INFO
Elkarrizketa
Teresa de Fortuny
Investigadora del Centre Delàs en materia de industria militar y armamento nuclear

«Todos los países están modernizando sus arsenales, en especial EEUU»

Especializada en industria militar y armamento nuclear, Teresa de Fortuny contesta a GARA sin saber que, poco después, Rusia atacará a Ucrania. Sus respuestas, sin embargo, amplían el foco, dan contexto y ponen en el centro del debate el armamento nuclear, amenaza que suele olvidarse.

La investigadora del Centre Delàs Teresa de Fortuny, durante la entrevista. (Oriol Clavera)

El conflicto en Ucrania ha puesto de relieve el potencial destructivo del arsenal nuclear mundial, que según varios informes, equivale a cien mil Hiroshimas. Teresa de Fortuny (Barcelona, 1955), investigadora del Centre Delàs en materia de industria militar y armamento nuclear, analiza el papel estratégico de este armamento, que aún hoy continúa renovándose. De Fortuny ve en la tradición belicista y los intereses geopolíticos de Washington las claves para entender el actual contexto de hostilidades que mantiene con Rusia en pleno corazón de Europa.

Hace unos días, a propósito de la ofensiva militar de Rusia en Ucrania, el primer ministro británico, Boris Johnson, advertía de un posible conflicto nuclear a gran escala, volviendo al escenario de 1945. ¿Es razonable pensar en una guerra de estas características?

Cuesta imaginarlo, pues con las armas convencionales que hay disponibles se puede abordar cualquier conflicto. Dicho esto: cabe recordar que aún hoy la Administración norteamericana de Joe Biden no ha elaborado –o en todo caso no ha hecho pública– la nueva política nuclear que se diseña cuando hay un cambio en la Casa Blanca. Por tanto, continúa vigente la doctrina Trump, cuyo contenido explicita que Washington puede recurrir al armamento nuclear como respuesta a cualquier tipo de ataque estratégico, sea nuclear o no. Señala concretamente que podría responder a un ciberataque u otra ofensiva de tipo “estratégico”, un concepto tan ambiguo que puede incluir los supuestos que considere oportunos. Y esto es muy peligroso.

La sombra de la guerra nuclear coincide con la declaración de las cinco potencias mundiales (EEUU, Rusia, China, Francia y el Reino Unido) en la que afirman que, en un conflicto de esta índole, nadie ganaría y todos perderían. ¿Tiene valor o es papel mojado?

Supone un paso adelante, pues no existen antecedentes de una declaración similar de forma conjunta. En cualquier caso, no fija ningún compromiso ni calendario de acciones para avanzar en esta línea, de manera que puede quedar en mero formalismo, y más si persiste la doctrina Trump.

¿También podría quedar sin efectos el Tratado de Prohibición y Eliminación de Armas Nucleares (TPAN), que entró en vigor en 2020?

El TPAN es importante en la medida que obliga a los estados a dejar de fabricar, adquirir, usar o amenazar con usar armas nucleares, así como a eliminar su arsenal y los programas que estén desarrollando. Y en cierto modo ya tiene consecuencias positivas, pues algunas entidades bancarias y fondos de inversión están empezando a cancelar su apoyo financiero a empresas fabricantes de armas nucleares. El problema está en qué ni Estados Unidos ni Rusia han ratificado el acuerdo, como tampoco lo ha hecho ninguno de los otros nueve estados nuclearmente armados.

¿Esto indica que, entre el relato y la voluntad real de erradicar estas municiones, hay un contraste notable?

Especialmente por parte de Estados Unidos, que en su momento entorpeció la aprobación del TPAN durante el proceso previo a las negociaciones en Naciones Unidas. No solo eso. Presionó a varios países para que retiraran la ratificación cuando el país número 50 lo iba a ratificar, lo que implicaba su entrada en vigor. Argumentaron que habían cometido un error estratégico. Un hecho indicativo de la relevancia que dan al tratado, pues con el apoyo de la Asamblea de las Naciones Unidas, suponía un paso determinante para acabar con la amenaza nuclear y, a ojos de la opinión pública, deja en entredicho a quienes no lo ratifican.

¿Estas presiones de Washington explicarían la reacción de Rusia en el actual contexto?

Lo que sí que influye es la expansión de la OTAN hacía a las antiguas repúblicas de la Unión Soviética, entre las cuales Ucrania o Georgia, y antiguos estados del Pacto de Varsovia. Pero también que Estados Unidos tiene armamento nuclear de base terrestre en varios países europeos y Turquía, o que, en su momento, se retirara del Tratado bilateral sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF), adoptado en 1987 y que establecía la prohibición de los mísiles de corto y medio alcance.

