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Ibon Cormenzana
Cineasta

«La montaña te hace valorar las cosas sencillas desechando lo superfluo»

Nacido en Bilbo, debutó como director en 2001 con ‘Jaizkibel’. Posteriormente ha desarrollado una exitosa carrera como productor de títulos como ‘Blackthorn: sin destino’, ‘Blancanieves’ o ‘Mediterráneo’. Acaba de estrenar ‘La cima’, su cuarto largometraje como director.

Ibon Cormenzana. (ALEXZEA)

​En su cuarta película como director, Cormenzana busca transmitir al espectador una serie de valores que aprendió de la práctica del montañismo, a la que se entregó para superar una experiencia traumática. De aquellas vivencias y también de las de muchos otros alpinistas surgió el guion de ‘La cima’, una historia protagonizada por Patricia López Arnaiz y Javier Rey y ambientada en el Annapurna.

​‘La cima’ es su cuarto trabajo como director después de una larga carrera como productor. ¿Siente que aún se mantienen vivos esos prejuicios que acompañaban hasta no hace mucho a aquellos productores que se aventuraban a ponerse detrás de la cámara?

Yo nunca he vivido esos prejuicios, quizá porque cuando empecé a hacer cine fue como director. Mi labor como productor vino un poco impuesta, dado que enseguida comprobé que, si quería dirigir, tenía que autofinanciarme. Con el paso del tiempo, empecé a producir a otros y eso me sirvió para darme cuenta de que esa percepción del productor como alguien que limita la creatividad de los directores, estando muy extendida, se ajusta poco a la realidad, porque también hay muchos directores que aprietan al productor para obtener aquello que quieren y eso ha sido una enseñanza. Cuando he retomado mi labor como director, he intentado presionar al departamento de producción para poder llevar mi trabajo hasta el límite. Esta película, como las otras que he dirigido, está producida por mí pero, como en Arcadia Motion Pictures somos varios socios, siempre procuro delegar la producción ejecutiva en otra persona para poder ejercer como director con plena autonomía. Por eso, aunque sean dos trabajos que se retroalimentan, cuando me coloco detrás de la cámara procuro despojarme del traje de productor.
 
En el caso de esta película, ¿qué fue lo que le impulsó a rodarla?

Fue un poco mi propia peripecia vital y personal. Hace años tuve una experiencia traumática que me hizo estar algo perdido en la vida. En ese momento, alguien, de manera un poco casual, me metió en el mundo de la montaña y aprendí una serie de valores que me hicieron crecer como persona. Ahí empezó a rondarme la idea de querer transmitir esas sensaciones en una película en la convicción de que muchos de esos valores pueden sernos muy útiles en un entorno cotidiano, urbano, alejado de la soledad de la montaña.
 
¿Y qué valores son esos? Porque da la sensación de que el alpinismo es una práctica que propicia el encuentro de uno consigo mismo y, al menos en apariencia, eso es algo difícil de extrapolar a nuestra vida cotidiana.

Es verdad que en muchas ocasiones el alpinismo propicia ese encuentro con uno mismo, pero a la hora de montar expediciones es necesario el concurso de otras personas y ahí, valores como el compañerismo o la solidaridad son muy importantes. Cuando te enfrentas a una situación extrema, de esas que muestran la verdadera naturaleza de las personas, lo habitual es ayudar al que tienes al lado antes de ocuparte de ti mismo. Y esa pérdida del ego me parece un valor a destacar. También la ilusión. La ilusión por alcanzar una cima, por conseguir un reto, es algo que en última instancia guía la labor de los alpinistas, es el motor que le ayuda a avanzar, a seguir adelante, y ese es otro valor que debería inspirarnos a todos en una época como esta, donde hay cierta tendencia al apalancamiento. Y luego también está la cultura del esfuerzo, que creo que es algo que te hace ganar confianza en ti mismo y empoderarte a nivel personal. Pero más allá de todo eso está la capacidad para valorar las cosas más sencillas que nos ofrece la vida desechando lo superfluo. Yo diría que la principal enseñanza que te da la montaña es justamente esa.
 
En este sentido, ¿definiría ‘La cima’ como una historia de superación o le parece una etiqueta muy simplista?

La película habla de muchas cosas pero la superación está un poco en el centro de todo. Al final se trata de la historia de alguien que ha tenido un trauma y que decide asumir un reto que cree que le puede llevar a conectarse de nuevo con la vida. Y ese reto es tan grande como el trauma que ha tenido.
 
Y, hablando de retos, ¿cuál ha sido el mayor desafío que le ha planteado la realización de esta película? Porque aparentemente se trata de una historia muy sencilla, con muy pocos personajes, que acontece en un lugar muy específico. Todo eso hace que tenga muy pocos elementos a los que agarrarse como narrador, ¿no es así?

