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Promesas contra el cambio climático sepultadas en crudo

La creciente presión social y la mayor regulación legal han llevado a las grandes petroleras a adquirir compromisos de transición hacia modelos de negocio menos contaminantes, unas promesas que, sin embargo, apenas se corresponden con su actividad real.

Activistas contra la crisis climática protestan durante un juicio celebrado contra ExxonMobil ante el edificio del Tribunal Supremo del Estado de Nueva York. (Angela WEISS | AFP)

Los esfuerzos fijados en el Acuerdo de París para limitar el calentamiento del planeta por debajo de 1,5°C o 2°C implican una transición hacia sistemas energéticos de cero emisiones netas para mitad de este siglo, algo que, por supuesto, tiene enormes implicaciones para los productores de combustibles fósiles, que han contribuido de forma significativa a las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI) y al calentamiento del planeta durante el último siglo. En concreto, veinte empresas de este sector son responsables del 35% de todas las emisiones de dióxido de carbono (CO2) y metano relacionadas con la energía en todo el mundo desde 1965, y la profunda transformación de sus modelos de negocio se antoja imprescindible para alcanzar el objetivo.

En este contexto, varias firmas petroleras llevan años prometiendo estrategias de descarbonización y de inversión en energías alternativas. Sin embargo, un estudio publicado recientemente, el más completo hasta la fecha y que se centra en dos empresas estadounidenses –Chevron y ExxonMobil– y dos europeas –British Petroleum (BP) y Shell–, cuya producción representa más del 10% de las emisiones en el último medio siglo, concluye que estas afirmaciones no se corresponden con la realidad, y que las acusaciones de greenwashing tienen fundamento.

Elaborado por los profesores Gregory Trencher (Universidad de Kioto), Mei Li y Jusen Asuka (Universidad de Tohoku), y publicado en la revista PLOS One, el trabajo se basa en datos recogidos entre 2009 y 2020, a través de los cuales se analiza comparativamente el alcance de la descarbonización y transición hacia la energía limpia desde tres perspectivas: el uso de palabras clave (discurso); las estrategias empresariales (compromisos y acciones); y la producción, gastos y beneficios de los combustibles fósiles respecto a inversiones en energías limpias.

Dado el comportamiento histórico de las grandes empresas petroleras, los autores creen que la autenticidad de sus anuncios  «debe ser examinada de forma crítica y exhaustiva», y destacan que varios estudios documentan que estas firmas «han difundido estratégicamente información errónea y han obstruido agresivamente el progreso hacia la acción climática». Añaden que estos gigantes de la economía global «han intentado trasladar la responsabilidad del cambio climático a los consumidores», y que «han gastado millones en hacer presión para retrasar o debilitar la política climática». Por tanto, ven pertinente estudiar cuán largo es el trecho entre sus promesas y sus acciones.

Tres pasos y varios puntos de estudio

Para medir esa distancia, el estudio consta de tres pasos. El primero consiste en examinar la frecuencia de 39 palabras clave en los informes publicados durante el periodo de estudio, unos términos que se organizan en cuatro categorías –cambio climático, transición, emisiones y energía limpia– que representan «perspectivas clave para la transformación de la industria petrolera en energías limpias». Los autores asumen que «la frecuencia con la que se utilizan esos términos aportará una aproximación al grado de concienciación e importancia que se da a estas cuestiones», y sin pasar por alto la posibilidad de que sean solo palabras huecas, creen que «el discurso y la atención a las cuestiones climáticas y de energía limpia son precursores de acciones concretas como las inversiones y la transformación organizativa».

El segundo paso identifica y compara el estado de las estrategias de transición hacia un modelo de energía limpia. En concreto, se analizan 25 indicadores sobre «promesas y divulgación» y sobre «acciones concretas».

Y el tercer paso estudia los datos de rendimiento financiero recogidos de cada empresa, haciendo seguimiento de los cambios en la actividad financiera anual en seis áreas.