Ocurrió lo mismo con el ABM, el acuerdo firmado entre ambas potencias en 1972 con el fin de limitar el número de escudos de misiles antibalísticos. ¿Es así?

Hizo exactamente igual. Estados Unidos se retiró de este acuerdo en 2001 para tener las manos libres y así situar radares y mísiles interceptores en Polonia y Rumanía y, en el Estado español, en Rota (Cádiz), la parte naval de detección del escudo. De la misma manera que en 2018 rompió el acuerdo entre los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, más Alemania e Irán. Siempre es Washington el primero en retirarse de estos tratados con el propósito de conservar su hegemonía nuclear y mantener vivo su expansionismo. Es lógico, pues, que Rusia se sienta amenazada.

Finalmente está el tratado New START, que fija la reducción paulatina de las cabezas nucleares. ¿Qué ha sucedido aquí?

El New START tenía la virtud de permitir la verificación mutua, entre Estados Unidos y Rusia, de que ambos están cumpliendo el Tratado. Al haberse prorrogado, es una buena noticia, porque impide que tengan libertad para incrementar sus arsenales. Ahora bien: únicamente incluye la eliminación de los misiles estratégicos, que tienen un alcance superior a los 5.000 kilómetros, no así las armas tácticas nucleares, que son de menor recorrido. Unas armas que Estados Unidos tiene repartidas por Europa (Alemania, Bélgica, Países Bajos, Italia y Turquía), y que ha perfeccionado para hacerlas más precisas.

¿Por tanto, pese a los diferentes acuerdos firmados, la industria militar no ha dejado de incrementarse?

Todos los países, sin excepción, están modernizando sus arsenales. Aunque si nos fijamos bien, en términos comparativos las diferencias entre Estados Unidos y el resto son abismales, ya que según datos de 2020, de los 72.600 millones de dólares invertidos en armamento nuclear a nivel mundial, más de la mitad (37.400 millones) corresponden a Estados Unidos, mientras que China gastó 10.100 millones y Rusia unos 8.000. La desproporción es evidente.

¿A qué lo atribuye?

De entrada a las ansias de Washington de perpetuar su hegemonía en un escenario donde China ha incrementado su influencia económica en todo el mundo. Necesita, por tanto, exhibir su poder, y la defensa le da posibilidad de hacerlo. Es evidente, también, que el lobby armamentístico presiona para que el gasto en defensa no disminuya, de ahí que mientras Estados Unidos cuenta con 5.500 cabezas nucleares, China solo tiene 350.

Todo indicaba que, con el fin de la Guerra Fría y el desmembramiento de la URSS, la carrera armamentística decrecería. ¿No ha sido así?

En su inicio lo hizo, pero después volvió a acelerarse, especialmente con la “Guerra global contra el terror” que George Bush instituyó a raíz de los atentados en las Torres Gemelas de Nueva York en 2001.

Diferentes informes han constatado que la custodia de este armamento es muy deficiente. ¿Esto conlleva un grave peligro para la seguridad mundial?

Sin lugar a dudas. Tanto es así que, entre 1975 y 1990, el Pentágono apartó a 20.000 militares de las tareas de vigilancia y supervisión de los arsenales por abuso de drogas y otros 7.000 por consumo de alcohol. Y más recientemente, en 2014, el Departamento de Energía de Estados Unidos presentó una auditoría en la que alerta de que, a raíz del escaso rigor en la custodia, la seguridad de las armas nucleares queda en entredicho. Prueba de ello son los numerosos incidentes registrados con el transporte, la manipulación de misiles o las falsas alarmas, algunas de las cuales han podido desencadenar un conflicto bélico. Demasiadas veces se ha llegado al límite.

Así, aunque la población es consciente de los impactos devastadores que suponen, las armas nucleares continúan siendo un instrumento diplomático de primer orden. ¿Cómo se puede revertir este hecho?

Es evidente que el armamento nuclear supone una carta básica de la política internacional. Y quien más dispone, como es Estados Unidos, más coacción ejerce y peligro representa. El reto del movimiento antimilitarista radica en rebatir el relato oficial según el cual las armas nucleares son una garantía de seguridad para la población por su efecto disuasorio. De ahí que, más allá de lo que ocurre hoy en Ucrania, la clave es informar del riesgo de estas armas con datos y pruebas. Solo de esta forma lograremos una opinión contraria a la militarización creciente que padecemos en todo el mundo.