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El documental ‘918 gau’, de Arantza Santesteban, se estrenará el 30 de setiembre

Tras su exitoso periplo por diferentes certámenes internacionales, donde ha cosechado premios como en Toronto y Lisboa, ‘918 gau’, de Arantza Santesteban, iniciará su ruta comercial a partir del 30 de setiembre. La cineasta se coloca ante su propio espejo para rememorar sus recuerdos de la cárcel.


El 4 de octubre de 2007, Arantza Santesteban fue detenida y recluída en prisión. De aquellos días conservó algunos recuerdos: las interminables vueltas por el patio, los campeonatos de natación, el periplo carcelario de Rasha… Tras pasar 918 noches encerrada, quedó en libertad.

A partir de ese momento, registró en una grabadora sus recuerdos y sus dudas, las cuales cobraron forma, a modo de una memoria fragmentada, en su documental ‘918 gau’.

En su ruta por diversos festivales especializados, el filme se alzó con el premio a Mejor Película Documental en el Festival de Cine de Torino, el Ciudad de Lisboa a Mejor Película en la sección Competencia Internacional del Festival de Cine Doclisboa y el Latexos en el Festival Novos Cinemas de Pontevedra.

También obtuvo una Mención Especial del Jurado y el Premio Especial del Público en el Festival Internacional de Cine Documental de Nafarroa, Punto de Vista. El filme ha pasado también por el Festival Cinematográfico Internacional del Uruguay, en la Sección Panorama de Largometrajes Internacionales, el DOK.fest München, el Festival Internacional de Derechos Humanos y Cine Documental One World de Rumanía y Sección Oficial Nacional de L'Alternativa.

Finalmente, ‘918 gau’ podrá ser visionada en nuestras salas comerciales a partir del próximo 30 de setiembre.

Una visión subjetiva

Según explica la propia directora, la película tuvo su origen «en las cartas que recibí durante mi estancia en prisión. Siempre estuvieron en una caja de cartón en casa de mis padres. Cuando iba a visitarlos, solía pasar por delante. La miraba, pero no quería abrirla. Únicamente un día, seis años después de abandonar la cárcel, me senté y comencé a sacar las cartas y las fotografías que conformaban aquel archivo. Miles de caligrafías, de fotos y de mensajes de apoyo aparecieron ante mí. Fue entonces cuando me di cuenta del gran valor que tenía ese archivo, no solo por su valía emocional, sino también por el sentido visual que contenía».

Santesteban ya había iniciado sus estudios de cine algunos años atrás y fue entonces cuando decidió retomar todo aquel material para desarrollar su proyecto fílmico. Comenzó a releer las cartas y tuvo emociones contradictorias. Por un lado, sentía una profunda gratitud ante todos esos mensajes de ánimo: «Me conmovía pensar en todos los afectos que guardaban: habían sido importantísimas para poder sostenerme mientras duraron aquellos años encerrada. Sin embargo, algo me generaba un gran extrañamiento. Hacía años que había abandonado la cárcel cuando las leí y sentía que yo había cambiado mucho durante esos años. Encontraba guiños que formaban parte de mi pasado pero que no hablaban de mí en la actualidad».

Santesteban recuerda que «la vivencia de la cárcel es compleja. Indudablemente, es una situación hostil para quien la padece, en un marco donde las relaciones de desigualdad marcan lo cotidiano. Las relaciones de poder entre la propia institución y las personas presas, entre las presas locales y las presas extranjeras, entre las blancas y las negras, entre las presas políticas y las presas comunes. No hay un único relato sobre la cárcel, lo que sucede es que los estereotipos no permiten desvelar otras formas de estar en los mundos que habitamos. He aprendido que la diversidad y la diferencia entre las personas, lo singular de cada cual, no es algo que se pueda borrar fácilmente. Es por ello, que esta película habla de una colectividad y un tiempo común desde una visión subjetiva».