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El «Yo no soy racista, pero...» está aquí; última parada, Donostia

El peligroso cóctel que trata de mezclar inmigración y delincuencia está ya entre nosotros. Los antecedentes de Bilbo y Gasteiz son conocidos, Maya ha sido reprobado en Iruñea y en Donostia está cada vez más presente en conversaciones y redes. Y eso sin la extrema derecha en las instituciones.

Desalojo del Infierno en noviembre de 2020. (Andoni Canellada | Foku)

Dicen que el mayor éxito de la extrema derecha no es el triunfo electoral, sino que sus tesis se expanden en el discurso político impregnándolo todo, especialmente en tiempos de crisis. No es algo nuevo, y se ha producido en varios puntos de Europa, como en el Estado francés, donde el mayor logro del Frente Nacional ha sido marcar la agenda política.

En Euskal Herria, este fenómeno no es ajeno y hay responsables políticos que han asumido la agenda política de la extrema derecha, centrándose en la inmigración y en la inseguridad. Vox solo tiene una parlamentaria en Gasteiz y carece de concejales, pero parece que no hace falta para que lleguen a las instituciones para que cale su discurso. En cualquier caso, no es un fenómeno nuevo y ya en 2007 Iñaki Azkuna acuñó el término «guerra al navajero».

El alcalde de Iruñea acaba de ser reprobado –gracias a Sergio Sayas– por sus manifestaciones xenófobas. Señaló que «casi todas las personas que cometen delitos no son nacidas aquí» y luego quiso puntualizar, pero manteniendo el mensaje. Pese a las negociaciones en la sombra en Madrid, Maya fue reprobado, aunque es una medida que no tiene efectos prácticos y el problema es que el mensaje se ha difundido y probablemente haya calado en sectores más amplios que lo deseable. Y todo ello pese a que los datos no apoyen las manifestaciones de Maya.

La mezcla de inmigración y delincuencia está actualmente de actualidad en Donostia. En redes sociales, en conversaciones de ciudadanos, en medios de comunicación se habla de «oleada de robos». Se citan estadísticas de la Policía Municipal, se señala que intentaron romper el cristal de tal o cual establecimiento y se apunta a un colectivo concreto. Jóvenes e inmigrantes. «Los de Mundaiz, que antes estaban en el Infierno». Normalmente se anticipa la expresión «yo no soy racista, pero...» para a continuación reclamar que «lo mejor que se puede hacer con ellos es mandarlos a su país». Lo hemos escuchado todos y en lugares en los que hace años pensaríamos que sería imposible. En barrios populares. Es un fenómeno transversal y lo tenemos entre nosotros.

En este asunto, se podría pedir prudencia a los responsables políticos. La misma prudencia que Eneko Goia reclama en el tema de las terrazas ampliadas por el covid, por ejemplo, se le podría reclamar al alcalde de Donostia en esta cuestión. Quizás no sea lo más conveniente decir que los jueces que «tienen que dar respuestas» porque la Policía Municipal y la Ertzaintza ya hacen lo que tienen que hacer. Es la expresión «les detienen por una puerta y salen por la otra» en versión institucional. Eso sí, después, tal y como hizo Maya, se añade la coletilla de que «esta es una ciudad segura». No vaya a ser que se resienta el turismo.

Todo ello en un contexto en el que se denuncia la reducción de los recursos de asistencia social. Se hizo cuando se produjo el desalojo del Infierno. Se ha hecho recientemente con el albergue de La Sirena. En Donostia existe la exclusión, la pobreza, la precariedad, la imposibilidad de acceder a la vivienda. Se deberían adoptar políticas para hacerles frente en vez de utilizar el manido recurso de enfrentar al último con el penúltimo para tranquilidad de los que están arriba. Si esto lo hicieran Isabel Díaz Ayuso o José Luis Martínez-Almeida diríamos que son unos fachas. Pero estamos en Donostia.