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Arabia Saudí y Emiratos se alinean tras Rusia y plantan a EEUU

Las satrapías del Golfo, aliadas históricas de EEUU, han desairado a su todavía mentor militar al no posicionarse contra Rusia en Ucrania y al negarse a llenar el mercado de petróleo para bajar su precio.

Solo cuatro países, sin contar a Rusia, votaron en la Asamblea General de la ONU en contra de la condena de la invasión rusa de Ucrania. (AFP)

Solo cuatro países, sin contar a Rusia, votaron en la Asamblea General de la ONU en contra de la condena de la invasión rusa de Ucrania (Bielorrusia, Siria, Corea del Norte y Eritrea).

Pero 35, de un total de 193, se abstuvieron, entre ellos India, China y Sudáfrica (que, con Brasil, forman los BRICS).

Las monarquías teocráticas y petroleras del Golfo votaron a favor de la propuesta en una votación que era simbólica y nada efectiva o vinculante.

No así la abstención de los Emiratos Árabes Unidos a una resolución de condena en el Consejo de Seguridad de Seguridad, que actualmente preside la federación de siete emiratos liderados por Abu Dhabi, y en el que representa a las satrapías del Golfo, lideradas a su vez por Arabia Saudí en el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG).

Casualmente, el mimo Consejo de Seguridad, aprobaba esos días, con el aval de Rusia, la calificación de los huthíes yemeníes, aliados de Irán y enemigos jurados de esas saturarías, como «organización terrorista». Justo cuando los EEUU de Joe Biden los acababan de retirar de su propia lista y se están desentendiendo de la guerra en Yemen.

«Los Emiratos no deberían ser considerados como una marioneta de EEUU», justificaba el alineamiento con Rusia Abdulkhaleq Abdullah, consejero político en la capital emiratí.

Es evidente que los intereses petroleros arrojan luz en la posición de estos grandes productores y fundadores de la OPEP con Rusia, admitida en 2016 junto con otros nueve productores de petróleo en la llamada OPEP-Plus –lo que le permite participar en las estrategias del holding petrolero–.

Aunque no lo explican todo.

Los Emiratos son aliados militares de Rusia en el caos de Libia, y su sátrapa, el jeque Mohammed ben Zayed, se entrevistó telefónicamente con el presidente ruso, Vladimir Putin, y señaló que «hemos convenido en la necesidad de preservar la estabilidad del mercado energético mundial». Todo un aviso de que la petromonarquía emiratí no está dispuesta a incrementar la producción del crudo para abaratar el disparado precio del petróleo en plena guerra en Ucrania.

Es cierto que bajo el reinado del jeque Ben Zayed, los Emiratos han marcado un giro autónomo, incluso en abierto desafío al liderazgo saudí, tanto en Yemen, donde apoyan a los sudistas frente al gobierno en el exilio, sostenido por Ryad, como en otros dosieres en el convulso mundo árabe.

Pero Abu Dhabi no está sola en este alineamiento estratégico con Rusia y en el alejamiento respecto a EEUU. Al contrario, actúa, como la normalización de las relaciones con Israel, de desacomplejada avanzadilla de Arabia Saudí.

Como constata Ken Klippenstein en el artículo «La connivencia entre Moscú y Riad» (Le Monde Diplomatique de marzo 2022), Arabia Saudí se ha negado asimismo a utilizar su influencia para inundar el mercado, con el petróleo en máximos, Todo ello pese a la visita reciente de a Ryad del coordinador de EEUU para Oriente Próximo y el norte de África, Brett macGurk, y de la llamada telefónica al rey saudí Salman por parte del inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden, quien, ante el desplante, no ha tenido más remedio que suspender su viaje a la región.

En realidad, no es el rey Salman quien manda en Ryad sino su hijo y príncipe heredero, Mohamed Bin Salman (MBS)

MBS tiene una cuenta personal con Biden, quien desde su llegada a la Casa Blanca no se ha reunido con él y además ha prometido rescatar el caso de Jamal Khashoggi, periodista opositor y ariete de Ryad, torturado y hecho desaparecer en 2018 en la embajada saudí en Turquía, según las investigaciones de la propia CIA siguiendo órdenes directas del príncipe heredero.

Su resentimiento con EEUU es, sin embargo, de más vieja data, y se remonta por lo menos a 2015, cuando el presidente, Barack Obama, se negó asimismo a reunirse con él cuando estaba inmerso en plena pugna palaciega con su primo y por aquel entonces príncipe heredero Mohamed Bin Nayef, quien gozaba del favor de Washington, y a quien MSB terminó purgando y usurpándole el puesto.

El plante de Obama tenía que ver con las investigaciones entonces en curso sobre la eventual participación de los servicios secretos de Arabia Saudí en los ataques del 11-S (la mayoría de sus actores eran saudíes), así como con las crecientes críticas internas al apoyo de EEUU a una teocracia despótica y enemiga de los derechos de la mujer.

