, como cuando haces una fotografía en perspectiva. Hace falta alejarse para ver el conjunto.

Y haciendo otro paralelismo: ¿La Biblioteca de Alejandría hoy en día a qué correspondería: a Silicon Valley o la Wikipedia?

Irene Vallejo: Yo creo que sería Internet, en su conjunto, por esa ambición de reunir todos los textos, toda la información, todo el conocimiento. Pero hay un aspecto muy idealista en la Biblioteca de Alejandría que yo no veo en Silicon Valley. Por un lado, fue un proyecto de unos gobernantes, de los reyes de Egipto, y también tiene su parte de vanidad y de megalomanía; pero en definitiva, fue una gran apuesta por el conocimiento y por abrir ese conocimiento al público. Al principio de Internet teníamos también esta esperanza de que fuera en favor de la democratización del conocimiento, pero luego le hemos visto las orejas al lobo. Aunque el hecho es que sin la Biblioteca de Alejandría no habría nada de esto.

Y cerrando el círculo, volviendo a la traducción, ahora está el debate sobre los subtítulos de las plataformas de streaming en lenguas minorizadas. Es importante la traducción, aunque, por contra, parece que va a desaparecer la humana para ser sustituida por las máquinas.

Fernando Rey: Un traductor automático, sobre todo los textos jurídicos administrativos, los traduce muy bien también a euskera, pero la traducción siempre va a ser necesaria. No es lo mismo la poesía y la prosa poética; no creo que las máquinas puedan. Yo no pienso que las personas multilingues sean de por sí mejores, lo que sí pienso es que la apertura a otros idiomas nos hace más abiertos. No tienen que ser éticamente mejores, pero sí más abiertos, de manera que somos capaces también de entender otros puntos de vista en la vida, de vivir la diversidad y de saber enriquecernos y de regalarnos unos a otros cosas que se han salvado en nuestra lengua materna. Yo estoy deseando que la gente disfrute con los hermosos poemas que se han escrito en euskara, pero qué bien que los vascoparlantes también podamos disfrutar de lo que haya escrito Irene y otras personas. Creo que también la diversidad de las lenguas, el acercamiento a otras culturas, aprender unos de otros, el aprender otras lenguas y el multilingüismo sigue siendo una riqueza.

Irene Vallejo: Yo creo que un traductor es un escritor. Es una realidad que muy pocas veces se reconoce y es alguien que tiene que construir y entretejer un texto literario a partir de otro, volcándose en las ideas y la mente de otra persona. Pero está haciendo una tarea creativa. También vienen amenazando desde hace muchos años con que la inteligencia artificial sustituirá a los escritores y lo que ahora vemos es que realmente el lenguaje se les resiste a las máquinas. De hecho, hay una rama de la filología que ahora está cobrando importancia que tiene que ver con la programación de los ordenadores, porque les resulta fácil de entender un mensaje muy neutro, pero en cuanto ya empieza haber connotaciones de ironía, humor o poesía eso no lo comprende y no son capaces de reproducirlo en otro idioma porque tiene que ver con la empatía, con la sensibilidad, con la conciencia, con la memoria. Ha habido concursos de relatos para máquinas en los que se ve que son capaces de hacer estructuras, entiendan bien la sintaxis pero no tienen ningún sentido, pero sobre todo no pueden conmover porque son operaciones matemáticas de combinatoria. Saben qué estructuras son las más habituales y entonces construyen, digamos por reiteración de lo habitual, cuando la literatura consiste en todo lo contrario: en encontrar caminos sin explorar en el lenguaje, llegar más lejos que nunca a sus límites.

Lo que hace falta es reivindicar las humanidades, que son muy necesarias en la situación en la que estamos. Además, la creatividad, la sensibilidad, la empatía, la capacidad de un pensamiento divergente, todo eso es lo que crece en el territorio que las humanidades hacen fértil. Además, con esta visión tan estrecha estrangulan hasta la investigación. Porque yo, que he estado en la universidad, sé que no puedes estar pidiéndole a los investigadores que obtengan resultados inmediatos que se puedan monetarizar, porque muchos de los grandes inventos y hallazgos de la humanidad se han hecho porque estabas probando e incluso a veces buscando algo distinto y has llegado.

 

«Infinitua ihi batean» (Pamiela), pasarte batzuk gosea pizteko

«Liburuak biltzea maite duenaren grina bidaiariarenaren antzekoa da. Liburutegi oro bidaia bat da; liburu oro, iraungitze datarik gabeko pasaporte bat»

«Alexandrok lotura obsesiboa zuen Akilesen pertsonaiarekin, hau da, greziar mitologiako gerlari boteretsuen eta beldurgarrienarekin (…). Gaur egungo neska-mutilen kirol-idoloenganako mirespen kartsuaren antzekoa sentitzen zuen Alexandrok. Alexandrok burkoaren azpian ‘Iliada’ren ale bat eta daga bat zituela egiten omen zuen lo».

«Bilagailu unibertsal hori, URL deritzona konputazio hizkuntzan, liburutegi baten signaturaren baliokide zehatza da. Berners-Leek, geroago, hipertestua transferitzeko protokoloa asmatu zuen –http siglaz ezagunagoa–, liburuzainari nahi dugun liburua bilatzeko eskatzen diogunean betetzen ditugun eskaera-fitxen antzera jokatzen duena. Internet liburutegien emanazio bat da, emanazio biderkatua, zabala eta etereoa».

«Antzinako liburutegietako arkupeak ez dira isiltasunean imajinatu behar, baizik eta orrietako ahots eta oihartzunek beteak. Salbuespenak salbuespen, behialako irakurleek ez zuten zuk duzun askatasuna, testuetan idatzitako ideiak edo fantasiak zure gogara irakurtzea, nahi duzunean gelditzeko, pentsatzeko edo esna zaudela ere amets egiteko, nahi duzuna aukeratu baina inori ez esatekoa, irakurketa gelditzekoa edo uztekoa, zeure unibertsoak sortzekoa. Norberaren askatasun hori, zurea, pentsamendu independentearen garaipena da, eta kontrolpeko pentsamenduaren porrota, eta hori urratsez urrats lortu da denboran zehar».

«Alfabetoari esker, kausa galdu batzuk garaile atera dira denboraren poderioz. Testu gehienek errege-erreginen eta jauntxoen boterea sendotzen jarraitu bazuten ere, ahots menderakaitzentzako zirriztu batzuk ireki ziren. Tradizioek zerbait galdu zuten beren sendotasun mugiezinean. Ideia berritzaileek gizarte-egitura zaharkituak inarrosi zituzten».