Claro, por eso el primer reto fue conseguir que Javier y Patricia conectaran entre sí y también con sus respectivos personajes. Javier tenía que resultar creíble en ese punto de locura casi infantil del que no ha subido una montaña en su vida pero que aspira a coronar el Annapurna y Patricia debía estar convincente interpretando a esa alpinista deprimida después de haber conseguido todos sus objetivos y que se encuentra en un momento en el que no sabe para dónde tirar porque no hay nada que le haga soñar. Era muy importante que hubiera esa química entre ellos, más en una película como esta donde en el noventa por ciento de las secuencias solo están ellos dos. Habiendo trabajado esto, el siguiente reto fue el rodaje en sí, que nos exigió mucho. Al margen de las bajas temperaturas, tuvimos de todo: el Filomena, una lluvia sahariana, casos de covid… Todo eso rodando en los Pirineos, porque el plan inicial era hacerlo en el Annapurna, pero Nepal imponía unas cuarentenas que nos disuadieron de rodar allí. Eso nos llevó a un reto adicional: tuvimos que encontrar imágenes de documentales sobre el Himalaya e integrarlas en lo que habíamos rodado nosotros sin que el contraste fuera evidente.
 
Acaba de hablar de la química entre Javier Rey y Patricia López Arnaiz. ¿Cómo la trabajó? ¿Les dotó de algún referente real al que aferrarse para construir sus personajes?

Antes del rodaje hablamos mucho. Me interesaba que tuvieran muy claro la naturaleza de sus personajes, de dónde venían y en qué momento de su vida estaban. Y luego, a la hora de buscar referencias, hay algunos casos que tuvimos muy presentes en la construcción de los personajes. Obviamente Edurne Pasaban fue un gran referente para nosotros de cara a trabajar el personaje de Jone, aunque este también se nutre de Kílian Jornet, que pasó por una depresión después de conseguir varios hitos como alpinista que le llevaron a replantearse qué hacer con su vida. Esa sensación de pérdida y ese vivir sin ilusión son las que definen a Jone. En el caso de Mateo, su historia está lejanamente inspirada en el caso Iñaki Ochoa de Olza, aunque también en la de otros muchos alpinistas a cuyas circunstancias he podido acceder a través de libros, periódicos… Al final todos guardan muchas similitudes porque, en situaciones tan extremas como las que procura la montaña, las circunstancias de unos y otros son muy parecidas.
 
¿La voluntad por alcanzar esos grandes retos no puede llegar a convertirse en una peligrosa obsesión? Se lo comento porque es un tema que palpita en la película también.

Sí, claro. Hay que buscar ese punto de equilibrio en las cosas para no terminar por ser esclavo de las metas. Yo creo mucho en el azar en este sentido y en la película el encuentro entre Mateo y Jone tiene algo de fortuito pero, gracias a él, ambos consiguen salir de ese bucle en el que se encuentran instalados. El contacto con el otro les cambia.
 
La historia que cuenta en la película está asimismo imbuida de una cierta mística que no sé cómo trabajó habida cuenta de que se trata de un elemento abstracto, intangible…

Tuvimos un coach de excepción en la figura de Jordi Tosas. Él no solo nos ayudó desde el punto de vista físico, sino también psicológico, nos hizo entender muchas de las cosas que hay en la mente de los alpinistas, entre ellas esa búsqueda del sentido de la vida que muchos de ellos asumen cuando se enrolan en una expedición para conquistar una cima. Hablamos mucho de esa mística y tanto Patricia como Javier creo que interiorizaron muy bien esas sensaciones. Porque al final el tema de la mística tampoco es tan difícil de entender: cuando conquistas una cima te das cuenta de que no eres nada frente a la magnificencia de todo aquello pero, a la vez, te sientes parte de esa montaña, de ese entorno. Somos nada y, simultáneamente, lo somos todo.
 
¿La experiencia de rodar esta película y su contacto con la alta montaña le han llevado a tener otra visión de su propia labor como cineasta?

Sí, en cierto modo toda esa mística de la que hablábamos antes te lleva a relativizar mucho las cosas. Desde que empecé a hacer montañismo aprendí a relativizar mucho las cosas, lo bueno y lo malo, y también a adaptarme al medio. Y esas son enseñanzas que te ayudan mucho cuando tienes que afrontar un rodaje lleno de dificultades como el de ‘La cima’. En el día a día de rodaje te ves obligado a tomar muchas decisiones en muy poco tiempo, decisiones sobre cuestiones que muchas veces no habías previsto.
 
¿Ese espíritu y todos aquellos valores que emanan del contacto con la montaña cree que definen el carácter vasco?

Depende mucho de en qué zona te muevas porque la gente de entornos urbanos también es muy distinta a la gente de campo. Lo que está claro es que en Euskadi estamos mucho más en contacto con la montaña, con la naturaleza. Aunque vivas en una ciudad como Bilbo, como es mi caso, al final estás rodeado de monte y eso te hace estar más conectado con la tierra. El mar te da la paz pero el monte genera más conflicto, te exige más, sabes que en torno a él van a pasar más cosas.