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El robot y el mediador

El Festival de Cannes arranca una nueva edición transitando entre la actualidad más rabiosa y el refugio de un pasado glorioso. Con For the Seak of Peace’ y la recuperación de La mamá y la puta’ vuelve a embargarnos la magia del mejor certamen fílmico del mundo (a pesar de todo).

El actor y productor Forest Whitaker, flanqueado por los directores de ‘For The Sake of Peace’, Thomas Sametin y Christophe Castagne. (Christophe SIMON | AFP)

Empieza el Festival de Cine de Cannes… de aquella manera. Aquella a la que su organización nos ha acostumbrado, sobre todo a lo largo de los últimos años, es decir, trabajando con la sensación de que nosotros (la prensa) no somos muy bien recibidos. A pocas horas del pistoletazo oficial de esta 75ª edición, uno de los medios estadounidenses más potentes aquí presentes, suelta una de esas bombas que puede hacer mucho daño. Publican, en un comunicado incendiario, que la entrevista previa que le hicieron a Thierry Frémaux (director artístico del certamen) ha intentado ser censurada por parte de un departamento de prensa que, por lo visto, sufría por las polémicas que pudieran levantarse en frentes tan candentes (y sensibles, claro) como la presencia de cineastas femeninas en la selección final de películas, el movimiento MeToo o el boicot a las producciones rusas (con el sello del Kremlin, se entiende).

Hablando de Putin, el sistema de reserva online de entradas se tiró dos días colapsado. ¿De quién es la culpa de tal calamidad? Habla el propio Frémaux en rueda de prensa, y carga todas las responsabilidades a una operación hacker; a un ataque de «robots» (sic.), seguramente de procedencia rusa. Y así estamos, peleados con un mundo peleado consigo mismo. Los periodistas, arrinconados y a una distancia más-que-prudencial de las estrellas, esperamos desde un segundo plano a que se apague el brillo glamuroso de la alfombra roja para, por fin, empezar a ver películas. Y ahí vamos.

Arranca el maratón cinéfilo de la Croisette con ‘For the Sake of Peace’, de Christophe Castagne y Thomas Sametin, documental apadrinado por el oscarizado Forest Whitaker, y que precisamente pretende poner en el foco las labores humanitarias que la fundación de dicho actor desarrolla en Sudán del Sur, el país más joven del mundo… y también una de las regiones más violentas del planeta. Para empezar, la película nos proporciona una cifra que asusta: desde la creación oficial de dicha nación (esto fue en 2011) han sido 350.000 personas las que han fallecido en alguno de los conflictos armados declarados entre sus fronteras.

Así se comporta Sudán del Sur, desde un punto de vista geopolítico: como un horripilante generador de luchas que deben entenderse en clave de un continente africano que todavía está intentando cerrar las heridas del colonialismo, pero también teniendo en cuenta los incontables clanes tribales que aún se relacionan entre ellos a través de la lógica vengativa de los pillajes. En esta tierra de trincheras más o menos naturales, la cámara sigue los pasos de Yuba y de Gatjang, una mujer y un hombre comprometidos con sus respectivas misiones de pacificación.

Ella, mediadora por la práctica impuesta por las circunstancias; él, árbitro de fútbol, intervienen activamente en la a priori imposible misión de lograr que la concordia y las reglas (acordadas por todas las partes) se impongan por encima de rencores que no buscan más que alargar el sufrimiento de los más desfavorecidos. ‘For the Seak of Peace’ opera así en la línea que junta (y nunca separa) el documental informativo (en este caso, el que nos acerca a realidades extremadamente remotas) con el alegato humanista, es decir, con el mensaje de esperanza en el punto de partida más desesperanzador.

‘La mamá y la puta’, una película irrepetible

Pero ahí no termina esta primera jornada. Pues hay tiempo para más; para mucho más. Sube Thierry Frémaux, ahora mucho más sonriente, al escenario de la sala Debussy. Lo hace acompañado de Françoise Lebrun, un mito; historia viva del séptimo arte. Se han juntado en motivo de la presentación de otra leyenda: la obra magna de Jean Eustache, ‘La mamá y la puta’, una película irrepetible, pero que por suerte, podemos volver a descubrir. Hará 49 años, el film se presentó aquí mismo, alzándose con el Gran Premio del Jurado, y ahora sigue luciendo perfecto, gracias al rejuvenecimiento de la alta definición.

En total, ya lo sabemos, casi cuatro horas (que se dice pronto) en las que Jean-Pierre Léaud, Bernadette Lafont y la propia Françoise Lebrun sobreviven como sendas reminiscencias de aquel mayo del 68. Se quieren con locura, y se detestan, y hacen el amor, y se enfrascan en las situaciones más vergonzosas, y hablan, y hablan más… mucho más. Películas así, como dice el tópico, ya no se hacen… porque de hecho, nunca se hicieron. Ahí queda este testigo histórico de la locura hecha arte: un drama romántico que nunca debería haber existido, pero que a pesar de todo, sigue ahí, con nosotros, una vez más, en Cannes. El mejor festival de cine del mundo, a pesar de todo. Porque aquí se vio por primera vez a Jean Eustache tocando el cielo, y aquí pervive esa luz, esos rostros y esos diálogos celestiales. Al final de la proyección, ovación de más de diez minutos para Léaud y Lebrun. Pelos de punta: para esto hemos venido.