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La Croisette, en su salsa

Fuera de la Competición por la Palma de Oro, el Festival de Cannes encuentra su esencia con ‘Elvis’, biopic de Baz Luhrmann dedicado al Rey del Rock y, en última instancia, al placer culpable del mal gusto.

El cineasta australiano Baz Luhrmann, en la alfombra roja de la noche del miércoles. (Christophe SIMON | AFP)

En la sección a concurso, en la jornada de hoy del Festival de Cannes la idolatrada Claire Denis nos aletarga con ‘Stars at Noon’, un thriller de erotismo embriagado, mientras que Saeed Roustayi presenta ‘Leila’s Brothers’, la película más injustificable de esta 75ª edición.

Esto ya se acaba, y se nota, en parte porque nadie intenta ocultarlo. Aquí está el horror y el encanto de este festival; de este pueblo de la Côte d’Azur, presunta cima de la distinción y el buen gusto… pero en la práctica, innegable Meca del mal gusto.

Y ahí están los invitados al nuevo pase de gala en el Grand Théâtre Lumière, embadurnados con sus joyas, y sus complementos, y sus vestidos, y sus trajes, con esas piezas inasumibles para la amplia (amplísima) mayoría de mortales. Aquello que les separa de la vulgaridad, porque en efecto, solo ellos pueden permitirse estas pintas. Solo ellos pueden abrazar así el mal gusto y hacernos creer que son la realeza moderna.

Y ahí está, el más loco, el más enérgico, el más hortera (y a mucha honra)… el gran Baz Luhrmann, quien en 2001 (hará ya más de veinte años) se plantara en este mismo certamen con la legendaria ‘Moulin Rouge’ para dar por muerto, oficialmente, al siglo XX, regresa a tan deslumbrante escenario para, precisamente, volvernos a deslumbrar.

Con ese brillo que inspira y ciega a la vez, literalmente. El hombre luce un look capilar por lo menos arriesgado, a partir de unos laterales recortados y una coleta canosa recogida pero, sobre todo, resplandece con un conjunto hecho de brillantes, o de piedras preciosas, o de bisutería preciosa. Qué más da. Lo importante aquí está en el hecho de destacar, de causar una impresión que ya nunca jamás va a ser olvidada.

En un rincón de Las Vegas

Y así nos metemos en la proyección de ‘Elvis’, y así la vivimos durante sus más de dos horas de metraje. En un rincón de Las Vegas (hablando de escenarios tan espectaculares como espantosos) agoniza un ser grotesco. Un anciano cuya cara hinchada, andares torpes y acento marcado al hablar nos remiten a las creaciones paródicas del cine de los disfraces de Adam McKay. Es Tom Hanks, en carne y hueso y prótesis, representación circense (como le gusta a Luhrmann) del representante del Rey del Rock, uno de los principales responsables de su creación y destrucción en calidad de mito no solo de la música, sino más bien de la cultura popular.

Para plasmar tanta grandeza, el aparato cinematográfico convierte la pantalla partida en multiplicación de imágenes y sonidos; en metralleta de estímulos que amenaza constantemente con saturar al conjunto. Pero no, cuando este más sube los decibelios y más hipnotiza con esos movimientos endemoniados pélvicos, más convence, más arrastra hacia ese fuego que calienta, claro está… hasta quemarnos vivos.

El joven Austin Butler se entrega en cuerpo y alma (como lo hacía el propio Elvis cada vez que subía al escenario) en uno de los trabajos actorales destinados a marcar la temporada, y Baz Luhrman, tan a gusto en su hábitat natural, impone la energía electrizante de su fórmula por encima de los evidentes problemas de ritmo del guion con el que trabaja.

Pero esto último no importa, en serio, es una minucia, comparada con la capacidad del cineasta australiano a la hora de sintetizar las maravillas y lo horrores de los ‘espectáculos más grandes del mundo’. Y por supuesto, nada de lo que viene a continuación importa demasiado, pero esto es Cannes, y la vida sigue, y el concurso por la Palma de Oro aún tiene que desvelar más candidatos.

‘Stars at Noon’, una periodista en Nicaragua

Quien retoma dicho concurso es la reverenciada Claire Denis, quien después de muchos años, vuelve al principal escaparate cannoise. Lo hace con ‘Stars at Noon’, un thriller narcotizado en el que Margaret Qualley encarna a una periodista estadounidense atrapada en Nicaragua.

La narración, que se despliega a lo largo de dos horas y cuarto ciertamente erráticas, se articula a partir de tomas cercanas de rostros y cuerpos a la deriva. Claire Denis, también en su salsa, nos sumerge en el contexto de la pandemia del coronavirus, vivida esta en un caluroso, sudoroso y zarrapastroso entorno.

Vibraciones de un colonialismo renqueante impregnan una no-acción suspendida en encuentros sexuales y fiestas íntimas bañadas en alcohol. Es la degeneración trash que todo lo empapa, que todo lo ensucia; la de unos tiempos que han perdido el norte. No hay antes ni después, solo un ahora que carece de sentido.

‘Leila’s Brothers’, festín de porno-miseria

Hablando de, a última hora, para darnos el golpe de gracia, aparece el iraní Saeed Roustayi con la película más injustificable de esta 75ª edición. ‘Leila’s Brothers’, injustificable candidata a la Palma de Oro, se traduce en casi tres horas (en serio, ¿en qué momento los largometrajes pasaron a ser solo ‘larguísimometrajes’?) de sufrimiento de una familia de clase popular condenada a la miseria.

El telón de fondo lo pone ahora la nación persa en la actualidad, un país sumido en una crisis económica infernal, que obviamente está aplastando a los seres y colectivos más vulnerables. Ahí es donde el director y guionista pone el foco.

La película se comporta así como un bochornoso festín de la porno-miseria. Con el único pretexto y justificación de que la escasez material engendra pobreza material, Roustayi mueve maléficamente los hilos para que los integrantes de este reparto coral se dediquen a apuñalarse los unos a los otros.

Los hermanos entre ellos, pero también a sus progenitores, y estos, que sienten un profundo asco hacia su descendencia, también conspiran para buscarles la desgracia. Y se gritan, y se insultan, y se desean lo peor, y esto es insoportable, intolerable. Indigno de un festival que, por desgracia, aquí también está en su salsa.