Macron necesita la reválida y la izquierda, limar su predominio
La primera vuelta de las elecciones legislativas galas se anuncia como una tarea más comprometida que lo esperado para la alianza Ensemble!, orquestada por Emmanuel Macron para evitar que la izquierda, que unida ayuda a soñar, le complique el segundo mandato.
La primera vuelta de las elecciones legislativas francesas servirá de termómetro, de una parte, a la mayoría macronista, que necesita revalidar la victoria lograda en los comicios presidenciales para dar continuidad a su proyecto liberal-reformador, y de otra a la Nueva Unión Popular Ecológica y Social (Nupes), incubadora de una alianza a la izquierda que se asigna el reto de, cuando menos, levantar entre hoy y el próximo domingo una barrera en forma de grupo predominante en la Asamblea Nacional gala que ejerza de contrapoder ante el Elíseo.
Las encuestas dibujan una foto finish cerrada, hasta el punto de cuestionar que Macron pueda conformar, gracias a la alianza con el centrista MoDem, ampliada a otras pequeñas formaciones, la mayoría absoluta que le permitiría tramitar proyectos que han quedado en la bandeja de salida de su primer mandato, como la controvertida reforma del sistema de pensiones.
Esa presión demoscópica ha obligado al presidente a consagrarse al «besa-niños», ya en Marsella, ya en Seine-Saint-Denis, tratando de retomar el contacto con la calle. El mandatario que ganó hace escaso mes y medio una estancia suplementaria en la sede de la Presidencia, sin debatir ni apenas dejarse ver, ha roto su aislamiento acuciado por las dificultades de los actores electorales de Ensemble! para proyectar seguridad en la victoria, pese a que sondeos y tribunas de opinión remachen que será el claro vencedor al final del partido a doble vuelta.
A realzar esa zozobra han contribuido algunas decisiones adoptadas desde la segunda vuelta presidencial del 24 de abril pasado por el propio Macron.
Prácticamente un mes tardó el reelegido presidente en finalmente deshojar la margarita y encomendar a una miembro de su Gabinete, Elisabeth Borne, la labor de encabezar un nuevo equipo que, sin embargo, proyecta una nítida imagen de continuismo.
El desafío que implica mantener como titular de Interior a Gérald Darmanin, o de incorporar al Gabinete como ministro de Solidaridad a Damien Abad, contra el que pesan igualmente varias denuncias por agresión sexual, ha sido asumido desde el Elíseo, que ha renovado igualmente su confianza al titular de Justicia, Éric Dupond-Moretti, con sus particulares querellas en tribunales. Esa apuesta ha ayudado a la alianza de la izquierda a dibujarse –pese los tics del pasado y las fallas de compactación– dando la espalda a un régimen caduco frente al que aspira a construir una alternativa en términos de democratización y defensa de los derechos sociales.
Jean-Luc Mélenchon arrancó con la provocación de postularse al cargo de primer ministro y de garabatear en el aire la opción de una cohabitación. Con esa apertura, a la grande, la campaña ha estado marcada indefectiblemente por el acoso editorial y gubernamental al tribuno rojo, aunque a la postre, si se observan los sondeos, la estrategia que ha combinado demonización y descredibilización no habría hecho la mella esperada.
No al menos a la altura de los esfuerzos desplegados desde platós y actos institucionales para expandir el temor al cataclismo que, a caballo entre una pandemia y una guerra abierta en Europa, Macron ha tratado de endosar a su oponente político.
Un rival curtido que, dicho sea de paso, hoy no se examina en las urnas como candidato, a diferencia de esa media docena de ministros que encabezados por la propia premier Borne se juegan –en distritos más bien proclives, caso de la exministra de Trabajo– su continuidad en Matignon.
El duelo élites-pueblo ha resurgido con fuerza en la campaña, como una apuesta discursiva clara de la alianza de la izquierda, aunque como ocurre con el programa, ese traje popular pegue mejor a algunos socios y apriete un poco más a otros. La ausencia de las clases populares del debate público, de sus intereses y sufrimientos, es un hecho, por más que la revuelta de los Chalecos Amarillos sirviera de breve pero intenso fogonazo. La política del cheque y las primas para compensar la escalada inflacionista se ha convertido en el santo y seña del macronismo, sirviendo para adormecer un malestar patente que, a diferencia de la campaña presidencial, no han sabido aprovechar ni la languideciente derecha republicana, que podría perder la mitad de sus escaños, ni la ultraderecha, con una Marine Le Pen relegada a exponente del tercer bloque. El sistema a doble vuelta hace recomendable, por lo demás, no dar por fija esta noche una imagen que puede llamar a engaño si se obvia que el 19 de junio se aplicará el fotoshop.
Efecto abertzale y poso centrista en Ipar Euskal
La plantilla, eminentemente estatal, sobre la que se escriben las elecciones legislativas galas no sirve del todo para interpretar al electorado de Ipar Euskal Herria. Máxime cuando, por emplear su lema de campaña, los abertzales de izquierda han optado por «jugar sus cartas» en estos comicios tan distantes. Ya en 2017, en la sexta circunscripción, la más propicia, el candidato de EH Bai, Peio Etxeberri-Aintzart, se aupó a un 12%. Las miradas estarán puestas, en esta ocasión, en la plancha que encabeza Peio Dufau. Los buenos resultados en los últimos comicios municipales y departamentales son una buena base, aunque el billete a segunda vuelta se venderá caro, con alta abstención y la incógnita del rendimiento de la Nupes. El macronismo aspira a la reelección de los centristas Vincent Bru y Florence Lasserre, a los que se quiere unir Annick Trounday.