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‘Gernika 85’: La música de los recuerdos

Bilbao Orkestra Sinfonikoa; Gaudeamus Korala (Julia Foruria, directora); Evelyn Glennie, percusión; Aitor Etxebarria, piano e instrumentos electrónicos; Mikel Fernández, director. ‘Gernika 85’, de Aitor Etxebarria. Bilbo, Eukalduna Jauregia. 30/06/2022.

Un momento del concierto de ‘Gernika 85’. (Monika DEL VALLE | FOKU)

El jueves se estrenó la obra ‘Gernika 85’ del joven compositor Aitor Etxebarria, una ambiciosa pieza sinfónico-coral de casi una hora de duración que quiere ser un homenaje a la villa de Gernika y a las víctimas del trágico bombardeo en su 85 aniversario.

La obra, estructurada en cuatro movimientos, mezcla diferentes estilos y técnicas compositivas alternando pasajes descriptivos con otros narrativos cargados de contrastes y donde tiene especial trascendencia la inclusión de vídeo-proyecciones de testimonios de supervivientes del bombardeo grabados para el museo de la paz de Gernika. Pero si en algo destaca la creación de Etxebarria es en su estética minimalista, que aporta una visión meditativa a la obra.

Este carácter minimalista, materializado en la utilización de pequeños motivos reiterativos y largas notas tenidas, le da una falsa apariencia estática al tiempo que recrea un ambiente hipnótico a través de repetitivos ritmos regulares, de modo que el tiempo, en esta obsesiva insistencia rítmica, se ve trascendido y puede ser contemplado desde fuera, abordando la obra desde una disposición profundamente intimista y reflexiva.

La BOS sonó compacta y fluida en esta música difícil no por sus virtuosismos sino por su desnudez y estatismo, mostrando gran riqueza cromática, especialmente en la gravedad de las cuerdas. Muy acertado también el juvenil coro Gaudeamus en sus complicadas intervenciones, ya que su participación requería de un esfuerzo más efectista que meramente vocal. El meticuloso trabajo de Julia Foruria con sus jóvenes intérpretes supo conseguir la vocalidad adecuada para una obra de tan especiales características.

Destacable el trabajo de Mikel Fernández que, en un meritorio ejercicio de concentración, supo no solo sostener esta música tan frágil sino crear y administrar la tensión justa a cada momento. Ejemplo de este control fue el tercer movimiento, marcado por un ritmo de ezpatadantza ostinato que, ayudado por juegos de luces, mantuvo al público sin respiración en un largo crescendo hasta llegar a un intenso final, que arrancó un espontáneo aplauso entre el público que suavizase la tensión acumulada.

Musicalmente reseñable también el último movimiento –el más complejo de todos– con un elegíaco solo de cello, de gran lirismo pese a su estructura minimalista, que, utilizando un sencillo motivo descendente de aire lloroso, desencadena un diálogo entre los largos y mantenidos acordes de la orquesta, la figuración más corta del vibráfono –que, en las expertas manos de la percusionista Evelyn Glennie, se mezcla con su propio eco creando una atmósfera de confusión y desasosiego– y el etéreo coro que, en un movimiento ascendente, contrario al instrumental, busca una luz que desaparece poco a poco hasta apagarse en un evocador final. Una música más emocional que perdurable pero necesaria para seguir recordando a Gernika.