El distanciamiento de Arabia Saudí y de las satrapías del Golfo obedecía asimismo a razones geopolíticas. En Ryad y en el resto de capitales no pasó desapercibida la decisión del entonces inquilino de la Casa Blanca de no hacer efectiva en agosto de 2014 su amenaza a Damasco de que un ataque químico como el que sufrió la rebelde Ghuta orienta sería considerado una línea roja que tendría respuesta militar.

Obama confirmó el abandono estratégico de EEUU de Oriente Medio y abrió la puerta a la intervención militar de Rusia en Siria meses después. El éxito inmediato del Ejército ruso confirmó a las cortes del Golfo de que los equilibrios geopolíticos iban a cambiar, no solo en la región sino a nivel mundial.

El caso es que MSB decidió entonces, en junio de 2015, reunirse por primera vez con Putin, con quien tiene una gran sintonía. Al punto de que hay analistas que aseguran que le habría animado a implicarse en la guerra en Siria, En todo caso, su cercanía y amistad es similar a la que el jeque emiratí profesa al inquilino del Kremlin.

Desde entonces, lo desplantes saudíes a las sucesivas administraciones estadounidenses han sido una constante, con la excepción de la de Donald Trump.

El magnate estadounidense, quien a su llegada al poder en 2016 atisbó que saudíes y rusos estaban dispuestos a forzar limitaciones en la producción de crudo para elevar los precios, eligió Ryad como destino de su primera visita como presidente al extranjero, rompiendo con la tradición presidencial entre México y Canadá.

Además, se deshizo en elogios a MSB –casi tantos como los que dedicó a Putin en su mandato– y vetó una ley del Congreso estadounidense que prohibía vender armas a Ryad, lo que le permitió formalizar la mayor venta de armamento a Arabia Saudí en toda la historia de EEUU.

Ah, y exculpó al hombre fuerte de la dinastía de los saud en el caso Khashoggi.

En 2018, y agradecido, MBS tiró de producción de petróleo y el barril bajó a los 60 dólares. En 2020, por contra, y a petición igualmente de Trump, inmerso en la campaña de las presidenciales, contrajo la producción para permitir la rentabilidad de la industria estadounidense del fracking (esquisto).

La llegada al poder de Biden tras los comicios devolvió la crisis al punto de partida y confirmó que lo de Trump, para MBS, fue un interregno.

En plena crisis en torno a Ucrania, de nada le ha servido a la nueva Administración estadounidense recular en Yemen y anunciar nuevas sanciones financieras contra los huthíes y dejar en stand-by la promesa que el propio Biden hizo tras ser elegido de que exigiría responsabilidades a Ryad por sus flagrante desprecio de los derechos humanos, en pleno debate en el Congreso de EEUU sobre posibles sanciones al reino.

Voces autorizadas en Ryad advirtieron entonces de que, en su caso, podrían suplir en el ámbito militar a EEUU por Rusia y China y llegaron a evocar la posibilidad de permitir una base militar rusa en Tabuk, en el noroeste de Arabia Saudí.

Los expertos minimizan el alcance de esa amenaza al nivel de un farol, porque combinar tecnología y equipamientos estadounidenses y ruso, o chinos, llevaría décadas, y el endeble ejército saudí depende totalmente del Pentágono. Quizás no ocurre lo mismo con los Emiratos, que han mostrado una soberbia militar, en Yemen, incluida su ocupada isla de Socotra, en Libia y en otros escenarios que no se corresponde con su tamaño, sí quizás con sus ingentes recursos de energías fósiles.

Hay quien asegura que, pese a la alianza militar con EEUU del CCG, asoma una alianza ideológica de las satrapías del Golfo con la Rusia de Putin.m Por de pronto, la alianza económica, y petrolera, es un hecho.

El 14 de febrero de 1945, el entonces presidente de EEUU, Franklin Delano Roosevelt, gravemente enfermo, y el líder tribal de los saud y fundador de la dinastía, Abdelaziz Ibn Saud, firmaron a bordo del crucero militar USS Quincy, un histórico acuerdo de «petróleo por protección» que aseguraba el suministro de crudo y permitía el desembarco de bases militares estadounidenses en la región, apuntalando la despótica saga saudí en Ryad y otras similares en los países vecinos.

Esa relación no ha estado exenta de altibajos y de crisis, como la de 1973, cuando las monarquías petroleras de la OPEP decidieron no exportar petróleo a los países, incluidos EEUU, que habían apoyado a Israel en la guerra de Yom Kipur contra Israel y Egipto.

Toda época tiene sus crisis y los que la viven, y sufren, creen que es única. Pero la que enfrenta a las satrapías del Golfo con EEUU remite a un vuelco total del viejo paradigma de las relaciones internacionales.

Un giro copernicano que ya se estaba perfilando desde hace años y que la guerra en Ucrania ha terminado por hacer estallar, en lo que algunos presentan como un nuevo orden mundial.

El mundo ha cambiado. De una manera que Roosevelt y el viejo jefe de una tribu del desierto arábigo nunca hubieran imaginado.