Así, en primer lugar, se hace un análisis de los volúmenes de CAPEX –capital expenditure o gasto en capital–, que muestra el gasto anual en activos fijos que apoyan la producción de petróleo y gas. Se parte de la expectativa de que una transición reduciría los volúmenes de CAPEX para la producción de combustibles fósiles, canalizando las inversiones hacia negocios de energía limpia.

En segundo lugar, se estudian los beneficios anuales totales de los combustibles fósiles, que revelan la dependencia del modelo de negocio respecto a esos combustibles. La idea es que los volúmenes absolutos y relativos de los ingresos de esas empresas procedentes de combustibles fósiles disminuirían en una transición hacia las energías limpias.

Como tercer elemento, se lleva a cabo un análisis de los volúmenes medios de producción diaria de petróleo y gas, bajo la lógica de que frenar el suministro de combustibles fósiles es crucial para cumplir los objetivos del Acuerdo de París. También se estudian, en cuarto lugar, las estimaciones anuales de las reservas de petróleo y gas de cada una de las grandes petroleras, con la perspectiva de que las compañías con mayores reservas experimentan las mayores dificultades para dejar estos activos bajo tierra, debido a su valor financiero para los precios de las acciones y de la producción futura.

Como quinto punto, se observa la venta de productos de hidrocarburos procesados, al ser una fuente principal de emisiones, y en sexto lugar, el estudio compara dos tipos de datos sobre las inversiones en energías renovables: los gastos en producción y desarrollo de tecnología de energías renovables, mostrados como parte del total de CAPEX; y la capacidad de generación de electricidad renovable, que se mide en megavatios (MW).

Negativa a asumir compromisos

En las conclusiones, y en concreto, en lo relativo al discurso, el estudio señala que «todas las grandes empresas muestran una clara tendencia al alza» en el uso de las palabras consideradas clave, especialmente en las categorías «transición» y «emisiones». «Los resultados –expone– reflejan una amplificación del discurso sobre la mitigación de las emisiones de GEI y la energía limpia».

Pero eso no ocurre en todos los casos por igual; en términos generales, el avance en el terreno discursivo es mayor en las empresas europeas que en las estadounidenses. Según señalan los autores, Shell es la única empresa que muestra un marcado aumento en las cuatro categorías. En BP también se ha producido un incremento importante, aunque con «puntos bajos» entre 2012 y 2017. En cualquier caso, el cambio en la firma británica es notable, y como ejemplo de ello se explica que, en 2009, el consejero delegado de la compañía consideraba a BP una «empresa petrolera», mientras que en 2021 BP abogó por transformarse en una «empresa energética integrada» y prometió una transición hacia las emisiones netas cero.

Por contra, Chevron es la única que no registra un aumento notable del uso de los términos elegidos, y por ejemplo, la palabra «clima» sólo se mencionó 45 veces en todos esos años.

En el apartado dedicado a «compromisos y acciones» también se observan diferencias. En concreto, en la asunción de los motivos de la crisis climática, pues mientras las firmas europeas «reconocen sistemáticamente sus causas antropogénicas», las de EEUU lo obvian. Según el estudio, ExxonMobil reconoció en 2018, «de forma indirecta y débil», el vínculo entre combustibles fósiles y cambio climático, pero esa posición no se trasladó al informe anual de 2020. Por su parte, entre 2011 y 2017, Chevron admitió en su informe de responsabilidad corporativa que «el uso de combustibles fósiles para satisfacer las necesidades energéticas del mundo contribuye al aumento de la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera». Sin embargo, ese reconocimiento desapareció de las versiones posteriores.

Por otra parte, cuando se analiza el modelo de negocio, más allá del apoyo a las políticas gubernamentales de fijación de precios del carbono y la adopción de un precio interno del carbono para la toma de decisiones, las pruebas de una transición de modelo empresarial hacia la energía limpia «son escasas». A juicio de los autores, hay acciones que están obstaculizando esa transición, sobre todo, «la negativa a asumir compromisos relacionados con el clima o acciones para reducir la producción de combustibles fósiles o la exploración de las mismas».

