INFO

La barbarie que pisamos

Fotograma de la película ‘Babi Yar. Context’, de Sergei Loznitsa. (FESTIVAL DE CINE Y DERECHOS HUMANOS.)

En la cuarta jornada de su 19ª edición, el Festival de Cine y Derechos Humanos de Donostia estremece con ‘Babi Yar. Context’, del imprescindible Sergei Loznitsa, un documental que nos lleva a la Ucrania de la Segunda Guerra Mundial, para exponer, con un rigor periodístico escalofriante, que los crímenes del pasado son el abono de la devastación del presente.

Cuando Rusia puso en marcha la invasión a Ucrania, no fuimos pocos los que miramos a Sergei Loznitsa buscando respuestas a una situación que, por desgracia, no se sustenta en ninguna explicación mínimamente tolerable. Y en efecto, seguir la pista de dicho realizador nos ha dado nociones muy afinadas de la evolución de tan lamentable conflicto. Como cabía esperar, el hombre no ha echado mano de medias tintas para posicionarse en él, condenado sin paliativos las maniobras de Vladimir Putin… pero al mismo tiempo, criticando fervientemente a quien con demasiada facilidad ha caído en tics rusófobos.

Pues bien, su filmografía actúa de forma similar. Se trata de una extensa colección de documentales y piezas de ficción (manchadas siempre por la realidad) que, ahora mismo, seguramente sean las mejores herramientas que el cine nos puede proporcionar a la hora de entender qué demonios está pasando en Ucrania, o sea, cómo diablos hemos llegado a este infierno. El Festival de Cine y Derechos Humanos de Donostia nos trae ‘Baby Yar. Context’, escalofriante no-ficción de dos horas presentada en el último Festival de Cine de Cannes.

Con ella, y siempre de manera incansable e infatigable, sigue tomando cuerpo la colosal tarea que Sergei Loznitsa está llevando a cabo con respecto a la preservación (e inevitable gestión) de la memoria histórica europea. En tiempos de polarización socio-política, de revisionismo con el pasado y de piezas (des)informativas que muy maliciosamente confunden los hechos con las opiniones, reconforta la presencia de un corpus fílmico como el del cineasta bielorruso, siempre comprometido, desde sus incursiones en la no-ficción, a que la desmemoria no nos haga rehenes de las ficciones más malévolamente disparatadas.

En la línea de ‘El último imperio’, ‘The Trial’, o ‘State Funeral’ (y no tanto desde la observación del presente de ‘Victory Day’ o ‘Austerlitz’), el único punto de apoyo aquí está en el material de archivo. En una serie de grabaciones tomadas entre 1941 y 1943, que nos hacen revivir las infernales convulsiones de una nación ucraniana convertida, por los avatares de la Segunda Guerra Munidal, en terrible zona de paso (o de paseo triunfal), primero de las tropas del Tercer Reich, después del Ejército Rojo.

Sin voz en off ni entrevistas, el cine documental se articula aquí a partir de la restauración, el montaje de las imágenes (estáticas y en movimiento; coloreadas y en blanco y negro) y la edición de sonido. Narrativa de moviola, a la que le basta con un puñado de títulos explicativos, al principio de cada uno de los períodos revisitados. Aunque por desgracia, este es uno de estos casos en que las imágenes y los sonidos hablan por sí solos. Esto es, al fin y al cabo, un documento periodístico de primerísimo nivel.

Y es que por desgracia, da la sensación de que estamos ahí mismo, en el lugar y los momentos en que la Historia se estaba manifestando (en uno de sus episodios más espantosos, bochornosos, insoportables). Secuencias de descargas infernales de artillería pesada; de refugiados, de mareas humanas; escenas de abrazos, sonrisas y flores lanzadas al pavimento… poco antes de la destrucción; de la ruina. Incluso nos montamos en uno de aquellos aviones de ‘Masacre. Ven y mira’, escalofriantes heraldos de la muerte en la obra maestra de Elem Klimov.

Esta danza macabra nos recuerda que caminamos sobre muertos mal sepultados

Tanto en el campo de batalla como, sobre todo, en unos núcleos urbanos donde las tropas invasoras se recibían siempre como fuerzas de liberación de un pueblo oprimido. Al principio se cuelgan banderas y se pegan afiches, celebrando la llegada de Adolf Hitler; después, todo esto se quema y se remplaza por imágenes de Iósif Stalin. Con ello, Loznitsa vuelve a uno de sus temas predilectos: el ascenso y la caída de los ídolos. De esos iconos que aún a día de hoy representan conflictos y tensiones latentes en el Viejo Continente.

Ahí está el principal punto de interés de esta danza macabra, en recordarnos que caminamos sobre muertos mal sepultados. En su último acto, ‘Babi Yar. Context’ recupera otras escenas valiosísimas: las correspondientes a los juicios para determinar la culpabilidad en la comisión de crímenes de guerra, por parte de un puñado de oficiales nazis. Y aquí, por desgracia, queda todo meridianamente claro: al final, poco importa la decencia, justicia o civismo con que se administre la violencia. Mientras esta siga alimentando la toxicidad deshumanizadora de los ‘vencedores y vencidos’, siempre hay barbarie, o sea, miseria, devastación y desgarro humano.