Y dentro de esa crítica general, también ven una peor disposición entre las norteamericanas. Recuerdan que Exxon ha llegado a decir que «el Acuerdo de París no contempla ni exige a las empresas individuales que disminuyan la producción» para alinearse con el objetivo de mantener el aumento de la temperatura global debajo de los 2°C, y enmarca la transición energética como algo relacionado solo con «la demanda de energía de la sociedad, no con su suministro».

De igual modo, los compromisos para alcanzar las emisiones netas cero para 2050 muestran a las empresas de EEUU por detrás, pues mientras que Chevron y Exxon aún no han anunciado objetivos de emisiones netas cero, British Petroleum y Shell lo hicieron en 2019 y 2020, respectivamente.

Respecto al metano, aunque todas han anunciado compromisos para minorar las emisiones, el informe lamenta que «ninguna ha propuesto una hoja de ruta integrada y concreta para lograr estas reducciones».

Finalmente, sobre la inversión en energías limpias, el estudio indica, una vez más, que las empresas europeas «son más activas» que las estadounidenses, pero matiza que sus acciones «son esporádicas e inconsistentes». Y lamenta que ninguna de las cuatro grandes compañías publica los importes de las inversiones anuales en esta materia «en un formato sistemáticamente transparente que permita un seguimiento interanual».

«Las acusaciones son fundadas»

A modo de conclusión, el trabajo publicado en PLOS One apunta que los resultados muestran «un aumento visible y continuo de las promesas y la divulgación» durante el periodo de estudio, sobre todo a partir de 2016 y en el caso de las compañías europeas.

De hecho, como ya se ha dicho, valora que tanto en lo que respecta a las promesas como a las acciones, las firmas americanas «van muy por detrás», una diferencia que se ha ido ampliando desde 2018. Explica al respecto que los mejores resultados de las europeas en el estudio se deben a una mayor divulgación de las inversiones en energías limpias, una mayor coherencia en el conocimiento del clima y a una adopción más temprana de la fijación de precios del carbono.
Por contra, considera que en el caso de las empresas de EEUU, hay múltiples áreas que han obstaculizado la transición, lo que ha dado lugar a puntuaciones negativas.

«Las grandes empresas estadounidenses muestran continuamente actitudes defensivas ante la inversión en energías renovables y la necesidad de abandonar los combustibles fósiles, y declaran explícitamente su ambición de aumentar la producción de hidrocarburos en lugar de reducirla», valoran.

Con todo, los autores señalan que también en el caso de las europeas, la mayoría de las valoraciones positivas provienen de sus compromisos verbales y de la divulgación, y advierten de que algunas acciones contradicen promesas como las referidas a la intención de frenar la producción de combustibles fósiles y de reducir la exploración.

El informe dice además que las cuatro siguen presionando a los gobiernos para obstaculizar las políticas de fijación de precios del carbono, para conseguir ayudas fiscales favorables y para debilitar la normativa medioambiental. Y añade que, al objeto de obstruir el avance de la descarbonización, siguen dirigiendo la responsabilidad de la reducción de emisiones a los consumidores, al tiempo que difunden anuncios engañosos de que los combustibles fósiles (sobre todo el gas) son ecológicos, y exageran la magnitud de las inversiones en energías limpias.

En cuanto al análisis del comportamiento financiero, ocurre más de lo mismo. Según se apunta, «no se observa que ninguna de las empresas esté realizando una transición completa de su modelo de negocio para alejarse de los combustibles fósiles». «Aparte de las fluctuaciones anuales y de la influencia de la pandemia, no observamos una tendencia clara hacia una menor producción de combustibles fósiles, una menor dependencia del modelo de negocio de los ingresos de las empresas y una disminución de las reservas de combustibles fósiles», apostilla.

Por tanto, y como resumen, señala que «dada la falta de correspondencia entre el discurso, las promesas, las acciones y las inversiones», y «en consonancia con estudios recientes», debe decirse que «ninguna de las grandes firmas está actualmente en camino hacia una transición energética limpia». «Hasta que no se alineen esos tres ámbitos, concluimos que las acusaciones de greenwashing son fundadas», señala el estudio.

En otras palabras, si las promesas de estas multinacionales no se las lleva el viento, es porque están bien sepultadas en petróleo.